Rodada
en inglés con un reparto extranjero, encabezado por Naomi Watts y
Ewan McGregor, se trata de una producción 100% española que maneja
uno de los presupuestos más elevados de la historia de nuestro cine:
30 millones de euros. Una cifra, por otro lado, ciertamente modesta
para los estándares de la industria estadounidense (contra la que competirá en las pantallas norteamericanas a partir de diciembre). De ahí que lo
primero que llama nuestra atención en “Lo imposible” es lo
maravillosamente bien hecha que está desde el punto de vista
técnico. Resulta fascinante comprobar cómo Bayona y su equipo han
logrado ejecutar una superproducción plagada de enormes sets y
grandiosas escenas de efectos especiales con un presupuesto que no
llega a la octava parte del coste de producción estimado del último Batman de Christopher Nolan.
Especialmente
impactante es la escena, casi al inicio del film, en que la
gigantesca ola se interna tierra adentro destruyéndolo todo a su
paso. Ya habíamos visto algo muy parecido en los primeros compases
de “Más allá de la vida” de Clint Eastwood, pero no me tiembla el pulso al teclear que la forma en que Bayona visualiza la
catástrofe me ha parecido superior a la propuesta por el artífice
de “Sin perdón”. Con todo, el estilo del catalán es tan pulcro
y detallista como impersonal, y es difícil reconocer en “Lo
imposible” una identidad autoral concreta: Bayona es un artesano
refinado que aún no ha encontrado una voz propia. Mención aparte
merece la soberbia fotografía a cargo de Óscar Faura, que repite
con el director tras su satisfactoria experiencia conjunta en “El
orfanato”.
Más
allá de esta excelencia formal, “Lo imposible” es una película
cuyo libreto se lo juega todo a una sola carta, la emocional. Lo cual
implica, por supuesto, un despliegue constante de estrategias
narrativas que logren ponernos el tan ansiado nudo en la garganta. Y
si ya la propia historia real en que se basa el film es un material
de alto octanaje dramático (una familia disgregada que hará todo lo
posible por reencontrarse en medio de un paisaje dantesco), el
permanente subrayado musical, la indudable adorabilidad
de los críos protagonistas (inmenso acierto de casting) y las tablas
de una Naomi Watts que (una vez más) ofrece una interpretación
espléndida, lo ponen todo de su parte para que los últimos minutos
de proyección vengan acompañados del reconocible sonido de los
espectadores sorbiéndose los mocos y sacando los kleenex del
bolsillo. En ese sentido, “Lo imposible” es una pedrada directa
al corazón.
No
obstante, abandonada la sala le sobreviene a uno la impresión de que
tal vez le hayan vendido la moto (fully equipped,
además), porque no hay tras el film ningún tipo de coartada
intelectual, ningún atisbo de una posible lectura (digamos) cerebral
que aporte siquiera un gramo de revelación o cuestionamiento
filosófico/moral al calvario de esta familia elegida arbitrariamente
por los caprichosos hados para sufrir y llorar y sangrar y
desesperar. La descripción de personajes es tan aséptica como se
precisa para no dejar fuera de juego a ningún espectador
potencial, y el guión se ciñe a los tópicos universales sobre el
amor entre padres e hijos para apuntalar la sinécdoque que consiga
representar a todas las familias en una sola. Todo medido, contado y pesado para obtener una reacción emocional muy concreta por parte de la mayor cantidad posible de público.
Pero no nos engañemos: frente a ese 5% de inconformistas que tildarán al trabajo de Bayona de sensiblero y manipulador (porque lo es) habrá un 95% de espectadores satisfechos que saldrán del cine reconciliados con la vida y con el pecho henchido de buenos sentimientos. En las plazas de toros por mucho menos te llevas las dos orejas y el rabo.
Pero no nos engañemos: frente a ese 5% de inconformistas que tildarán al trabajo de Bayona de sensiblero y manipulador (porque lo es) habrá un 95% de espectadores satisfechos que saldrán del cine reconciliados con la vida y con el pecho henchido de buenos sentimientos. En las plazas de toros por mucho menos te llevas las dos orejas y el rabo.
2 comentarios:
Lo Imposible es una película eficaz y muy solvente, pero no es una "gran película". Es un producto bien diseñado y presentado que juega en la primera división de las superproducciones con el presupuesto del Levante, y a mí eso me parece digno de aplaudir.
Ojalá la mayoría del cine español fuera así (o como Los Otros, o como Tadeo Jones, o como Buried, o como EVA), es decir, buenos productos de consumo que te dejan satisfecho, aunque no sean la película de tu vida. Lo prefiero a lo que ha imperado hasta ahora: una industria basada en el "cine autoral" de unos pocos, inexportable e imposible de rentabilizar, que ha parasitado ayudas públicas sin ofrecer nada cambio al público.
Bastante de acuerdo en todo, David. Se ve que cuando se intenta hacer cine de calidad con vocación comercial, en España no sólo se puede, sino que la taquilla responde (siempre que la campaña promocional sea masiva, claro). Yo creo que el estado ideal de la industria es que las cintas (digamos) mayoritarias como "Lo imposible" convivan con otras más personales. El problema es que hay mucha basura con coartada autoral que nunca debería haber visto la luz...
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