“(…)
We don't need no education
We don't need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers leave them kids alone
Hey! Teachers! Leave them kids alone!
(...)”
(“Another brick in the wall, part 2” de Pink Floyd)
Parecía que el 26 de marzo no iba a llegar nunca. Ésa era la fecha impresa en mi entrada para el concierto de Roger Waters en el Palacio de los Deportes de Madrid como parte de la gira “The Wall Live 2010/2011”.
El abajo firmante estaba ilusionado como un niño y quería sacarle el máximo partido posible a la velada, así que en los días previos escuchó incansablemente el doble álbum publicado por Pink Floyd en 1979 y volvió a verse la película dirigida por Alan Parker que lo adaptaba. Teniendo la lección bien sabida, llegué a creer que el concierto no me pillaría con la guardia bajada. Que sería genial, claro, porque podría ver por fin a uno de mis músicos favoritos en directo (pena que fuese sólo Waters; la ausencia de Gilmour, Mason y Wright planearía inevitablemente como una sombra sobre el show), pero que el setlist cerrado (“The Wall” de principio a fin, en el mismo orden que en el disco) y el conocimiento detallado del argumento de la ópera rock que lo enmarcaba impedirían que me llevase demasiadas sorpresas.
Por suerte me equivoqué.
Servidor y compañía llegamos al recinto con margen suficiente para coger buen sitio en el foso (tan cerca como para no perdernos ningún gesto de Waters, tan lejos como para poder contemplar el enorme escenario en su totalidad) y conjeturamos acertadamente que aquellos ladrillos situados a ambos lados del stage eran parte del Muro que daba nombre al disco/film/espectáculo. El ex-bajista de Pink Floyd, híbrido improbable entre Richard Gere y Sergio Ramos, no hizo esperar demasiado al público (siempre se agradece que las estrellas sean puntuales; la buena educación no entiende de celebridades) y apenas unos minutos después de la hora señalada abría fuego (literalmente) con “In the flesh?” y daba el pistoletazo de salida a un show al que la palabra “concierto” se le queda pequeña.
Más que un simple recital de canciones, “The Wall Live” es una performance operística que emana rebeldía en cada acorde, palabra e imagen: combativa con el status quo político, crítica con el aborregamiento de las masas, incisiva con las corrientes ideológicas dominantes (las religiones, el capitalismo, el comunismo; Waters se la tiene jurada a todas) y radicalmente pacifista.
Su mensaje, tan simple como irrebatible, se vio potenciado por una puesta en escena y unas visuales que, sencillamente, superan ampliamente (muy ampliamente) a todo lo que un servidor haya visto al respecto en su vida. Y, aunque desde luego no soy el tipo que en más conciertos ha estado, dejar en evidencia a pesos pesados como los Rolling Stones, Iron Maiden, Kiss o Muse (que últimamente también vienen muy cargaditos de luces y pirotecnia), y hacerlo además al servicio de conceptos mucho más nobles y universales que el simple espectáculo por el espectáculo, es algo que deja huella.
Desgranar punto por punto “The Wall Live” se me antoja extenso y complicadísimo. Si en los últimos días he venido realizando en este blog aproximaciones más cerebrales al disco y a la película, reconozco que mi capacidad crítica se desvanece al hablar del espectáculo en directo. Por encima de todo, “The Wall Live” es una experiencia visceral, emocional y espiritual: la liturgia de los ateos, de los revolucionarios y de los caídos en combate.
Las canciones se fueron sucediendo una tras otra tal y como figuraba en mis predicciones (sonando todas de forma pluscuamperfecta, además), pero su sinergia con el aspecto no musical del espectáculo las elevaba a cotas insospechadas de grandeza y profundidad. Ver las conmovedoras imágenes de una niña abrazando entre lágrimas a su padre que regresaba de la guerra mientras los músicos bordaban “Vera” o tener a sólo unos metros un muñeco gigante que representaba al profesor de Pink mientras un coro de niños le gritaba amenazante “Teachers! Leave them kids alone!” es algo que supera cualquier expectativa posible. Aunque ahora no suene TAN increíble, creedme, hay que estar ahí para verlo y oírlo. Hay que vivirlo.
El concierto (me cuesta llamarlo así, de verdad) constó de dos partes. Durante la primera, el muro se iba construyendo ladrillo a ladrillo mientras Waters, que interpretaba al personaje de Pink, se hundía progresivamente en la locura y el aislamiento. La segunda parte, con el muro ya completamente levantado, trajo consigo al Pink fascista, embutido en una gabardina negra de obvias reminiscencias nazis y rodeado de oficiales que portaban banderas con el emblema de los martillos cruzados, icono perfectamente reconocible por todos los presentes.
Uno de mis momentos favoritos fue, como era de esperar, “Comfortably numb”. El solo de guitarra, interpretado por un músico situado en lo más alto del muro, sonó sublime mientras las visuales acompañaban a un Roger Waters que golpeaba el muro y lo partía en un estallido de luz que invadió las pupilas del público con millones de colores. Teníamos los ojos y la boca abiertos hasta su límite natural e incluso un poco más. La música penetraba nuestros oídos y nos transportaba a sólo-cada-uno-de-nosotros-sabe-dónde y la noche se iba escribiendo con tinta indeleble en la parte del cerebro donde el ser humano guarda el recuerdo de los mejores instantes de su vida.
Tras la fascinante “The trial”, complementada con las superlativas escenas animadas que Gerald Scarfe ideó para la película de 1982 proyectadas sobre el enorme muro blanco, el público comenzó a gritar el inevitable “Tear down the wall!” hasta que los ladrillos se desplomaron violentamente, provocando el júbilo generalizado de los asistentes. Fue entonces cuando una versión acústica e intimista de “Outside the wall” puso fin a uno de los mayores y mejores espectáculos que jamás he visto en vivo y en directo.
EDITADO: acabo de descubrir, gracias a un comentarista de la web Hipersónica, un enlace a un vídeo que contiene todo el espectáculo, convenientemente editado y en calidad HD. Pese a que no se parezca en absoluto a la experiencia de vivirlo en directo, merece mucho la pena. Podéis verlo AQUÍ.
2 comentarios:
Una pena habérmelo perdido. Que envidia...
No te preocupes, tío, que con suerte estos pájaros (los Floyd) aún se reúnen para una gira conmemorativa o algo así. Yo por ver eso sí que mataba...
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