miércoles, febrero 27, 2008

Kubrick lives!

Si fuera un asesino en serie, Paul Thomas Anderson sería un “copycat”. Para los que no hayáis visto la película homónima que protagonizaron Sigourney Weaver y Holly Hunter en los 90 (o no hayáis estudiado criminología), diré que el término “copycat” designa a un asesino que mata siguiendo el modus operandi de otros psicópatas. En la peli de marras, el malo iba recreando los crímenes de gente como Ed Gein, Jack el Destripador, o John Wayne Gacy con escrupulosa exactitud.

Vistas cuatro de las cinco películas que integran, a día de hoy, la filmografía de Paul Thomas Anderson (PTA para los amigos), está bastante claro que el hombre no tiene ningún reparo en mostrar abiertamente sus influencias. No he visto “Sydney”, su primer film, pero es más que obvio que “Boogie nights” es el trabajo de un profundo admirador de Martin Scorsese y que “Magnolia” bebe directamente del cine de Robert Altman. Ambas son películas formidables, densas, quizás henchidas de megalomanía (sobre todo “Magnolia”) pero absolutamente fascinantes. “Punch-drunk love”, su cuarto trabajo como director, es una indescriptible ¿comedia? esquizofrénica que me dejó, pese a su pulcritud formal, sumido en la más absoluta indiferencia, debido quizás a que en esta ocasión el bueno de PTA no se apropió del libro de estilo de ninguno de los grandes (que yo sepa), y le salió una cinta aburrida y sin personalidad.
Para su nuevo film, “There will be blood” (inexplicablemente traducido aquí como “Pozos de ambición”, con lo fácil que hubiera sido titularlo “Correrá la sangre”), PTA parece haber recordado la máxima que citaba Edward Furlong al final de “American History X” y que le ayudó a gestar sus dos mejores trabajos (hasta ahora): “si alguien lo ha hecho mejor de lo que tú sabrías hacerlo, cópiale”. Y esta vez ha copiado al más grande: Stanley Kubrick. Lo diré de nuevo, sólo por el placer de decirlo: STANLEY KUBRICK. Todo en “There will be blood” evoca positivamente la obra (maestra, en general) del director de “2001: una odisea en el espacio”.

Desde sus diez primeros minutos, casi mudos, tremendamente físicos, se pone en evidencia el inmenso cuidado formal con que ha sido tratada la historia de Daniel Plainview, buscador de petróleo en la árida California de principios del siglo XX interpretado por Daniel Day-Lewis, que ha vuelto a recordarnos que “no estaba muerto, estaba de parranda” (o en su zapatería en la Toscana, que para el caso es lo mismo).

Porque si detrás de la cámara el protagonista es el espíritu del demonio Stanley, poseyendo el cuerpo de PTA (nuestra Reagan de excepción), frente a la cámara prácticamente todo el peso del espectáculo cae sobre los hombros de un Day-Lewis que si no hace aquí el papel de su vida tal vez sea porque este señor ya ha hecho demasiados de esos (quizás para compensar la existencia de Steven Seagal, quién sabe), logrando una interpretación arrolladora, cargada de excesos hasta transformar la sobreactuación en virtud; de las que quedan escritas con letras doradas en la historia del cine, como aquel Jack Torrance de Jack Nicholson o el Alex de Malcom McDowell (ya veis por dónde van los tiros…). Pese a las simpatías personales de cada uno (soy de los que creen que Viggo Mortensen y Johnny Depp aún tienen mucho reconocimiento por recibir), estaba bastante claro quién se llevaría el galardón al mejor actor principal en la reciente edición de los Oscar.

