viernes, noviembre 24, 2006

Ilusión

Dar clases a niños cuya edad oscila entre los 6 y 11 años (y habida cuenta de que el mendas suma ya la edad suficiente para haber terminado una carrera, haber pasado una temporadita en el extranjero y llevar unos meses cucaracheando mientras busca una digna salida profesional) me devuelve a una situación que ya casi tenía olvidada: las interminables conversaciones que surgen en torno a dos temas estrechamente relacionados. A saber:

1) ¿Qué has pedido en la carta a Papá Noel/los Reyes Magos? Respuestas posibles: una mochila de Pucca; un juego de “Piratas del Caribe” (sigh); una PlayStation; el web-splasher y el todoterreno y la nave espacial y la moto de repartir pizzas de Spider-man, cada una con un inédito e inaudito (y otras palabras que empiezan por “i”) uniforme para el personaje, que no sé cómo no le da vergüenza ir por ahí con esas pintas (si fuera hijo de mi madre se iba a enterar…)

2) ¿De dónde c****** (censuro por si hay niños leyendo) sacan tiempo los interfectos para visitar todas las casas del mundo en una sola noche? Y, la pregunta que más gracia me hizo: ¿cómo sabemos que Papá Noel no sólo no es gordo, sino que no tiene un dragón que en vez de fuego escupe regalos? (No me pregunten más, yo sólo puedo decir lo que les oí comentar a mis alumnos…)

Todo esto viene a cuento para explicar lo siguiente: por mucho que los niños de hoy en día (¡aaagh, hablo como un falangista!) sean más precoces que nunca, se críen en el cinismo, la incredulidad y el estar de vuelta de todo antes de llegar a ningún lado, subyace una condición natural que los mayores, por desgracia, van olvidando tan poco a poco que no consiguen recordar en qué vaqueros se la dejaron: que el ser humano come, duerme y trabaja para vivir, pero vive para soñar.

Soñamos con conseguir un contrato como dibujante, con comprarnos un coche, con tener un niño/a y criarlo/a para que sea una buena persona, con conquistar a esa chica que nos alegra las noches en vela con el recuerdo de una sonrisa, o con no perder nunca a la chica a la que ya hemos conquistado (a veces no sé qué es más difícil, si matar al dragón o conservar el tesoro que guardaba), con volver a ver a un amigo que está lejos, con encontrar ese regalo que tanta ilusión le hará a alguien a quien queremos, con cosas tan insignificantes como que llegue el día del mes en que sale nuestro comic favorito o el estreno de esa peli o la salida de ese disco a los que tenemos echado el ojo desde hace meses…

Sea lo que sea, lo importante es tener siempre una ilusión. Porque no tenerla implica no ser más que un muerto en vida.

A veces los estrangularía a todos, pero en ocasiones esos locos bajitos son lo mejor para recordarle a uno lo que significan las palabras que de verdad importan…

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