Es curioso cómo funcionan las modas. No me refiero a un nivel estrictamente comercial (lo que vende) sino a cómo afectan a los propios creadores (cómo se adaptan éstos a lo que vende). El caso de “Scott Pilgrim”, editado originalmente por Oni Press y publicado en su versión española por Random House Mondadori, es un buen ejemplo de ello.
Tal vez consciente de lo difícil que es combinar el ser canadiense, el estar relativamente limitado para el dibujo anatómicamente correcto, el no tener nada nuevo que contar y el aspirar a convertirse en un autor de comics best-seller, Bryan Lee O’Malley ha optado por el camino Wachowsky: ése que dice que si sabes de dónde robar ideas y, más importante aún, si tienes una buena batidora turmix, seguro que llegas a algún lado. Así que O’Malley, ni corto ni perezoso, ha cogido unos cuantos elementos fácilmente reconocibles por la muchachada actual (la música rock, una estética manga-cartoon deudora de Jamie Hewlett, los video-juegos y el argumento de cualquier shojo de baratillo) y se ha plantado como un nombre propio a tener en cuenta en el mercado comiquero actual.
Con un slice of life: tócate los cojones.
Poco importa que su “Scott Pilgrim” no tenga ni por asomo el brío narrativo de un Alex Robinson, ni la gracia de un Manu Larcenet (¡más quisiera!), ni un diseño de personajes a la altura del peor Craig Thompson. Porque “Scott Pilgrim” tiene algo difícilmente identificable que lo convierte en el comic de moda, en lo más cool del momento, sin ser siquiera una lectura claramente convincente: "Scott Pilgrim" conecta.
Las aventuras de este aspirante a estrella del rock que debe batirse en combate (al más puro estilo Dragon Ball y con items RPG’eros de regalo al finalizar la contienda) con los siete malvados ex-novios de su amada Ramona, que convive y comparte cama con un mordaz compañero de piso gay y que debe resolver sus propios problemas con novias pasadas; las aventuras de Scott, decía, tienen la capacidad de enraizarse en algo, llamémosle el sentir generacional o el pensamiento colectivo de una sociedad y una edad concretas, que logrará lo que autores con más talento, ingenio y capacidad para el dibujo jamás han logrado: vender a mansalva y conseguir que gente proveniente de distintos ámbitos (desde el manga más comercial hasta el tebeo underground más alternativo) encuentre un punto de conexión a través del cual, quizás, decida pasarse al otro lado. Si consigue esto, reciba de mi parte la más calurosa de las bienvenidas.
Ahora bien, como tebeo: divertido, graciosete, entretenido sin más.
Por cierto, que ya está en marcha una adaptación cinematográfica dirigida por Edgar Wright (“Shaun of the dead”, “Hot fuzz”) y protagonizada por Michael Cera (el enternecedor noviete pardillo de “Juno”) y Mary Elizabeth Winstead (aquella deliciosa muchacha vestida de cheerleader en “Death Proof”), así como un videojuego desarrollado por Ubisoft que se presupone hará su aparición acompañando a la peli de marras.
No está mal para el amigo O’Malley. Nada mal.
2 comentarios:
Aquí me has tocado la fibra sensible, porque AMO a Scott Pilgrim. Es realmente un cómic muy desenfadado, pero tiene magia. Es cierto que como autor, Brian Lee O'Malley no llegue al nivel de muchísimos otros, pero consigue conectar con el lector (hablo de mi caso particular, por supuesto). Es como hablar de Spielberg, no tiene el talento que puedan tener otros directores, pero sabe conquistar a cualquier tipo de espectador.
Además, me gusta como enlaza una historia de una relación entre dos personas normales con un universo con unas reglas absurdas.
Recomiendo encarecidamente leerlo en inglés.
Lo que no le veo es mucho futuro a la película. Un error enorme coger a Michael Cera. Scott Pilgrim es un guaperas sin coco, un Son Goku canadiense, no un niñato con cara de retrasado. Sí, no me gusta Michael Cera.
Como sólo he leído lo publicado en España, mis juicios tienen visos de endulzarse, claro. Personalmente creo que las virtudes de "Scott Pilgrim" son todas, digamos, subjetivables: es desenfadado, carismático, bastante friki y se tira a la piscina intentando marcianadas siempre que puede. Pero eso no quita que no haga alarde de grandes diálogos (aunque a veces tengan su chispa), personajes complejos ni, desde luego, un gran dibujo. Todos los personajes se parecen demasiado y a veces tienes que fijarte para distinguir quién es quién y además narrativamente hay cosas que no me funcionan. Me parece un tebeo entretenido, divertido a ratos, empático... pero nunca lo consideraría una gran obra. Aún así, entiendo que guste (no como otros comics de éxito que me dan cien patadas).
Lo de Michael Cera: desde luego no es el Scott del comic. Yo, pese a lo blasfemo que pueda sonar, me lo imagino más como un Ashton Kutcher adolescente... que ya sé que dan ganas de mazarlo a hostias, pero es que a Scott también habría que darle unas cuantas. Michael Cera me gustó en "Juno", donde la cara de retarded le venía que ni pintada, pero tampoco le sigo la pista más allá...
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