Actualmente la oferta de tebeos de calidad en España pasa por un momento particularmente dichoso. A poco que uno se descuide, cada mes se publican dos, tres, cuatro y hasta dios sabe cuántas lecturas altamente recomendables, cuando por ejemplo en las carteleras de cine apenas sí se estrenan 5 ó 6 pelis realmente imprescindibles cada año (esto es una opinión, claro, y no es libre de estar errada, pero al menos en Galicia, donde las distribuidoras no arriesgan con los estrenos, la oferta cinematográfica no brilla precisamente por su gran calidad).
Pese a que no puedo permitirme comprar cuanto comic con buena pinta se publica (más quisiera; circulan por las tiendas títulos como “Los pasajeros del viento”, “Ombligo sin fondo”, “36-39: malos tiempos” o “Zot!” a los que, en cuanto mi economía lo permita, no dudaré en hincarles el diente), en las últimas semanas han pasado por mis manos un puñado de grandes obras de entre las cuales hoy destacaré tres, por eso de no aburrir al personal (a sabiendas de que las entradas del Abismo etiquetadas como “comic” son las menos comentadas –y asumo que leídas- por el personal visitante).
Por aquello de dejar lo mejor para el final, empiezo en progresión cualitativa reseñando el “Bone” de Jeff Smith, cuya edición en color (publicada por la editorial Astiberri) ha finalizado recientemente con el noveno tomo: “La corona de cuernos”. Pese a que prefiero la edición en tres gruesos volúmenes en blanco y negro (en hiatus hasta que no aparezca el tercero a finales de año), mi primo pequeño ha seguido la serie en esta versión coloreada y, aprovechando que ya la tiene todita, le pedí que me prestase los últimos tomos para poder leer la conclusión del relato iniciado hace tantísimo tiempo por su autor, el estadounidense Jeff Smith (e iniciado por mí, como lector, hace también una eternidad en aquel primer cuadernillo grapado de la errática e inconclusa edición por parte de Dude Comics).
No sería descabellado definir “Bone” como una mezcla al 50/50 de los tebeos Disney de Carl Barks y “El señor de los anillos” de Tolkien (por muy confuso que este cóctel pueda antojársenos a primera vista), empezando su argumento en un punto más próximo a los primeros y concluyéndolo en un lugar cercano al segundo (esto es, de más cartoon a más fantástico-heroico). Y, si bien “Bone” no propone nada particularmente novedoso en ninguno de ambos registros, es en su combinación donde encuentra una poderosa sinergia que la identifica como una obra única y personal entre la marea de tebeos provenientes del otro lado del Atlántico. El argumento, por cierto, gira en torno a tres bones (unas criaturas narizotas de color blanco que viven en una ciudad, trasunto de la comarca Hobbit, conocida como Boneville) llamados Fone (noble, pacífico y enamoradizo), Smiley (parlanchín y descerebrado) y Phoney (avaricioso y tahúr, un Tío Gilito en versión bone), que han sido expulsados de su comunidad debido a los turbios tejemanejes de este último y que van a parar, tras una travesía por el desierto, al Valle donde viven la joven Thorn y su abuela Ben. Si bien el Valle parece un lugar idílico donde la gente disfruta del contacto con la naturaleza (con animales parlanchines a lo “Pogo” de Walt Kelly) y de la celebración anual de la gran carrera de vacas (como suena, lo juro), la frágil paz convenida con las mostrorratas (una voraz raza de criaturas peludas que antaño habitó esos bosques) está a punto de resquebrajarse con la llegada de una inquietante figura encapuchada que parece saberlo todo sobre el misterioso pasado de Thorn y su abuela. Y, como diría Mayra Gómez Kempt, “hasta aquí puedo leer”.
Una de las mayores virtudes de “Bone” es que se trata de un tebeo para absolutamente todos los públicos (tanto da que se tengan 9 años como 99), que nunca resulta infantiloide pese a su marcada vocación infantil, que exige poco al lector recompensándolo con muchísimas horas de diversión y que está magníficamente dibujado. Con una narrativa diáfana y un estilo heredado del mundo de la animación (donde Smith se formó como dibujante), las páginas de “Bone” no acusan ni un solo bache creativo ni muestran la más mínima inconsistencia gráfica, manteniendo una calidad visual altísima e invariable en sus más de 1.000 planchas.
