Hacía mucho tiempo que no salía cabreado del cine.
Una cosa es salir decepcionado: acudes a ver una película con unas expectativas previas que finalmente no se cumplen e, inevitablemente, la experiencia te deja una sensación de vacío instalada en el cuerpo. Otra, esa resignada indiferencia que a uno le sobreviene tras ver una película de la que a priori no se esperaba nada y que termina siendo, directamente, mala (algo parecido a lo que me sucedió con la reciente “El equipo A”). Lo menos habitual es, ya digo, que un servidor salga del cine cabreado. Para eso hace falta algo más que decepcionarme o dejarme indiferente. Es preciso que me sienta, de algún modo, insultado. Michael Night Shyamalan lo ha conseguido.
Siempre he defendido a Shyamalan. Incluso en el caso de sus films menos afortunados (“El bosque” y “El incidente”, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión), era perfectamente perceptible su condición de autor antes que artesano; la impresión de que ese señor hacía las cosas lo mejor que sabía y que, si a uno al final acababan por no gustarle del todo, se debía a las decisiones conscientes del realizador (que, siendo perfectamente legítimas, no tienen por qué coincidir con las preferencias del espectador) y no a su incapacidad artística. Ahora bien: nunca imaginé, ni en mis más pesimistas predicciones, que Shyamalan pudiese destrozar una película del modo en que lo ha hecho con “Airbender: el último guerrero”. De ahí mi cabreo.
“Airbender”, basada en una serie televisiva de dibujos animados, parte de una premisa sencillita pero con muchas posibilidades: un universo fantástico plagado de elementos mágicos y artes marciales donde cada uno de los cuatro grandes pueblos que lo habitan puede manipular uno de los cuatro elementos (en efecto: agua, tierra, aire y fuego). Para mantener el equilibrio entre estas tribus existe desde tiempos inmemoriales la figura del Avatar (nada que ver con el film de James Cameron), una suerte de Dalai Lama capaz de valerse a un tiempo de estos cuatro elementos. Pero cuando el último Avatar se niega a cumplir con su destino y desaparece durante cien años, este equilibrio entre clanes se rompe, llegando el desastre a sus últimas consecuencias cuando el Reino del Fuego comienza una salvaje campaña de conquista que pretende someter bajo su autoridad todo el mundo conocido.
El problema, como decía, no parte de la base argumental del relato, que si bien es algo tópica, con un tratamiento adecuado podría haber dado lugar a una gran historia épica de proporciones semejantes a las de “Star Wars” o “El Señor de los Anillos” (dos magníficas sagas cinematográficas que, admitámoslo, tampoco parten de premisas mucho más intrincadas). Tampoco puede quejarse Shyamalan de que se haya escatimado en gastos para llevar este proyecto a la pantalla: los datos no oficiales hablan de, al menos, 150 millones de dólares presupuestados. Con unas cifras semejantes, Christopher Nolan acaba de desencajar la mandíbula de gran parte del público cinéfilo gracias a algunas secuencias de acción y efectos especiales rotundamente deslumbrantes (acompañadas, eso sí, de una buena historia que contar).
El gran bache insalvable, el auténtico motivo por el que “Airbender” es un fracaso artístico total, es que la película tiene uno de los peores desarrollos que he visto en mucho, mucho, muchísimo tiempo: personajes ridículos a los que uno coge tirria nada más asomar en pantalla, diálogos que provocan vergüenza ajena, cargantes voces en off que cuentan la historia en lugar de permitir que ésta se muestre naturalmente en imágenes, un casting sencillamente espantoso (los dos niños de la aldea del agua que acompañan al protagonista en su aventura dan auténtica grima y, para colmo de males, el vomitivo doblaje no contribuye en absoluto a que podamos empatizar ni un poquito con ellos), un diseño de producción digno de un Grandes Relatos de Telecinco (ya sabéis, esas fantasiosas producciones para televisión de cuatro horas de duración que se emiten los fines de semana y que generalmente dan ganas de abrirse las venas) y, finalmente, uno de los montajes más lamentables que recuerdo (y no exagero, lo juro) en toda mi vida. Aunque eso, asumo, no ha sido cosa tanto del director como de las presiones ejecutivas para recortar de algún modo la duración de la película. Si no, no me lo explico.
Y yo me cabreo, claro, porque no se trata de una cinta firmada por Roland Emmerich, Michael Bay o Uwe Boll, sino por M. Night Shyamalan, un tipo que hasta ahora había sabido construirse una filmografía atractiva y con una auténtica voz propia narrativa; un tipo que me había soprendido con “El sexto sentido” y “Señales”, deslumbrado con “El protegido” y sobrecogido con “La joven del agua” (sí, yo soy uno de esos raritos a los que la peli protagonizada por Bryce Dallas Howard y Paul Giamatti les satisfizo plenamente); un tipo que además tenía en sus manos un material de partida que, de haberse tratado con mimo, podría haber dado de sí una de las películas más estimulantes de este 2010. Y que, desgraciadamente, es un mojón de tomo y lomo.
Qué bajo has caído, Shyamalan.
4 comentarios:
Coincidimos plenamente (http://moriacity.blogspot.com/2010/08/last-airbender.html) yo basicamente digo lo mismo, pero en menos lineas... menos lo del cabreo con el director... Señales me encanta, me gusta como todas las piezas, todas las "señales" encajan al final ¿no es increible que sea el mismo director que este bodrio?
Había leído tu reseña, Marguis, pero no comenté nada en su momento porque aún no había visto la peli y... no sé, quería mantener ciertas esperanzas. Realmente resulta increíble que Shyamalan, artífice de tantas buenas películas y guionista además de director, no haya visto las innumerables flaquezas de "Airbender" a tiempo. ¿De verdad el hombre está orgulloso de lo conseguido en esta película? Me resulta difícil de creer...
Una pena. Visto lo visto. Leido lo leido y escuchado lo escuchado, la tacho de la lista a la voz de ya.
Si es que se veia venir, coño, pero siempre nos pasa igual y nos la meten cruzada...
No vale ni para ver descargada, Charlie. Un absoluta pena...
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