Ante todo, que nadie se espere que vaya a largar sobre mi vida más íntima en internet. Sería una de las últimas cosas que haría. Pero sí creo que es importante y necesario tratar el tema de vez en cuando, y hacerlo además con la conciencia tan limpia como si se tratase de cine, literatura o música. Sin complejos.
Considero que el sexo es un asunto del que rara vez se habla de forma realista y responsable (salvo en publicaciones excesivamente científicas que tienden a desdeñar la carga emocional y psicológica inherente al asunto). Como ocurre con todos los tabúes, la visión que nuestra sociedad tiene de las prácticas sexuales está totalmente deformada y, peor aún, corrompida. Mi buen amigo Link sostiene, en una de sus interesantes teorías antropológicas, que gran parte de las funciones fisiológicas humanas se han convertido en asuntos controvertidos por una cuestión de orden social: follar, mear, cagar e incluso la desnudez misma son algo que iguala a todas las castas sociales y por eso desde hace milenios es obsesión subconsciente del poderoso reducir sus manifestaciones públicas, pues de no hacerlo se mostraría en condiciones de igualdad frente a aquel que no tiene nada. Desconozco la validez sociológica de esta teoría, pero siempre me ha parecido un buen principio para un debate.
Supongo que muchos coincidirán conmigo en el mal papel que la Iglesia ha tomado en la deformación de la imagen que el ser humano moderno tiene de sus propios impulsos sexuales. Pero tampoco es mi intención hacer aquí una defensa a ultranza de las bondades del sexo. Seguro que sabéis del tema tanto o más que yo y seguro que lo disfrutáis lo mejor que podéis en vuestra intimidad.
El problema, me temo, es que fuera de la intimidad el sexo es como un gran monstruo que aterroriza a los niños desde debajo de la cama. Citando un artículo de la escritora Rosa Montero (El País Semanal nº1.701 del 3 de mayo de 2009):
“(...) Muchas de las tópicas francachelas de tipos machistas contando lo que han hecho con tal o cual chica son puras fantasías, como el pescador que relata la vez que atrapó un gran tiburón. La falta de veracidad y de transparencia hace que muchas personas sientan inseguridad con respecto a su actividad amatoria. Dudan de si lo hacen bien o mal. Sobre todo en un mundo como el nuestro, en el que estamos bombardeados por imágenes de sexo virtual, desde la televisión hasta las revistas, desde el cine hasta la literatura. A falta de testimonios fiables verdaderos, medimos nuestra intimidad con ese sexo, con esas representaciones artificiales, y puede parecernos que lo nuestro no llega a ser tan... perfecto, tan exagerado, tan circense (...)”
No podría estar más de acuerdo con Rosa Montero. Recuerdo que, siendo adolescente, el sexo representaba para mí (y supongo que para todos mis compañeros varones) una suerte de tesoro custodiado por un dragón. Creía que descubrir la sexualidad redefiniría por completo mi vida y, de algún modo, me convertiría en una especie de Sigfrido inmortal tras dar muerte a Fafnir. Viví un tiempo, como todos los mocosos pajilleros, bajo el influjo de la fiebre del oro, imaginando mi futurible vida de semental desbocado llevando a la práctica escenas rocambolescas como las que podemos ver cada día en los ejemplares de “Kiss Comix” o en cualquier publicación de Hentai. Al final (¿o fue el principio?) resultó no haber tal tesoro oculto en ninguna gruta y con lo que realmente me encontré fue con un dragón que me tenía tanto miedo a mí como yo a él, al que no quería matar y con el que no hubiera sabido practicar ninguna de esas acrobacias atléticas con las que soñaba tiempo atrás.
La culpa de todo la tiene, estoy seguro, la cultura de la imagen en que vivimos. La cual, además, nos hace creer que queremos lo que no queremos y que podemos tenerlo de una forma en que, realmente, no podemos tenerlo. Para mí es tan difícil aguantar “ma petite supernova” a lo Nacho Vidal como conducir un mini con el motor acelerado por las callejuelas de París a lo Jason Bourne. Pero, curiosamente, nos obligamos a nosotros mismos a parecernos al primero en la cama y asumimos como imposible (e innecesario) transfigurarnos en sosias del segundo en la carretera.