Se trata, por tanto, de una lectura recomendabilísima que puede ser compartida entre padres e hijos, primos, tíos y hermanos (como ocurre en mi familia, en la que todos estamos un poco enganchados a “Bone”) y donde el lector encontrará humor, acción, épica y ternura a partes iguales. Además, en su momento también fueron publicados por Astiberri los dos spin-offs que completan la trama de la serie principal: “Estúpidas, estúpidas mostrorratas”, una historia autoconclusiva que narra las aventuras del fundador de Boneville, y “Rose”, una precuela profundamente reveladora que además está maravillosamente dibujada por Charles Vess.
La segunda parada de este viaje ascendente me lleva a “Las calles de arena”, último tebeo del español Paco Roca, muy conocido últimamente por haber recibido el Premio Nacional del Cómic por su increíble trabajo en “Arrugas”. Lo primero que llama la atención en la nueva obra de Roca es descubrir que el autor se ha arriesgado a desdeñar el camino fácil de incurrir de nuevo en un tema de hondo calado social, despistando a quien sospechase de una rendición al éxito seguro y regresando al onirismo y la simbología de anteriores trabajos (como en la estupenda “El faro”).
No creo que, como tebeo, “Las calles de arena” deba envidiar en nada a ninguna de sus obras precedentes. Es obvio que su éxito será menor, pues la prensa generalista no le prestará la misma atención que concedió a “Arrugas”, pero lo que cuenta (al menos para mí) es que Roca ha entregado otro relato redondo, que se disfruta durante la lectura y se disfruta aún más al rememorarlo, una vez guardado en la estantería.
El argumento de la obra presenta a un hombre (cuyo nombre no conoceremos) que se pierde en su ciudad intentando llegar a tiempo a un compromiso que preferiría evitar. Deambulando sin rumbo por callejuelas llegará a un extraño hotel donde nada parece tener sentido (al más puro estilo Lewis Carroll) y donde conocerá a unos huéspedes tan extraños como representativos de las rarezas, manías y sinsentidos que aquejan a gran parte de la sociedad moderna. Apoyándose en ellos, Roca plantea una espléndida reflexión sobre la incomunicación, los amores perdidos, el miedo a la muerte y la autoafirmación, demostrando que, pese a haber cambiado de género respecto a “Arrugas”, sus temas de inspiración siguen siendo los mismos que en el pasado.
Se suma a la ecuación un dibujo limpio, bonito (en el más estricto sentido de la palabra) y eficaz, con un uso inteligente del color y un despliegue importante de recursos narrativos magníficamente resueltos, consiguiendo del conjunto una obra sobresaliente que seguro estará en las quinielas de más de uno (y de dos) de cara a elegir las mejores obras del año en curso.
Al margen de la altísima calidad propia del comic, su edición no ha estado exenta de cierta polémica ya que el papel escogido por los responsables de su publicación (de nuevo la editorial vasca Astiberri) no ha resultado ser el más adecuado para una reproducción óptima del color y la línea. No obstante, considero que no se trata tanto de una chapuza que clame al cielo como de un pequeño desliz que no desmerece en absoluto la compra del tebeo. Debe ser que Astiberri nos tiene mal acostumbrados y cuando la edición no es de 10 la gente se lo toma como si fuera de 0, lo cual no es en absoluto cierto (ni justo, por otro lado).
Finalmente le llega el turno a “Epiléptico”, título bajo el que la editorial Sins Entido recopila en un único volumen los seis álbumes que componen la serie de corte autobiográfico “La ascensión del Gran Mal”, escrita y dibujada por David B. Si las dos obras anteriormente reseñadas son altamente recomendables, “Epiléptico” pertenece por derecho propio a la categoría de imprescindible.
Abreviando en exceso podría decirse que el argumento de “Epiléptico” relata la vida del autor desde su infancia hasta su edad adulta, y cómo esta vida se ha visto desde siempre condicionada por el Gran Mal (una severa epilepsia) que aqueja desde la niñez a su hermano mayor. Esta descripción, no obstante, podría llevar a engaño porque “Epiléptico” no es tanto un tratado sobre la epilepsia como una justificación de la compulsión creativa del autor, quien no pretende hablarnos del drama de su hermano sino del suyo propio; de cómo su familia debió enfrentarse al hecho de convivir con (o sobrevivir a) la enfermedad de uno de sus miembros y de cómo, entre todas las vías de escape posibles, David escogió refugiarse en la fantasía. Sólo en sus arrebatos creativos, plagados de criaturas grotescas, mundos oníricos y sangrientas batallas, encuentra el dibujante un respiro a la tensión que se vive en su hogar. Y es ahí donde “Epiléptico” se hace grande, enorme.
