Lo cierto es que no tenía pensado comprar el primer tomo de “El héroe”, la última propuesta viñetística del ourensano David Rubín, hasta que leí las elogiosas reseñas que lo situaban como una de las lecturas imprescindibles (nacionales e internacionales) en lo que llevamos de año.
La faceta de Rubín como autor de historias cortas siempre me ha parecido algo tremendista y poco pudorosa a la hora de situarse a sí mismo como eje principal (o al menos motor inicial) de sus relatos. Supongo que es parte del proceso autoral (todo lo que lleva su firma, al fin y al cabo, se basa en sus sentimientos y percepciones), pero reconozco que este recurso me resultó algo pretencioso en “El circo del desaliento” y más incluso en su “Cuaderno de tormentas”. Visualmente, no obstante, Rubín siempre ha manifestado una intuición certera para la composición de página y una innegable fuerza en el trazo, influenciado en un principio por Mike Mignola para ir progresivamente acercándose a un equilibrado compendio entre Jeff Smith (de gruesa línea cartoon) y Paul Pope (de virtuosa narrativa, dinámica y nerviosa).
Ajeno a las limitaciones espaciales que suponen las historias cortas y la presencia de un autor partícipe del relato (apenas una página autobiográfica a modo de prólogo), “El héroe” supone el esfuerzo más ambicioso y también más redondo de Rubín hasta la fecha. Enriqueciendo el concepto del semi-dios griego Hércules y sus doce trabajos con referencias de lo más ecléctico (de los super-héroes de Jack Kirby al “Dragon Ball” de Akira Toriyama pasando por soluciones narrativas propias de los videojuegos), todo parece tener cabida en esta ultimatización (en el sentido marvelita de la palabra) del canon mitológico. "El héroe” es un tebeo de supertipos con alma, inspirado en el hecho indiscutible de que el concepto super-heroico no es más que la revisión que la sociedad actual ha hecho del panteón grecorromano (ya lo decía M. Night Shyamalan en su mejor película, “El protegido”).
Simbólicamente enfrentado contra un ejército de supermanes clónicos, el Heracles propuesto por Rubín busca su propia identidad más allá de la imagen acartonada (el cliché) que quienes lo rodean proyectan sobre él. Una reflexión interesante que, doce pruebas mediante, me ha recordado en el sentido inverso al “All-Star Superman” de Grant Morrison y Frank Quitely: mientras los escoceses pretendían (y lograron) devolver a la gran S su sentido de la maravilla original (situándolo por encima de todos sus imitadores y sucedáneos) al buscar al héroe desde de la persona, el gallego intenta distanciar a su personaje del vulgar arquetipo encontrando a la persona desde del héroe.
Pena que Rubín no posea la exuberante capacidad de Grant Morrison para llenar los intersticios del guión con las más variopintas extravagancias surgidas de su fecunda imaginación, porque el desarrollo de esta idea germinal sabe por momentos a poco, mientras que las numerosas escenas de acción sí logran derrochar diversión y desparpajo en cada página, haciendo del aspecto visual, en última instancia, la más apreciable virtud del tebeo.
Queda, por suerte, un segundo tomo por ver la luz, en el que la apuesta argumental subirá inevitablemente de nivel y se confirmará este “El héroe” como un gran tebeo patrio de acción y aventuras o como ese esforzado intento de trascendencia super-heroica que, como suele decirse, pudo haber sido y no fue.
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