No podían ser más diferentes las dos últimas pelis que vi en cine. Y, aún así, hay un elemento que las une: ambas son productos con vocación puramente comercial.
La primera, “Diamante de sangre” es, en líneas generales, una buena película. Edward Zwick, el director, se desenvuelve brillantemente en la parte técnica (pasando de innovaciones formales, claro, no vaya a ser...) y firmando un trabajo grandilocuente y hermoso (en términos puramente estéticos).
El argumento parte de una situación real (el contrabando de diamantes procedentes de países africanos en guerra) que da mucho juego, y además la película trata el tema desde diferentes puntos de vista (las guerrillas, el gobierno, los traficantes, los intereses económicos del primer mundo, los inocentes que están en medio y la visión que el resto del mundo, acomodado en el sofá de su casa, tiene de todo ello).
Los actores están magníficos, destacando Leonardo Di Caprio (cada día me gusta más, y ya acumula un buen número de papeles memorables) y Jennifer Connelly (que es, además, una belleza no-neumática que destila clase y elegancia… una "mujer mujer", vamos).
Pero al guión se le va la mano. Quizás dirigida por alguien más frío, más contenido, se hubiese suprimido ese gusto por provocar la lágrima fácil, por el “hay que emocionar aún más al espectador, ¡dadme más drama!”. Pero ése es Zwick. Ya le pasó en “El último samurai”, que se pasa de épica y acaba desparramándose, y le vuelve a pasar aquí.
Me viene a la cabeza “El jardinero fiel”, otra película que denuncia las injusticias que se cometen en el continente africano por la avaricia de los poderosos países del primer mundo, y no puedo evitar pensar que la diferencia entre ambos films estriba en que una (el jardinero) conmueve porque lo que cuenta es conmovedor, mientras que la otra (diamante) intenta forzar la máquina para conmover, y ahí se ve la mano de director, guionistas y productores, dejando a la luz claramente sus intenciones…
Y aún así, es 100% disfrutable, y merece la pena enterarse de lo que pasa en el mundo, aunque sea gracias a una película palomitera de este tipo.
La otra peli de la semana es “El motorista fantasma”.
La cinta de Mark Steven Johnson (director de la laureada “Daredevil”) es una bella recreación del Fausto de Goethe tamizada por la óptica de los comics Marvel de los años 70, época de gloria de “ángeles del infierno” e “easy riders”. Nicolas Cage compone un papel grandioso, con tantos matices que resulta imposible no sentirse representado por este motorizado acróbata circense que hace un pacto con Mefistófeles para salvar la vida de su padre, y que, debido a dicho pacto, ahora se ve obligado a cazar demonios fugados del infierno al caer la noche. Por si fuera poco, la excelente actriz Eva Mendes le da una réplica ingeniosa, cargada de emoción, que posiblemente pasará desapercibido ante los ojos de la crítica por sus prejuicios raciales.
Pero si los actores dan el do de pecho, el director y guionista se luce. Un guión milimétrico, que aúna acción, humor, terror y romance, así como una profunda reflexión filosófica sobre las determinaciones que uno debe tomar al afrontar el propio destino (perla de guión la frase: “Puede tener mi alma, pero no mi espíritu”, puro Mankiewicz). La dirección, elegante y sutil, bebe de los clásicos de Renoir, Buñuel y Murnau, integrando inteligentemente unos efectos especiales que, como debiera ser, están al servicio del guión, y no a la inversa (como el espectador malintencionado pudiera presuponer).
Del montaje ni hablo, porque tal sublimación de la técnica del asociacionismo visual, del juego de planos y contraplanos, no puede ser expresada con palabras. Hay algunos momentos en que se pierde la noción del tiempo y el espacio, recordando al David Lynch de sus mejores películas (“Carretera perdida”, “Mullholland Drive”…).
Simplemente sublime.
(NOTA: Apreciará todo aquel que me conozca una pizca, o en su defecto tenga unas mínimas nociones de cine, que mi crítica de “El motorista fantasma” es un sano ejercicio de ironía. Porque la peli es una basura de tomo y lomo, y en la sala de cine eché de menos, y mucho, un cubo enorme donde poder vomitar a gusto…)
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