domingo, julio 25, 2010

Exceso de gravedad

Desde hace unos años sigo con gran entusiasmo la carrera como dibujante y guionista de comics de Manu Larcenet. Lo conocí gracias a su soberbio trabajo en los primeros álbumes de “Los combates cotidianos” e inmediatamente se produjo un súbito flechazo entre el abajo firmante y la obra de este francés regordete y simpático, amante del punk y los animales, que un día me invitó a salchichón durante el festival de la BD de Angoulême (para un par de buenas anécdotas que tengo, permitidme que las repita hasta la saciedad al más puro estilo abuelo cebolleta, please; otro día, si eso, os cuento cómo me colé en una fiesta privada de Manu Chao).


El problema que le veo a la trayectoria de Larcenet es que, cuanto más éxito cosecha como autor completo, cuanto más se eleva su categoría como dibujante y narrador gráfico, más intencionadamente trascendentales se vuelven sus guiones, como queriendo demostrar que el tío es ante todo una persona muy culta y muy sensible. Un artista, vamos. Y a mí, precisamente, lo que más me gustaba de Larcenet (el Larcenet de esos primeros “Combates cotidianos” o el de la superlativa “La línea de fuego: una rocambolesca aventura de Vincent Van Gogh”) era esa capacidad inaudita para, sin apenas darte cuenta, hacerte pasar de la risa al nudo en la garganta sin aspavientos, como si fuese lo más natural del mundo.


Hace un par de meses se publicó en nuestro país, de la mano de Norma Editorial, el primer volumen (un tomo de 200 páginas) de su nueva serie, “Blast”. La trama nos presenta a Polza, un hombre increíblemente gordo (el título de este primer número es precisamente “Bola de grasa”, en referencia al físico del protagonista), retenido en una comisaría de policía por alguna razón que el lector desconoce (¿un asesinato, tal vez?). Durante el interrogatorio al que Polza se verá sometido por dos agentes de la ley comenzaremos a descubrir algo más sobre el pasado y las motivaciones de este interrogante humano que tiene como meta en la vida reencontrarse con un momento de gozosa enajenación mental bautizado como “blast” y que se asemeja a un cruce de tripi de mescalina y ataque epiléptico sazonado con visiones de moáis de la Isla de Pascua.


Con un argumento tan original y una plasmación gráfica absolutamente deliciosa (¡qué bien le sienta el blanco y negro al expresivo trazo de Larcenet!), se echa en falta, como decía antes, una mayor ligereza en los diálogos entre personajes y en las reflexiones, excesivamente ampulosas y profundas, del personaje principal. Puliendo ese no-tan-pequeño inconveniente nos encontraríamos ante un tebeo realmente importante.


Por lo de ahora, pues, “Blast” se queda un par de peldaños por debajo de sus objetivos por no saber deshacerse de una excesiva gravedad en la forma en que se aborda el material de partida. Serán los sucesivos volúmenes de la colección quienes determinen si este nuevo título se encontrará finalmente entre lo más granado de la producción del francés o si, por el contrario, se quedará en un “quiero y no puedo” estéticamente irreprochable.

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