miércoles, abril 04, 2012

Mi nombre es gladiador

En Semana Santa las parrillas televisivas se llenan de kilométricas pelis de romanos que a veces poco o nada tienen que ver con el significado religioso de estas fechas. Pese a ser una persona de convicciones cristianas, a mi abuela el peplum que le llevaba la vida era “Gladiator”, la cinta de Ridley Scott por la que Russell Crowe ganó un Oscar como mejor actor en marzo de 2001. Por un inesperado beneficio colateral del alzheimer, mi abuela pudo ver “Gladiator” por primera vez en innumerables ocasiones. Ella recordaba vagamente lo mucho que le había gustado el film, pero cada vez que lo revisábamos juntos redescubría la venganza de Máximo Décimo Meridio y se emocionaba con cada giro de guión y con cada escena de batalla como si nunca antes la hubiera visto. No sé cuántas veces disfruté de “Gladiator” con mi abuela; sé que a ella se le humedecieron los ojos en todas las ocasiones.

De algún modo, “Gladiator” se convirtió con el tiempo en una de esas cosas que mi abuela y yo teníamos en común. Igual que hacer todos los días, durante mis años de educación secundaria, el crucigrama de “La Voz de Galicia” (y reírnos siempre con la fórmula “-Juguete de niño -Aro”, que recitábamos casi como un gag de pareja cómica al estilo Tip y Coll). Igual que debatir el domingo al mediodía acerca del último artículo de Pérez-Reverte leído unas horas antes en la revista dominical que venía con el periódico. Sí, mi abuela era una jodida groupie de Arturo Pérez-Reverte.

Esta Semana Santa se cumplen 9 años de su muerte. La de mi abuela, digo, no la de Pérez-Reverte (ése aún sigue dando guerra, para desgracia de los ministros de exteriores españoles). Vivía, desde mucho antes de que yo naciera, en el mismo edificio en que nos criamos mi hermano y yo, justo en el piso superior a la vivienda de mis padres en Pontedeume, pero se puso gravemente enferma durante un viaje a Ponferrada, a casa de una de mis tías, y allí pasó sus últimos días. Cuando recibí la noticia de su delicado estado de salud yo estaba en Pontevedra compartiendo unos días de relajación académica con mis compañeros de la universidad. Fue entonces cuando se firmó el contrato de amistad irrevocable que aún me une con dos de mis mejores amigos. Recuerdo cómo él consiguió hacer mudar mis lágrimas en una risotada catárquica formulando uno de los chistes más tontos que he oído nunca sobre el Equipo A, y cómo ella no soltó mi mano durante el largo rato que tardé en recomponerme en el umbral del restaurante donde nuestro grupo de colegas se había reunido para cenar antes de irnos a casa por vacaciones. Es curioso cómo en el momento de darle a alguien el pésame solemos utilizar fórmulas más o menos establecidas, como ésa que dice “aquí me tienes para lo que haga falta”. Aquella noche ellos estuvieron ahí para lo que hizo falta de verdad. No sé qué habría sido de mí en ese momento si no los hubiera tenido a mi lado, y sólo espero poder estar a la altura de las circunstancias siempre que ellos me necesiten “para lo que haga falta”.

Un par de días después fui con mis padres y mi hermano a Ponferrada a visitar a mi abuela, que estaba ingresada en el hospital. Como no había ninguna esperanza de recuperación por su parte, parecía natural asumir que aquello era una despedida en toda regla, un último adiós antes de dejarla marchar. Cuando entré en la habitación donde yacía tumbada en una cama, le cogí la mano y le di un beso y vi cómo abría los ojos para posar su mirada en mi rostro. A veces me pregunto si fue el efecto de todos los sedantes que recorrían su cuerpo en aquellos instantes, o el delirio pre-comatoso que confundía sus pensamientos, lo que la llevó a decir las siguientes palabras, que cualquiera podría haber interpretado como los desvaríos de una anciana moribunda, pero en mi fuero interno sospecho que eran en realidad un síntoma de la más asombrosa lucidez.

“Mi gladiator”, dijo sonriente.

El espantoso vacío que su fallecimiento instaló en el ánimo de sus familiares durante los meses posteriores fue convirtiéndose con el paso de los años en una mina de buenos recuerdos. El auténtico vacío habría sido olvidar los momentos que pasamos juntos. Por suerte sus hijos, sus nietos y desde hace un tiempo también sus bisnietos podemos recordarla contando anécdotas (“anécoras”, las llamaba ella empleando el mismo sentido del humor y el mismo gusto por el jugueteo con el lenguaje que la llevaban, octogenaria ya, a afirmar que “no todo el monte es orgasmo”) como aquélla del desconocido que carraspeó rudamente a su lado cuando se la cruzaba por la calle y ella, por no llevar el audífono puesto, confundió el gutural sonido con un saludo y respondió: “disculpe, no le había visto, muy buenos días”.

Hace 9 años que no resuelvo un crucigrama. Tampoco voy nunca a visitar su tumba. Tal vez porque no creo en la vida ultraterrena. Tal vez porque la lápida con su nombre inscrito no me recuerda los estupendos años que compartimos (mis 19 primeros, sus 19 últimos), sino los tristes días inmediatamente posteriores a su muerte. Sin duda me siento más cerca de ella cada vez que reponen “Gladiator” en televisión.

7 comentarios:

David dijo...

Bonita y emotiva entrada, "gladiator".

Gatoni dijo...

cada vez que veo Gladiator pienso en ella, y la disfruto como sé que ella la disfrutaba...
es curioso, hace poco, haciéndome con mi "kit de costura", me compré un huevo de remendar calcetines... no he remendado ni uno de mis calcetines (ni creo que lo haga) pero lo vi, lo cogí con una mano y me transportó a la salita de la abuela, las cestistas de costura guardadas en el mueble de la tele, las tijeritas, los hilos y el huevo de madera... tenerlo en la mano me relaja y me hace sonreír...

Jero Piñeiro dijo...

David: me alegro de que te haya gustado.

Gatoni: uno nunca sabe cuándo van a abordarlo los recuerdos sin previo aviso... :)

Mauricio Milano dijo...

Qué emotivo este post. De verdad, me alegro de que puedas recordarla de esta manera tan especial y solo de ustedes dos, y por tantas cosas buenas.

Un abrazo!

memé dijo...

Una reseña muy bonita y emotiva.
Me imagino que tu abuela estaría
muy orgullosa de tí.

A veces pienso que a las abuelas
habría que hacerles un monumento.

Angeles dijo...

"OLE,OLE".Podria hacer un montón de comentarios, pero los recuerdos y el corazón me van mas rápido que los dedos. Era tan alucinante que tenía ese don que hacia que todos nos sintiésemos únicos para ella .... y lo que nos gustaba

Jero Piñeiro dijo...

Mauricio, memé, Ángeles: muchas gracias por vuestros comentarios :)