David B. posee un desbordante imaginario visual y un frondoso mundo interior que te atrapan y subyugan, así como una capacidad prodigiosa para el simbolismo y la representación gráfica de conceptos abstractos. Si lo que cuenta es de por sí cautivador, la forma en que el dibujante plasma su historia es abrumadora y superlativa. Su sentido de la composición es magnífico, manejando hábilmente la distribución del blanco y el negro sobre la página. Su estilo, expresionista y recargado, transmite (como dice uno de los personajes de la obra) inquietud y perversidad. Narrativamente “Epiléptico” es, simple y llanamente, una obra maestra. No me resulta descabellado situarla en el mismo pedestal en que tengo (y los lectores de comic en general tenemos) a otros títulos tan significativos como el “Maus” de Art Spiegelman o el “Agujero negro” de Charles Burns (no es una comparación temática, sino en cuanto a capacidad expresiva y evocadora). La influencia posterior de “Epiléptico” ya se ha hecho notar en la industria de la BD francesa, inspirando a otros creadores a intentar ejercicios introspectivos semejantes (caso del “Persépolis” de Marjane Satrapi), llamando la atención de un nuevo público ávido de experiencias más íntimas y personales.
Por si todo esto fuera poco, la reciente edición presentada por Sins Entido es a todas luces magnífica. Es cierto que existe una importante reducción de tamaño respecto a los álbumes originales, pero en contraposición se trata de un libro de más de 370 páginas, publicado en tapas duras y papel de buen gramaje, con excelente calidad de reproducción y un insólito precio de 20 euros. Con estas características por delante, no se me ocurre ninguna razón por la que cualquier lector de tebeos deba dejar pasar la oportunidad de hacerse con este increíble tebeo. Una gozada.
Y si, como decía al principio de esta entrada, cada mes tenemos un buen puñado de grandes comics a nuestra disposición (y de nuestros maltrechos bolsillos) en la librería más cercana, el mes que viene las editoriales la van a liar parda: se acerca una nueva edición del Salón del Comic de Barcelona y el volumen de novedades se presenta más desquiciado que nunca. Yo, por lo de pronto, ya he buscado un buen callejón donde poner a la venta mi trasero, a ver si así consigo sufragarme las compras más imprescindibles…
Pese a que no puedo permitirme comprar cuanto comic con buena pinta se publica (más quisiera; circulan por las tiendas títulos como “Los pasajeros del viento”, “Ombligo sin fondo”, “36-39: malos tiempos” o “Zot!” a los que, en cuanto mi economía lo permita, no dudaré en hincarles el diente), en las últimas semanas han pasado por mis manos un puñado de grandes obras de entre las cuales hoy destacaré tres, por eso de no aburrir al personal (a sabiendas de que las entradas del Abismo etiquetadas como “comic” son las menos comentadas –y asumo que leídas- por el personal visitante).
Por aquello de dejar lo mejor para el final, empiezo en progresión cualitativa reseñando el “Bone” de Jeff Smith, cuya edición en color (publicada por la editorial Astiberri) ha finalizado recientemente con el noveno tomo: “La corona de cuernos”. Pese a que prefiero la edición en tres gruesos volúmenes en blanco y negro (en hiatus hasta que no aparezca el tercero a finales de año), mi primo pequeño ha seguido la serie en esta versión coloreada y, aprovechando que ya la tiene todita, le pedí que me prestase los últimos tomos para poder leer la conclusión del relato iniciado hace tantísimo tiempo por su autor, el estadounidense Jeff Smith (e iniciado por mí, como lector, hace también una eternidad en aquel primer cuadernillo grapado de la errática e inconclusa edición por parte de Dude Comics).
No sería descabellado definir “Bone” como una mezcla al 50/50 de los tebeos Disney de Carl Barks y “El señor de los anillos” de Tolkien (por muy confuso que este cóctel pueda antojársenos a primera vista), empezando su argumento en un punto más próximo a los primeros y concluyéndolo en un lugar cercano al segundo (esto es, de más cartoon a más fantástico-heroico). Y, si bien “Bone” no propone nada particularmente novedoso en ninguno de ambos registros, es en su combinación donde encuentra una poderosa sinergia que la identifica como una obra única y personal entre la marea de tebeos provenientes del otro lado del Atlántico. El argumento, por cierto, gira en torno a tres bones (unas criaturas narizotas de color blanco que viven en una ciudad, trasunto de la comarca Hobbit, conocida como Boneville) llamados Fone (noble, pacífico y enamoradizo), Smiley (parlanchín y descerebrado) y Phoney (avaricioso y tahúr, un Tío Gilito en versión bone), que han sido expulsados de su comunidad debido a los turbios tejemanejes de este último y que van a parar, tras una travesía por el desierto, al Valle donde viven la joven Thorn y su abuela Ben. Si bien el Valle parece un lugar idílico donde la gente disfruta del contacto con la naturaleza (con animales parlanchines a lo “Pogo” de Walt Kelly) y de la celebración anual de la gran carrera de vacas (como suena, lo juro), la frágil paz convenida con las mostrorratas (una voraz raza de criaturas peludas que antaño habitó esos bosques) está a punto de resquebrajarse con la llegada de una inquietante figura encapuchada que parece saberlo todo sobre el misterioso pasado de Thorn y su abuela. Y, como diría Mayra Gómez Kempt, “hasta aquí puedo leer”.
