"El ser humano sólo tiene un arma realmente efectiva: la risa"
Mark Twain
En términos de
expresión artística, no creo que exista manifestación más rotunda
del éxito o el fracaso que la risa o el silencio del público que
asiste a un monólogo humorístico, y es por ello que siento un
profundo respeto hacia los monologuistas profesionales. Esa gente
sube al escenario en compañía de su texto y su mayor o menor
capacidad para recitarlo, nada más, y se enfrenta sin escudo ni armadura al escrutinio
despiadado e ininterrumpido de los asistentes. Y eso es todo: sin
distracciones artificiosas ni efectos especiales ni chicas ligeras
de ropa que desvíen la atención del público si acontece la
debacle. Al contrario que en otras manifestaciones culturales, en el
caso de los monólogos no existe el efecto “grower”: si un
chiste no es gracioso medio segundo después de contarlo, si el
público no reacciona inmediatamente, lo mejor que te puede pasar
como profesional del ramo es que la tierra se abra y te trague,
porque las risas que esperabas cosechar con ese gag ya no se
escucharán jamás. Y no harán falta audímetros o encuestas a
posteriori para saber si el show ha funcionado bien o mal: es algo
que se percibe, se palpa, mientras el espectáculo está todavía
en curso.
Como yo no soy
una persona especialmente graciosa (leo mejor de lo que escribo y
escribo mejor de lo que hablo, así que ya me diréis...), siempre he
creído que el don del humorismo en directo, así, a bocajarro,
debería ser una de las más preciadas posesiones del ser humano.
Porque no sé si los animales tienen sentido del humor (las hienas se
ríen, sí, aunque a veces dudo que hayan entendido el chiste), pero
está claro que ésa es una de las cualidades que hacen al hombre la
asombrosa criatura que puede llegar a ser.
Eso ha sido espantosamente
cursi, lo sé.
Mi madre sostiene que el modo más sencillo de conquistar a una
mujer es hacerla reír. Que las chicas jamás se cansan de un hombre
que sabe tenerlas siempre al borde de la carcajada. Sospecho que si
últimamente me lo recuerda más a menudo de lo habitual es porque
está deseosa de tener nietos y percibe que un servidor no está
haciendo todos los esfuerzos necesarios para alcanzar dicho objetivo.
Pero sí, creo que tiene razón: cuando consigo hacer reír a una
mujer atractiva me siento tan irresistible como Han Solo.
Me pregunto
entonces cómo se sentirá Goyo Jiménez cada vez que se sube a las
tablas de un teatro y logra, él solito, sin más ayuda que su voz y
su lenguaje corporal, que cientos de personas se rían a mandíbula
batiente durante casi dos horas. Tuve la enorme suerte de verlo
actuar el pasado jueves en el Teatro Principal de Santiago de
Compostela y todavía no salgo de mi asombro. Sabía que Goyo era un
tipo divertido porque he visto (creo) todas sus actuaciones en “El Club de la Comedia”; ese programa que da tumbos por las cadenas
nacionales sin que nadie se preocupe por verlo el día en que se
emite por primera vez, pero que tanto nos alegra la vida a algunos
cuando pillamos una reposición inesperada una tarde tontorrona de domingo y
descubrimos que hay un Leo Harlem o un Berto Romero interpretando
alguno de sus mejores monólogos. Precisamente por eso mismo (haber
visto todas sus intervenciones televisadas) pensaba que el show en
vivo de Goyo, “Al fin solo”, no podía sorprenderme. Ni siquiera
me preocupé demasiado por hacerme con una entrada (si lo hubiese
hecho, posiblemente habría leído la frase “inédito en TV”
bien visible en el cartel anunciante): fue J. (mayúscula) quien me
la regaló e insistió incansablemente para que lo acompañase esa
noche al teatro. Y, sinceramente, no creo que pueda estarle más
agradecido.
¿Cuándo fue la
última vez que lloraste (literalmente) de risa? ¿Recuerdas la
última ocasión en que has pasado 120 minutos seguidos riendo sin parar
más que para tomar aire? Con lo apocalípticamente mal que están
las cosas... [rápido ejercicio empírico: abre una nueva ventana de
tu explorador de internet y consulta online tu saldo bancario; luego
comprueba las últimas noticias nacionales e internacionales en la
web de tu periódico habitual y, finalmente, enciende la tele,
sintoniza una cadena que transmita en abierto e intenta ver más de 5
minutos de programación sin que te entren ganas de subirte a un
campanario con un rifle de francotirador y disparar a la cabeza a
ciudadanos anónimos escogidos aleatoriamente: ¿convencido?]... con
lo apocalípticamente mal que están las cosas, decía, que un señor
alto, calvo y con barba sea capaz de tenerme dos horas sumergido en
la terapéutica marmita de la risa compulsiva, sin ayuda de sustancias exógenas y
usando como únicas herramientas su ingenio y su carisma, me parece
un auténtico milagro.
Del show en sí
mejor no diré nada. Porque, qué leches, es “inédito en tv”
y no voy a ser yo el que se cargue el curro de Goyo destripando aquí
el contenido de su actuación. Lo mejor es que vayáis vosotros
mismos a disfrutarlo; seguro que hay alguna fecha anunciada cerca de
vuestra localidad. Y que no os eche para atrás el precio de la entrada: para lo que ofrece, “Al fin solo” es un
espectáculo realmente barato. Un éxito absoluto.
3 comentarios:
Pues sí, los monologuistas son gente digna de admiración, sobre todo cuando ellos mismo escriben sus propios textos, como es el caso de Goyo Jiménez o Dani Rovira (para mí, los dos mejores a día de hoy, porque pese a mi devoción por Berto, lo considero mejor humorista televisivo que monologuista).
Hablando de monologuistas, como nunca te he visto comentarlo por aquí, no sé si habrás visto la serie de Louie, pero si no es así, sospecho que te va a encantar. Para mí es el humor más fresco y transgresor que se ha hecho en TV desde... Ni idea. En realidad es difícil de comparar con cualquier otra cosa.
Totalmente de acuerdo con tu apreciación sobre los monologuistas. Lo cierto es que hay que echarle un par.
Yo tengo devoción por Leo Harlem, me parece un puto crack. Tiene un par de monólogos realmente antológicos, de lo mejor que he oído en mi vida (el de los deportes y el del alcohol) y sobre todo la genial y verborreica forma de contarlos. También me encanta Berto Romero y Joaquín Reyes. A Goyo, le he visto poco, pero recuerdo algunos muy graciosos sobre los americanos y las películas de Hollywood y tal. A ver si recala por aquí y nos podemos escapar. La última vez que fui al teatro hace ya más de 2 años a ver precisamente a otros humoristas con los que me parto la caja a base de bien: Faemino y Cansado. Muy grandes.
Saludos camarada!!
David GB: a mí es que el monólogo de Berto que he enlazado en la entrada me parece una maravilla. La primera vez que lo vi acabé rodando de risa por el suelo. No he visto "Louie", pero una amiga que vivía en EE.UU. me habló de ella cuando empezaron a emitirla allí; como no encontraba subtítulos en castellano la dejé en la lista de "pendientes" y hasta hoy... Me apunto tu recomendación.
Charlie: con Leo Harlem me lo paso genial, pero tengo que reconocer que Goyo tiene ese punto friki-cinéfilo que me pierde. Joaquín Reyes me gusta mucho más en su salsa (chanando, muchacheando y demás) que en su faceta de monologuista (digamos) puro. A Faemino y Cansado sí que no les sigo la pista, aunque he oído hablar muy bien de ellos.
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