Para quien "comic" es sinónimo de infantilismo, vacuidad y niños gordos con granos llevando en sus cabezas esas horribles cintas ninja de "Naruto", deciros que hay más madurez en un tira de "Calvin y Hobbes" que en el 90% de lo que veis, oís y léeis a lo largo de cada día.
Porque su autor, Watterson, es uno de esos genios que hacen de la risa una terapia, que consiguen que lo entrañable no repita en el paladar y que lo imposible parezca fácil.
Pero es que, además, este hombre ha hecho algo que parecía impensable: al contrario que otros como Quino o Jim Davies, Watterson ha renunciado a explotar comercialmente a sus personajes, no vendiendo nunca sus derechos para hacer camisetas, muñequitos o series de animación, en un acto impropio de los mercantilistas tiempos en que vivimos, y siendo siempre consecuente con la filosofía de sus personajes, que tantas veces han criticado (siempre con humor) la prostitución del arte.
Tras diez largos años de publicar las andanzas de estos personajes en cientos de periódicos de todo el mundo, Watterson se retiró del comic para dedicarse a la pintura. Por más que los editores han intentado por todos los medios su regreso al noveno arte, la respuesta del genio siempre ha sido un "no" tan rotundo como definitivo. Ahora nadie sabe donde vive, y la última entrevista publicada al respecto de "Calvin y Hobbes" tuvieron que darla los padres del autor, declarando que ya estaba todo dicho y hecho.
Tal vez nos hayamos quedado sin uno de los autores más importantes de la historia del comic, pero es toda una satisfacción saber que "Calvin y Hobbes" nunca caerá en la mediocridad por la voluntad del poderoso caballero al que aludía Quevedo.
Con dos cojones, señor Watterson.
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