Sin ánimo de resultar despreciativo, debo reconocer que hay ciertos países que ni me van ni me vienen. Paraguay, por ejemplo, me da un poco igual; Gabón, otro tanto de lo mismo. No es ningún tipo de xenofobia, lo juro. Simplemente son nombres de sitios que no me dicen nada. Lo más seguro es que sea puritita ignorancia, claro. Pero para insípidos insípidos, los escandinavos. Al menos, desde que dejaron los drakares atados al embarcadero y se pusieron a fabricar mobiliario do-it-yourself. Aún es hoy que no entiendo por qué mi patrona lucense pierde el culo y parte del muslamen por irse a los fiordos a confundirse con la nieve (aunque sé de buena tinta que preferiría pasar frío en la Patagonia). No es que yo sea un ardiente latino tipo, qué va, pero estos norteños me parecen gente gélida y meticulosa, minimalista en prácticamente todo (desde la decoración de su casa hasta su registro de expresiones faciales) y de los que nunca sé si tienen cuerpo por debajo del cuello porque sólo se les ve la cara asomando entre un montón de ropa dispuesta como las capas de una cebolla.
No obstante, como cinéfago que soy intento hacer siempre válida esa máxima maternal que dice que hay que comer de todo, y si “Déjame entrar” tiene una nutrida carrera de premios y elogios a sus espaldas es lógico que me pique el gusanillo y me entren ganas de verla. Incluso aunque sea sueca. Y de vampiros, para más inri.
No obstante, como cinéfago que soy intento hacer siempre válida esa máxima maternal que dice que hay que comer de todo, y si “Déjame entrar” tiene una nutrida carrera de premios y elogios a sus espaldas es lógico que me pique el gusanillo y me entren ganas de verla. Incluso aunque sea sueca. Y de vampiros, para más inri.
- No importa. Total, -pensé -viviendo en Santiago de Compostela las probabilidades de poder disfrutarla en pantalla grande son casi nulas.
Pero el destino ha querido que le dé una oportunidad al cine escandinavo, así que la peli se estrenó, doblada (desgraciadamente), en una única sala y en una única sesión, programada al borde de la medianoche (que puede parecer tope vampírico, pero que realmente se debe a que el exhibidor no tiene ninguna fe en su tirón comercial). En fin, que fui a verla, todo sea por los palmareses conquistados y las reseñas de la “Cinemanía”, y tal y cual.
El primer susto llega cuando descubro que no sólo se trata de una peli de vampiros, lo que ya de por sí genera ciertas dudas, sino además de vampiros adolescentes. O casi: los protas tienen 12 años (al menos uno, la otra los aparenta). No pasa nada: el niño, humano él, no es capitán del equipo de fútbol del colegio ni se parece a Zack Effron. De hecho, sufre acoso escolar y fantasea con cargarse a navajazos a los matones que le hacen la vida imposible. La niña, la vampira en cuestión, es su nueva vecina, que ni se parece a una pin-up gotiquilla de Victoria Francés (gracias al cielo) ni habla como si estuviese recitando a William Blake (que es como los guionistas de cine comercial pretenden hacernos creer que se expresan los inmortales).
De terror la peli tiene poco, realmente habla de la soledad y de la necesidad de encontrar cobijo y protección en alguien en quien confiar; hay violencia, y además está cojonudamente bien rodada, pero no es una película de acción. Pasado el primer posible handicap (vampiros sin vello genital), encuentro un “pero” real: la peli es lenta, escandinavamente lenta.
Por suerte hay más cosas que molan: los niños actores están estupendos. Mejor que los adultos, de hecho, aunque de estos tampoco hay queja. El ritmo sigue siendo tortuguil, vale, pero el guión está bien estructurado. Progresivamente, con paso lento pero seguro, uno empatiza con los protagonistas y su drama hasta que, casi acabado el metraje, de golpe y porrazo la peli alcanza unas cotas de lirismo (y unos cojones del tamaño de un cachalote en la planificación de la penúltima escena) que servidor no se esperaba de una pequeña película de vampiros pre-adolescentes. Terminada la cinta me quedo mudo, sin una impresión exacta de lo que acabo de ver. Algo cansado, lo reconozco, y puede que ligeramente tibio por la lentitud del film...
Esa noche llego tarde a casa, me voy a la cama y me duermo, con la peli rondando mis pensamientos. Al día siguiente “Déjame entrar” sigue ahí, inmóvil, en mi cabeza. Y al siguiente. Ahora que la rememoro, cinco días después de haberla visionado, todavía oigo el eco de unos chapoteos de piscina o el código morse al golpear una superficie sólida y se me ponen los pelos de punta.
“Déjame entrar” es una gran película, aunque no demasiado divertida. No creo que la vuelva a ver en breve, pese a la honda impresión que, ahora lo sé, me ha dejado instalada en el cuerpo. Posiblemente sea también la cinta más desoladoramente triste que haya visto en lo que va de 2009. Y sí, es sueca. Mira tú qué cosas…
Oh, y el que crea que es una película con un trasfondo romántico... que se la vuelva a ver.
2 comentarios:
Veo que te dejó tan trastornado como a mi. Sí es lenta, pero bella (y triste y con mucha soledad) y eso lo compensa. Una lástima que la vieras doblada, por suerte yo la vi en VO. Creo que el primer día la pusieron en una sala pequeña, pero cuando yo la fuia ver la habían cambiado a una mayor, por suerte se dieron cuenta que era una película rara, pero con público!!
Ciertamente, es una peli que entraña una gran belleza. A mí el final me dejó casi en shock, y luego a medida que fui repensando la película, comprendí que lo que más me había gustado era cómo habían conseguido disfrazar la primera impresión, escondiendo la auténtica tristeza del final... Y no digo más, que sería spoiler...
No creo yo que en Compostela vaya a hacer una recaudación demasiado llamativa... a esas horas y en el cine más cutre de la ciudad...
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