Vistas cuatro de las cinco películas que integran, a día de hoy, la filmografía de Paul Thomas Anderson (PTA para los amigos), está bastante claro que el hombre no tiene ningún reparo en mostrar abiertamente sus influencias. No he visto “Sydney”, su primer film, pero es más que obvio que “Boogie nights” es el trabajo de un profundo admirador de Martin Scorsese y que “Magnolia” bebe directamente del cine de Robert Altman. Ambas son películas formidables, densas, quizás henchidas de megalomanía (sobre todo “Magnolia”) pero absolutamente fascinantes. “Punch-drunk love”, su cuarto trabajo como director, es una indescriptible ¿comedia? esquizofrénica que me dejó, pese a su pulcritud formal, sumido en la más absoluta indiferencia, debido quizás a que en esta ocasión el bueno de PTA no se apropió del libro de estilo de ninguno de los grandes (que yo sepa), y le salió una cinta aburrida y sin personalidad.
Para su nuevo film, “There will be blood” (inexplicablemente traducido aquí como “Pozos de ambición”, con lo fácil que hubiera sido titularlo “Correrá la sangre”), PTA parece haber recordado la máxima que citaba Edward Furlong al final de “American History X” y que le ayudó a gestar sus dos mejores trabajos (hasta ahora): “si alguien lo ha hecho mejor de lo que tú sabrías hacerlo, cópiale”. Y esta vez ha copiado al más grande: Stanley Kubrick. Lo diré de nuevo, sólo por el placer de decirlo: STANLEY KUBRICK. Todo en “There will be blood” evoca positivamente la obra (maestra, en general) del director de “2001: una odisea en el espacio”.Desde sus diez primeros minutos, casi mudos, tremendamente físicos, se pone en evidencia el inmenso cuidado formal con que ha sido tratada la historia de Daniel Plainview, buscador de petróleo en la árida California de principios del siglo XX interpretado por Daniel Day-Lewis, que ha vuelto a recordarnos que “no estaba muerto, estaba de parranda” (o en su zapatería en la Toscana, que para el caso es lo mismo).
Porque si detrás de la cámara el protagonista es el espíritu del demonio Stanley, poseyendo el cuerpo de PTA (nuestra Reagan de excepción), frente a la cámara prácticamente todo el peso del espectáculo cae sobre los hombros de un Day-Lewis que si no hace aquí el papel de su vida tal vez sea porque este señor ya ha hecho demasiados de esos (quizás para compensar la existencia de Steven Seagal, quién sabe), logrando una interpretación arrolladora, cargada de excesos hasta transformar la sobreactuación en virtud; de las que quedan escritas con letras doradas en la historia del cine, como aquel Jack Torrance de Jack Nicholson o el Alex de Malcom McDowell (ya veis por dónde van los tiros…). Pese a las simpatías personales de cada uno (soy de los que creen que Viggo Mortensen y Johnny Depp aún tienen mucho reconocimiento por recibir), estaba bastante claro quién se llevaría el galardón al mejor actor principal en la reciente edición de los Oscar.Pero, sorprendentemente, Day-Lewis no está solo en su genialidad. Porque la némesis de su personaje, el sacerdote de la Iglesia de la Tercera Revelación Eli Sunday, se nos presenta encarnado en un Paul Dano que cambia radicalmente de registro (la última vez que lo vimos era un introvertido adolescente que había hecho voto de silencio en la comedia “Pequeña Miss Sunshine”) y aparece aquí en un complicado rol que el joven actor borda hasta conseguir sentirse a gusto frente a esa fuerza de la naturaleza que es su partenaire. Lo cual es mucho decir.
Y la lista de virtudes no parece detenerse.
Pero ya no hay entradas. Han volado en cuestión de horas.
Mi idea original era ver un capítulo al día (con el fin de alternarla con el visionado de otra serie, “Damages”, y así ir cubriendo la terrible espera por los nuevos capítulos de “Lost”), pero me enganché con el primero y no pude parar hasta ver los seis de un tirón. Lo cual es totalmente lógico si tenemos en cuenta que en ese primer episodio se encuentra el descacharrante gag con la palabra “team” (“equipo” en inglés) que casi me hizo llorar de risa.
Los hermanos Cohen, director bicéfalo que ya firmó peliculones como “El gran Lebowsky”, “Muerte entre las flores”, “Fargo” o “El hombre que nunca estuvo allí”, dejaban las comedias alocadas (tras resultados irregulares) y volvían a ponerse serios. Más que nunca.
5-“No es país para viejos” no dejará indiferente a ningún espectador. Yo no conozco a nadie a quien pueda recomendársela con la impresión inequívoca de que le gustará. A mí me ha parecido sobresaliente, pero en este caso, más que nunca, eso es personal e intransferible.