A colación del porno, quisiera destacar unas declaraciones del guionista Alan Moore sobre su obra “Lost girls”, extraídas de una magnífica entrevista publicada hace un tiempo en ZonaNegativa:
“(...) En un principio, lo que queríamos hacer era elevar este género al nivel en que nosotros creíamos que debería estar, porque, al fin y al cabo, el sexo forma parte de la vida cotidiana del ser humano, es algo que nos afecta a todos de un modo u otro. Otros géneros como el de terror, la serie negra o la ciencia ficción no siempre están ligados de una forma tan íntima con nuestras vidas, no tienen tanta importancia dentro de nuestras vidas. Si bien es cierto que esas historias pueden resultarnos muy emocionantes, a la hora de la verdad, la mayoría de nosotros en su vida diaria no se relaciona con criminales, ni tiene nada que ver con algún asesinato, ni acaba siendo testigo de la invasión de la Tierra por parte de unos platillos volantes… Sin embargo, todos tenemos experiencias en el campo del sexo y la sexualidad, y tenemos nuestras opiniones al respecto. Nos parecía un poco bochornoso que el único género que trata el tema del sexo y la imaginación sexual fuera algo tan mugriento y sucio, algo de lo que se disfruta en secreto sin que nadie lo sepa y que hace sentir a la gente muchísima vergüenza, y que carece de unos estándares mínimos de calidad. Nos daba la impresión de que nuestra cultura produce un tipo de pornografía bastante exagerada, perturbadora y desasosegante a muchos niveles; una pornografía que resulta visualmente impresentable, moralmente impresentable, políticamente impresentable… Lo cierto es que encontrábamos muy pocas cosas buenas que decir sobre este tipo de porno. Me refiero, sobre todo, a las películas y fotografías pornográficas; los medios habituales a través de los cuales este género se nos presenta a día de hoy (...)”
No es de extrañar que, debido a todo lo antes expuesto, la imagen de una mujer arrodillada frente a un hombre erguido (y erecto) se interprete como un acto de humillación sexista (cuando puede ser un juego, una muestra de cariño y complicidad), y que la masturbación sea objeto de demonizaciones varias (pero permíteme que te aclare que me masturbo yo, y lo haces tú –que lo sé-, y tu padre, y tu novio/a –y posiblemente no siempre pensando en ti- y también el Papa de Roma...). Y lo más jodido es que uno no puede decirlo, tampoco negarlo, y lo esconde en un rincón frío y oscuro donde sólo debieran guardarse los traumas y las vergüenzas (categorías en las que el sexo sano y sin complejos no tiene cabida). Y se calla porque de eso, simple y llanamente, no se habla.
Tampoco el reducido ámbito público de que goza el sexo ayuda a mejorar nuestra percepción sobre lo que el propio sexo “debe ser”. Un porcentaje elevadísimo de las escenas sexuales que se nos presentan en la tele, el cine, los libros o las historietas son burdas mecanizaciones que sugieren que los seres humanos somos enormes artefactos de relojería suiza que se sincronizan automáticamente y que se sienten sexualmente realizados con tan sólo tres o cuatro recursos básicos. Corporalizar excesivamente el sexo es una manera de convertirlo en una amenaza: los hombres se deprimen si no dan la talla (¿qué talla?); las mujeres, si no se comportan como femmes fatales siempre prestas al orgasmo (y múltiple, ya puestos a pedir). Poco se dice de la excitación psicológica que constituye el más importante componente del acto sexual, o del larguísimo proceso que implica adquirir una óptima confianza en tu compañero/a de menesteres guarros, o de que a uno le gusta que le chupen esto y a otra no le gusta que le chupen esto otro, y que lo que valía con tu novia Gumersinda a mí no me lo vas a hacer ni en tus sueños; y ojo con eso que le metías tú a Segismundo, que por aquí sólo va a correr el aire.
