miércoles, mayo 23, 2007

Aronofsky suma y sigue

Hace tres años, muchos de mis compañeros de aventuras universitarias y yo quedamos fascinados por una película amarga y contundente titulada “Réquiem por un sueño”, obra del joven cineasta Darren Aronofsky, que ya había apuntado maneras con su primer film, “Pi”.

Ahora por fin he podido disfrutar de su nuevo trabajo, al que llevaba siguiendo la pista prácticamente desde que vi “Réquiem…”, y cuyo ansiado estreno en nuestro país parecía que no iba a producirse jamás.

“The fountain” (traducida aquí como “La fuente de la vida”) fue un proyecto por el que Aronofsky tuvo que pelear lo suyo. En un principio, iba a ser una superproducción interpretada por Brad Pitt y Kate Blanchett, pero un recorte en el presupuesto (motivado por el abandono de Pitt) dejó el proyecto en “stand by”, ante lo cual el director, muy orgulloso de su guión y previendo que quizás nunca podría llevarlo a buen término en celuloide, lo adaptó al lenguaje del comic y, en colaboración con el dibujante e ilustrador Kent Williams, publicó la novela gráfica homónima bajo el amparo del sello Vertigo de DC Comics.
Posteriormente, el propio Aronofsky decidió que, siendo sus dos films anteriores producciones independientes de bajo coste, era más que factible rehacer el proyecto disminuyendo sus ambiciones presupuestarias y poder verlo finalmente llevado a buen puerto.

El principal peaje a pagar fue que los protagonistas inicialmente proyectados se bajasen del carro, para verse sustituidos por los emergentes Hugh Jackman (rostro asociado al cine de acción palomitero por sus papeles en “Van Helsing” o la trilogía de “X-Men”, pero que también ha trabajado para Woody Allen en la reciente “Scoop”) y Rachel Weisz (conocida por su rol co-protagonista en “La momia” y su secuela, además de su excelente interpretación en “El jardinero fiel”, que le valió un Oscar).

Además, la menor inversión económica convirtió lo que podía haber sido una megalomaníaca propuesta de ciencia-ficción cargada de fuegos artificiales en un pequeño film de planos cortos y escenarios reducidos que, sin embargo, no llega a parecer cutre en ningún momento.



“The fountain” narra tres historias situadas cronológicamente con 5 siglos de diferencia entre sí (o tal vez una misma historia en tres momentos diferentes): la de Tomás, conquistador enamorado de la reina Isabel de España en el siglo XVI, que busca en la selva guatemalteca un árbol místico que, según se dice, otorga el don de la vida eterna a aquel que beba de su savia; la de Thomas, un médico del siglo XXI que investiga una posible cura contra el cáncer al tiempo que su esposa Izzy se muere a causa de un tumor cerebral; y finalmente la historia de Tom, que en algún momento inconcreto del futuro (que, según el primer trailer del film, tendría lugar en el siglo XXVI) viaja a través del universo en dirección a una estrella moribunda con la única compañía de un frondoso árbol, utilizando una enorme burbuja transparente como vehículo (esta última historia, por cierto, recuerda poderosamente a toda la imaginería visual que Antoine de Saint-Exupéry creó para su maravilloso libro “El principito”, que nunca me cansaré de recomendar).
Conviene decir que, pese a que este croquis parezca simplificar bastante las tramas (de hecho no hay mucho más a nivel argumental), la película no resulta en absoluto convencional. Los continuos flashback y flashforward, el hecho de que las tres historias tengan su propia conclusión que las desvincula de una misma línea temporal y el uso constante de metáforas visuales, convierten a “The fountain” en una de esas películas “raritas” no aptas para todos los públicos.

Tal vez yo sea un espectador “rarito” también (y supongo que el hecho de haber leído el comic cuando fue publicado en España, hace más o menos un año, ayudó bastante, pues ya sabía a qué me enfrentaba) porque, pese a ciertos defectillos (o, más bien, decisiones discutibles del realizador), la película me ha dejado plenamente satisfecho. Al contrario, creo, que a casi todo el resto de espectadores que estaban en la sala conmigo (incluyendo a mis tres maravillosas acompañantes), cuyo rostro desencajado parecía enunciar que no habían terminado de procesar aquella paja mental de Aronofsky. Supongo que, cada vez más, me atrae el hecho de que los directores me den las piezas del puzzle y me dejen armarlo de la forma que más me guste, o más se adapte a mis estructuras lógicas (a la manera de “2001: una odisea en el espacio” de Kubrick, o de gran parte de la filmografía de los David: Lynch y Cronenberg).

No es, por tanto, una película fácil de recomendar. A unos les parecerá una tomadura de pelo; a otros, una enorme rayada sin sentido; a unos pocos, un frío y vacuo experimento estético; y a quienes queden por contar, una hermosa y atípica historia de amor y muerte.

Para mí, se trata de uno de los estrenos más originales y estimulantes de lo que va de 2007, y que, sin llegar a la excelencia formal de “Réquiem…”, posee un aspecto visual muy cuidado (ese color dorado, esos planos cenitales, ese juego de anillos y círculos concéntricos y, sobre todo, ese orgasmo cósmico final cargado de lirismo), una música fantástica (de nuevo, tras “Réquiem…”, a cargo de Clint Mansell y el Kronos Quartet) y unas interpretaciones notables (Hugh Jackman está particularmente bien, sobre todo en los momentos más dramáticos, donde nos ofrece el reverso sensible del duro héroe de acción al que nos tenía acostumbrados).

Tengo la esperanza de que, al igual que sucedió con “Donnie Darko”, “Cube” o la propia “Réquiem…”, “The fountain” termine convirtiéndose en una película de culto que no se perderá en el olvido entre los cientos de estrenos generalmente mediocres que abarrotan las salas de cine y las estanterías de los video-clubs. Pero eso, claro, sólo el tiempo lo dirá…

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