Pero, sorprendentemente, Day-Lewis no está solo en su genialidad. Porque la némesis de su personaje, el sacerdote de la Iglesia de la Tercera Revelación Eli Sunday, se nos presenta encarnado en un Paul Dano que cambia radicalmente de registro (la última vez que lo vimos era un introvertido adolescente que había hecho voto de silencio en la comedia “Pequeña Miss Sunshine”) y aparece aquí en un complicado rol que el joven actor borda hasta conseguir sentirse a gusto frente a esa fuerza de la naturaleza que es su partenaire. Lo cual es mucho decir.

Y la lista de virtudes no parece detenerse.

La banda sonora de Johnny Greenwood (componente de Radiohead, una de las bandas de rock más importantes de las dos últimas décadas) no sólo es excelente, sino que se acopla a las imágenes con una inteligencia prodigiosa, consiguiendo ponernos los pelos como escarpias y recordando (una vez más) al modo en que Kubrick utilizaba la música en sus películas: no sólo como mero embellecimiento, sino como arma narrativa por pleno derecho.

El diseño artístico y la fotografía son inmejorables. Aunque la Academia decidió premiar en la primera categoría la imaginería oscura de "Sweeney Todd" (excelente, es cierto, pero más de lo mismo dentro de la filmografía de Burton), al menos tuvo la decencia de otorgarle el Oscar a la mejor fotografía a Robert Elswitt, responsable del sublime aspecto visual de “There will be blood”.

Pero toda esta perfección técnica se quedaría en un desaprovechado envoltorio si el guión, también escrito por PTA (y adaptando la novela “Oil!” de Upton Sinclair), no fuera igualmente magnífico. Y vaya si lo es. La historia de Plainview está contada desde un punto de vista frío y distante, con los diálogos justos para que no se nos escape nada, pero el cripticismo adecuado para no ponerle al espectador las conclusiones en bandeja. Incluso se permite crear un enigma donde no lo hay (la identidad del personaje de Paul Dano), utilizando la omisión de información hasta el momento justo (tenemos al principio de la película, por toda respuesta, una mirada de Daniel Plainview a su hijo, y cada cual entenderá lo que quiera hasta que al final se nos revele, sin ningún tipo de aspavientos, la realidad del asunto). La narración sigue a la perfección el modelo de “estudio del personaje” que ya se vio en “Ciudadano Kane” o “El aviador”, mostrando la evolución obvia de un individuo por cuyas venas corre petróleo y que alimenta sus noches soñando con unas riquezas que jamás ha pensado disfrutar. Que nadie se engañe: al igual que las películas antes citadas, no hay paz ni redención aguardando en el horizonte californiano que habita Plainview. Esto no es un cuento de Dickens, sino auténtico cine de terror. Y al final, como reza el título original (y la lógica interna del relato), correrá la sangre.

El último plano antes de los créditos supone el cierre perfecto para una película gigantesca (en todos los aspectos) que comienza oliendo a la misma tierra excavada en las trincheras de “Senderos de gloria” y termina con el regusto cítrico de una “naranja mecánica”. Una película que, pese a haber sido perpetrada por un suplantador, es como esos cuadros pintados por imitadores de Van Gogh que ya no se distinguen del original, rozando la perfección en cada milímetro de lienzo.

1 comentario:

Merche dijo...

Yo no era creyente hasta que conocí el cine de Paul Thomas Anderson (allá por los tiempos de Magnolia). Si encima se le une un actor tan genial (por decir uno de los muchos adjetivos admirativos que se me ocurren con este tipo) como Daniel Day-Lewis, el resultado sólo puede ser algo tan maravilloso como There will be blood.
SPOILER
Secuencias inolvidables, como el largo y complejo arranque que, sin decir ni mu, te definen al personaje principal. El incencio del pozo que, en el medio de la película resumen ésta y marcan la definitiva caída de Plainview y las más famosas del bautismo o la bolera, forman parte ya de la historia del cine, con una puesta en escena para quitarse el sombrero.
La fotografía y la música, están a juego con una peli en estado de gracia.

Lo dicho: Que los Dioses el Olimpo, acojan a PTA en su seno.