"Si no es nuevo y nunca envejece, entonces es una canción folk."
Llewyn Davis
Fieles a sus obsesiones, con “A
propósito de Llewyn Davis” los hermanos Coen introducen en su filmografía a
otro de sus entrañables perdedores. El retrato del músico ficticio que da
título al film, aspirante a cantautor profesional en el neoyorkino Greenwich
Village de principios de los años 60, es un ejercicio cinematográfico tan coeniano
como uno podría esperarse: mezcla de patetismo, humor seco como la tos e
inesperadas situaciones kafkianas; pero también de una honesta tristeza que lo
inunda todo y de una comprensión profunda de los resortes del alma humana.
Oscar Isaac encarna con
convicción a este Llewyn Davis, trasunto del músico real Dave Van Ronk y primo lejano del profesor gafe de “Un tipo
serio”, que se siente tan perdido como Garfunkel sin su Simon tras quedarse
huérfano de compañero artístico y que trata de hacerse un hueco como solista en
una industria musical que, entonces casi tanto como ahora, prefiere el dinero
rápido del hit inofensivo antes que una voz personal con algo que decir.
El camino al infierno está asfaltado con buenas intenciones, y en su homérico
viaje hacia ninguna parte Davis conocerá a toda suerte de músicos,
representantes, ginecólogos y animales domésticos que pondrán a prueba su
paciencia, su integridad artística y la determinación necesaria para perseguir
su sueño hasta las últimas consecuencias.
Bruno Delbonnel, director de
fotografía de la célebre “Amelie” de Jean-Pierre Jeunet, pone por primera vez
su paleta de colores a disposición de los realizadores de “Fargo” y “El gran
Lebowski” para iluminar una Nueva York invernal en la que el frío cala hasta
los huesos a ese músico vagabundo sin abrigo ni un céntimo en el bolsillo, que
recorre la ciudad, guitarra y felino en mano, buscando a cualquiera que le
ofrezca un sofá en el que pasar la noche. Pero al contrario que Sixto
Rodríguez, el poeta maldito para el que todo el mundo tiene una palabra amable
en el estupendo documental “Searching for Sugar Man”, Llewyn Davis va gastando
sus últimos cartuchos y cerrándose las puertas de amigos, amantes y simples
conocidos a medida que se hunde más y más en el reconocimiento de su propia
derrota.
No conviene engañarse: ésta es
una película firmada por Joel y Ethan Coen y eso significa que, de todo el
surrealista zoológico folk que la puebla, probablemente el personaje más
antipático (por cobarde, interesado y mentiroso) sea el propio Llewyn.
Conseguir que nos identifiquemos con él, a pesar de los pesares, es uno más de
los grandes aciertos de un film que se beneficia, por descontado, de un reparto
de pesos pesados (nadie lo es más que el actor fetiche de los hermanos, John
Goodman) y de una banda sonora de lujo, encabezada por el delicioso “Fare thee well”
que Marcus Mumford (de los ídem & Sons) comparte con el propio Isaac en una
de las primeras escenas de la cinta.
El inimitable sello autoral de
los Coen convierte a “A propósito de Llewyn Davis” en uno más en su larga lista
de clásicos inmediatos. También, por consiguiente, en otra película destinada a
ganarse el aplauso de sus incondicionales y la apatía de todos aquellos que aún
no han sabido conectar con su nihilista visión del universo. Lo que está claro
es que la carrera por los Oscar le queda muy lejos al bueno de Llewyn: sería
casi un sacrilegio que esta poética oda al fracaso acabase triunfando en los
premios más caprichosos y convencionales de la industria del entretenimiento.
Con permiso de los Grammy latinos, por supuesto.
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