Una de las mayores virtudes de “Bone” es que se trata de un tebeo para absolutamente todos los públicos (tanto da que se tengan 9 años como 99), que nunca resulta infantiloide pese a su marcada vocación infantil, que exige poco al lector recompensándolo con muchísimas horas de diversión y que está magníficamente dibujado. Con una narrativa diáfana y un estilo heredado del mundo de la animación (donde Smith se formó como dibujante), las páginas de “Bone” no acusan ni un solo bache creativo ni muestran la más mínima inconsistencia gráfica, manteniendo una calidad visual altísima e invariable en sus más de 1.000 planchas.
Se trata, por tanto, de una lectura recomendabilísima que puede ser compartida entre padres e hijos, primos, tíos y hermanos (como ocurre en mi familia, en la que todos estamos un poco enganchados a “Bone”) y donde el lector encontrará humor, acción, épica y ternura a partes iguales. Además, en su momento también fueron publicados por Astiberri los dos spin-offs que completan la trama de la serie principal: “Estúpidas, estúpidas mostrorratas”, una historia autoconclusiva que narra las aventuras del fundador de Boneville, y “Rose”, una precuela profundamente reveladora que además está maravillosamente dibujada por Charles Vess.
La segunda parada de este viaje ascendente me lleva a “Las calles de arena”, último tebeo del español Paco Roca, muy conocido últimamente por haber recibido el Premio Nacional del Cómic por su increíble trabajo en “Arrugas”. Lo primero que llama la atención en la nueva obra de Roca es descubrir que el autor se ha arriesgado a desdeñar el camino fácil de incurrir de nuevo en un tema de hondo calado social, despistando a quien sospechase de una rendición al éxito seguro y regresando al onirismo y la simbología de anteriores trabajos (como en la estupenda “El faro”).
No creo que, como tebeo, “Las calles de arena” deba envidiar en nada a ninguna de sus obras precedentes. Es obvio que su éxito será menor, pues la prensa generalista no le prestará la misma atención que concedió a “Arrugas”, pero lo que cuenta (al menos para mí) es que Roca ha entregado otro relato redondo, que se disfruta durante la lectura y se disfruta aún más al rememorarlo, una vez guardado en la estantería.
El argumento de la obra presenta a un hombre (cuyo nombre no conoceremos) que se pierde en su ciudad intentando llegar a tiempo a un compromiso que preferiría evitar. Deambulando sin rumbo por callejuelas llegará a un extraño hotel donde nada parece tener sentido (al más puro estilo Lewis Carroll) y donde conocerá a unos huéspedes tan extraños como representativos de las rarezas, manías y sinsentidos que aquejan a gran parte de la sociedad moderna. Apoyándose en ellos, Roca plantea una espléndida reflexión sobre la incomunicación, los amores perdidos, el miedo a la muerte y la autoafirmación, demostrando que, pese a haber cambiado de género respecto a “Arrugas”, sus temas de inspiración siguen siendo los mismos que en el pasado.
Se suma a la ecuación un dibujo limpio, bonito (en el más estricto sentido de la palabra) y eficaz, con un uso inteligente del color y un despliegue importante de recursos narrativos magníficamente resueltos, consiguiendo del conjunto una obra sobresaliente que seguro estará en las quinielas de más de uno (y de dos) de cara a elegir las mejores obras del año en curso.
Al margen de la altísima calidad propia del comic, su edición no ha estado exenta de cierta polémica ya que el papel escogido por los responsables de su publicación (de nuevo la editorial vasca Astiberri) no ha resultado ser el más adecuado para una reproducción óptima del color y la línea. No obstante, considero que no se trata tanto de una chapuza que clame al cielo como de un pequeño desliz que no desmerece en absoluto la compra del tebeo. Debe ser que Astiberri nos tiene mal acostumbrados y cuando la edición no es de 10 la gente se lo toma como si fuera de 0, lo cual no es en absoluto cierto (ni justo, por otro lado).
