viernes, enero 24, 2014

El camino del exceso

El hombre medio no desea que le digan si el mercado es alcista o bajista. Lo que desea es que le digan, de forma específica, qué valor comprar o vender. Quiere algo por nada. No desea trabajar. Ni siquiera desea pensar”.

Jesse Lauriston Livermore


Está de moda arrepentirse de los excesos y criticar las drogas que te hicieron tan feliz”.

Mick Jagger


De la generación de directores que renovaron el cine norteamericano durante la década de los 70, posiblemente Martin Scorsese sea el único que mantiene su energía creativa intacta. Francis Ford Coppola y Brian de Palma no levantan cabeza desde los tiempos de “Dracula de Bram Stoker” (1992) y “Atrapado por su pasado” (1993), respectivamente. Michael Cimino permanece maldito para la industria desde el batacazo de “La puerta del cielo”, allá por 1980, y George Lucas acaba de vender su imperio galáctico para retirarse y contar sus monedas de oro cual Tío Gilito mientras deja en manos de Disney y J.J. Abrams la misión de sanear la deteriorada imagen de “Star Wars” tras los fallidos Episodios I, II y III. Mucho más reivindicable es el papel de Steven Spielberg en el actual cosmos cinematográfico pero, por entretenidas que hayan resultado “La guerra de los mundos” y “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio”, es preciso remontarse hasta el año 2002 para encontrar la última gran película de su filmografía hasta la fecha: “Atrápame si puedes”. Scorsese, sin embargo, prosigue incansable en su tarea de entregar futuros clásicos para las generaciones venideras, y sólo hay que echar un vistazo a su producción en el siglo XXI para comprender por qué hablamos de una leyenda más viva que nunca: “Gangs of New York” (2002), “El aviador” (2004), “Infiltrados” (2006), “Shutter Island” (2010) y “La invención de Hugo” (2011) certifican su buen estado de forma, y a ellas acaba de unirse “El lobo de Wall Street”, recién estrenada en las pantallas de nuestro país.


Por si no habéis reconocido el patrón, ahí va una pista: Leonardo DiCaprio. El antiguo ídolo forracarpetas ha protagonizado todas las películas de Scorsese en el presente milenio a excepción de “La invención de Hugo”. De hecho, prácticamente podría decirse que ha sido la confianza puesta en el actor por parte del responsable de “Taxi driver” lo que ha elevado a DiCaprio desde el estatus de yogurín congelado (en “Titanic”) hasta su reconocimiento (casi) generalizado como uno de los intérpretes más talentosos de su generación.


En “El lobo de Wall Street”, el eterno candidato al Oscar da vida a Jordan Belfort, agresivo corredor de bolsa que a finales de los 80 inicia una desenfrenada carrera de estafas bursátiles regada con ingentes dosis de drogas, sexo y consumismo de altos vuelos (helicóptero de recreo incluido). Belfort es un personaje real, con un breve cameo en los compases finales de la cinta, y es precisamente su libro de memorias el que ha servido como base para el libreto firmado por Terence Winter, guionista y productor de “Los Soprano” y creador de “Boardwalk Empire”. Dada la relación previa tanto de Scorsese como de Winter con las historias de mafiosos, no es casual que la estructura narrativa de “El lobo de Wall Street” recuerde a algunos títulos fundamentales del género. La voz en off del protagonista, que rompe la cuarta pared y narra su ascenso y posterior caída en un larguísimo flashback, remite tanto a “Uno de los nuestros” como a “Casino”, mientras que el plantel de disparatados secundarios que rodea a Belfort en sus tropelías bien podría haber salido de alguna de las teleseries que Winter ha firmado para la HBO.


El frenesí narrativo con el que Scorsese menea la cámara entre las filas de brokers de la firma milmillonaria Stratton Oakmont parece fruto de una sobredosis de cocaína, manifestando un desenfreno audiovisual como no se recordaba en la filmografía del cineasta desde los días de “Al límite”. El exhaustivo trabajo de edición llevado a cabo por Thelma Schoonmaker, montadora habitual (y prácticamente en exclusiva) de Scorsese, consigue que estas tres horas de sexo, drogas y dinero en cuentas suizas nunca levanten el pie del acelerador. A la media hora de comenzar la proyección me entraron ganas de mear y tuve que aguantarme hasta que empezaron a correr los títulos de crédito porque no podía despegar los ojos de la pantalla. Lo cual no significa, claro, que Scorsese y cía. no pudiesen haber contado exactamente la misma historia empleando 20 ó 30 minutos menos.


¿Acaso importa, cuando el resultado es tan alocadamente divertido? Las aventuras químicas y sexuales de Belfort, ambientadas con versiones punk de Simon y Garfunkel, poseen el atractivo irresistible de un cruce entre el “Wall Street” de Oliver Stone y una de esas películas norteamericanas de universitarios salidos (“American Pie” y derivados) escrito por la gruesa pluma de Seth McFarlane, el creador de “Padre de familia”. De forma deliberada, la película resulta engañosamente hortera, sexista e infantil porque así es como se describen sus protagonistas según su comportamiento: como una pandilla de adolescentes que han descubierto que cuando tu fortuna personal tiende a infinito, los únicos límites para tus acciones son los que tú mismo decidas imponerte. Esta ligereza, esta comedia por la comedia sin grandes reflexiones ni enseñanzas vitales, podría ser entendida como el gran pero de “El lobo de Wall Street”, aunque quizás ese handicap sea fruto de los apriorismos con los que el espectador aborde el material y no de la propia película, que nunca engaña a nadie en sus intenciones: conseguir arrancarnos una carcajada tras otra a lo largo de 179 minutos.


Paradigmático de todos los aciertos y excesos del film resulta el titánico esfuerzo interpretativo de un Leonardo DiCaprio histriónico y desatado, a medio camino entre su sádico personaje en “Django desencadenado” y el trabajo corporal del maestro del slapstick Jim Carrey (y a la descacharrante escena del Club de Campo me remito). Si alguna vez dudé de la vis cómica del protagonista de “El gran Gatsby”, me trago alegremente mis palabras y pido una segunda ración. Ayuda también, por supuesto, que la estrella indiscutible de la película aparezca rodeada por un plantel inmejorable de secundarios: desde el sorprendente Jonah Hill, en uno de los roles más bizarros de su carrera, hasta la despampanante Margot Robbie, convincente en su faceta de mujer trofeo, pasando por un magistral Matthew McConaughey, capaz de lograr en apenas cinco minutos que uno desee que le den el Oscar el próximo 2 de marzo (incluso aunque sea por una cinta diferente, “Dallas buyers club”).


Supongo que a estas alturas nadie espera que la última película de Martin Scorsese vaya a ser la mejor de su carrera. Nominaciones y galardones aparte, decir que “El lobo de Wall Street” mantiene el nivel de su filmografía previa me parece una razón más que suficiente para recomendarla a todo aquél que busque una comedia salvaje carente de moralejas hipócritas y un ejercicio exuberante de narrativa cinematográfica y talento interpretativo.

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