Sentencio: el sexo es un diálogo y, como tal, depende más de los interlocutores que de los propios resortes lingüísticos que se utilicen para llevarlo a cabo. Existen conversadores vehementes, introvertidos, rácanos, simpáticos, profundos, talibanes, manipuladores y sofistas, inseguros, verborreicos, y otros que prefieren callar hasta no tener nada realmente importante que decir. Todos ellos pueden combinarse aleatoriamente y por parejas en un diálogo, y el resultado del mismo dependerá de lo bien que se compatibilicen el uno con el otro. Y, al igual que no es lo mismo hablar con el panadero que hacerlo con tu mejor amigo/a, porque tu amigo/a conoce tu sentido del humor y las referencias culturales que manejas y tus circunstancias vitales y las cosas de las que te gusta charlar y esas otras de las que no, también el diálogo sexual depende de un millón de factores tan exclusivos y personales como sus artífices. Lo cual no quiere decir que el panadero no cuente unos chistes cojonudos...
A la falta de comunicación sexual le siguen las decepciones, las presiones y depresiones, los engaños, las envidias y quién sabe cuántas miserias más, conduciendo al personal a la frustración, que a su vez se traduce en cólera y violencia (y no me refiero a la conyugal, sino a la violencia en general, física y psicológica).
Y todo por el estúpido tabú que rodea al ridículamente sobredimensionado (desde un punto de vista cultural) placer sexual. Mientras tanto, los monos son felices porque lo hacen en los árboles y luego no se lo van a contar al vecino...
Dos aclaraciones y una recomendación:
1- No tengo nada en contra del porno. Respeto a la gente que lo hace y no creo que haya nada malo en vivir de ello. No me gustan algunos de los valores que transmite porque, desgraciadamente, se convierten en falsos universales; pero, al igual que miles de millones de hombres (y un número inestimable de mujeres), encuentro su existencia muy práctica y funcional. Y muchas de las actrices que se dedican al negocio me parecen chicas guapísimas con las que no me importaría compartir un desayuno.
2- Aunque en la entrada me refiera siempre al sexo en pareja (por ser el más extendido y, según mi personal e intransferible punto de vista, el único imprescindible dentro de una relación sentimental estable), existen diálogos bizantinos que de pronto se ven poderosamente enriquecidos por un tercer contertulio, y en ocasiones incluso un cuarto, que aportan un nuevo e interesante punto de vista a la discusión. Si el número de interlocutores sigue aumentando creo que se hace difícil ceñirse al tema de debate y las intervenciones se entrecruzan impidiendo un desarrollo fluido de la conversación. Pero claro, yo no soy ningún experto en orgías multitudinarias...
3- Recomiendo a quien esté interesado en manifestaciones pornográficas alternativas y de gran calidad artística que le eche un vistazo al tebeo “Lost girls” de Alan Moore y Melinda Gebbie antes citado, así como a la estupenda película “Shortbus” de John Cameron Mitchell. Aunque yo personalmente no los encuentro excesivamente excitantes, sí me parecen un muy buen comic y una muy buena película, respectivamente.
3 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Gran entrada te has marcado, amigo.
Totalmente acertada esa comparación Vidal/Bourne, muy lograda, pero lamentablemente suele ser así. O es que para disfrutar del sexo (y que disfrute la parienta) debemos ser necesariamente unas máquinas folladoras con un mango de 25 cm que bombee sin descanso durante 30 minutos (por lo menos) en posturas imposibles? Sinceramente creo que el sexo no es exclusivamente eso como nos quieren vender... Hay muchas más cosas, y como bien dices, cada persona es un mundo, y hay que saber interpretar y comprender ese particular mundo, si no mal asunto.
He visto muy pocas películas en las que se vea el sexo como realmente es... Y no me refiero a películas porno que eso ya es la leche, sino escenas de sexo en películas normales y corrientes...
Es verdad que ponen las expectativas muy altas (sobre todo para los hombres), y luego pasa lo que pasa pero bueno...
Charlie: gracias, camarada. Yo creo que si no nos exigiésemos ser tan "peliculeros" en la cama estaríamos algo más satisfechos con nuestra sexualidad. Se trata de contacto físico, no de gimnasia...
Silvia: de las últimas que recuerdo, me gustaron mucho las escenas de sexo de "The reader (El lector)", que además es un peliculón como la copa de un pino. Me parecieron muy reales y al mismo tiempo evocadoras. Sobre las expectativas: es curioso, si un día no tienes hambre y dejas comida en el plato nadie te va a juzgar como "incapaz", pero como te queden las labores amatorias sin hacer con la parienta... ¡uf! Jajajaja...
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