Finalmente le llega el turno a “Epiléptico”, título bajo el que la editorial Sins Entido recopila en un único volumen los seis álbumes que componen la serie de corte autobiográfico “La ascensión del Gran Mal”, escrita y dibujada por David B. Si las dos obras anteriormente reseñadas son altamente recomendables, “Epiléptico” pertenece por derecho propio a la categoría de imprescindible.
Abreviando en exceso podría decirse que el argumento de “Epiléptico” relata la vida del autor desde su infancia hasta su edad adulta, y cómo esta vida se ha visto desde siempre condicionada por el Gran Mal (una severa epilepsia) que aqueja desde la niñez a su hermano mayor. Esta descripción, no obstante, podría llevar a engaño porque “Epiléptico” no es tanto un tratado sobre la epilepsia como una justificación de la compulsión creativa del autor, quien no pretende hablarnos del drama de su hermano sino del suyo propio; de cómo su familia debió enfrentarse al hecho de convivir con (o sobrevivir a) la enfermedad de uno de sus miembros y de cómo, entre todas las vías de escape posibles, David escogió refugiarse en la fantasía. Sólo en sus arrebatos creativos, plagados de criaturas grotescas, mundos oníricos y sangrientas batallas, encuentra el dibujante un respiro a la tensión que se vive en su hogar. Y es ahí donde “Epiléptico” se hace grande, enorme.
David B. posee un desbordante imaginario visual y un frondoso mundo interior que te atrapan y subyugan, así como una capacidad prodigiosa para el simbolismo y la representación gráfica de conceptos abstractos. Si lo que cuenta es de por sí cautivador, la forma en que el dibujante plasma su historia es abrumadora y superlativa. Su sentido de la composición es magnífico, manejando hábilmente la distribución del blanco y el negro sobre la página. Su estilo, expresionista y recargado, transmite (como dice uno de los personajes de la obra) inquietud y perversidad. Narrativamente “Epiléptico” es, simple y llanamente, una obra maestra. No me resulta descabellado situarla en el mismo pedestal en que tengo (y los lectores de comic en general tenemos) a otros títulos tan significativos como el “Maus” de Art Spiegelman o el “Agujero negro” de Charles Burns (no es una comparación temática, sino en cuanto a capacidad expresiva y evocadora). La influencia posterior de “Epiléptico” ya se ha hecho notar en la industria de la BD francesa, inspirando a otros creadores a intentar ejercicios introspectivos semejantes (caso del “Persépolis” de Marjane Satrapi), llamando la atención de un nuevo público ávido de experiencias más íntimas y personales.
Por si todo esto fuera poco, la reciente edición presentada por Sins Entido es a todas luces magnífica. Es cierto que existe una importante reducción de tamaño respecto a los álbumes originales, pero en contraposición se trata de un libro de más de 370 páginas, publicado en tapas duras y papel de buen gramaje, con excelente calidad de reproducción y un insólito precio de 20 euros. Con estas características por delante, no se me ocurre ninguna razón por la que cualquier lector de tebeos deba dejar pasar la oportunidad de hacerse con este increíble tebeo. Una gozada.
Y si, como decía al principio de esta entrada, cada mes tenemos un buen puñado de grandes comics a nuestra disposición (y de nuestros maltrechos bolsillos) en la librería más cercana, el mes que viene las editoriales la van a liar parda: se acerca una nueva edición del Salón del Comic de Barcelona y el volumen de novedades se presenta más desquiciado que nunca. Yo, por lo de pronto, ya he buscado un buen callejón donde poner a la venta mi trasero, a ver si así consigo sufragarme las compras más imprescindibles…
3 comentarios:
que sepas que yo sí leo las entradas de cómics...y que ahora me han entrado ganas de leer alguno de éstos...así como cuando me recomendaste píldoras azules...que,por cierto,aquí enfrente lo tengo, y sigue faltándole la dedicatoria...
nunca regales un libro sin dedicarlo!!
...y por eso eres una maravillosa excepción que confirma la regla...
Yo tengo ya preparado el EPILÉPTICO en la mesa de las lecturas inminentes... Aunque de momento he dejado que se colara la primera entrega de EL REY DE LAS MOSCAS de Mezzo y Pirus. Una pasada, por cierto.
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