En el siglo XXII, la humanidad vive dividida entre la
Tierra, campamento de chabolas de escala planetaria, y Elysium, una
mega-construcción orbital situada a miles de kilómetros en el espacio y
reservada a las clases pudientes. Cuando Max, obrero en una fábrica de robots,
se vea accidentalmente expuesto a una dosis mortal de radiación, intentará por
todos los medios (exoesqueleto de combate mediante) entrar ilegalmente en Elysium, paraíso sanitario donde todas
las enfermedades tienen cura.
Ésta es, grosso modo, la sinopsis de “Elysium”, segundo
largometraje del realizador Neill Blomkamp, quien fuera recibido como una de
las mayores promesas del cine fantástico actual gracias a su previa “District
9”, brillante alegoría alienígena sobre el apartheid. Resulta curioso leer ahora la reseña que en su día dediqué a la ópera prima de Blomkamp, pues todos los posibles errores que
aquélla fintaba para constituirse en una película valiente y
carismática, “Elysium” los comete uno tras otro hasta echar por tierra lo que
podría haber sido un interesantísimo film de ciencia-ficción con tintes
sociales.
No es que la idea de una ciudad en las alturas, situada sobre un vertedero gigante
y destinada a
la aristocracia económica, sea especialmente original (si no estás pensando en “Gunnm / Alita: ángel de combate” de Yukito Kishiro es que no has leído/visto suficiente manga/anime), pero su
evidente lectura sociológica se merecía un desarrollo acorde con la (supuesta)
profundidad del planteamiento. Y más viniendo de un director que ya había
demostrado que se podía hacer algo parecido de modo satisfactorio y con un
presupuesto muy inferior. El problema, o uno de ellos, es que cuanto mayor sea
la inversión económica en la producción de una película, más concesiones debe
hacer su guión al gran público, ese ente indeterminado (¿soy yo “gran
público”? ¿lo eres tú?) que prefiere lo
fácil, lo irreflexivo, lo tonto, antes que el compromiso, lo autoral, los
cojones.
Decía en aquella entrada, hace cuatro años, que “si el
guión de “District 9” hubiese caído en malas manos (la maquinaria
hollywoodiense, básicamente) tendríamos a Will Smith (o peor, Tom Cruise)
protagonizando una cinta apta para mayores de 7 años (por eso de hacer
taquilla), prácticamente exenta de humor negro (gracietas a lo “Men in black” y
poco más) y con un final redentor en el que el muy comprensivo presidente negro
de los EE.UU. (me valen tanto Morgan Freeman como Danny Glover) cerraría el
Distrito 9 para que el tribunal de La Haya juzgase a sus responsables por crímenes
contra la no-humanidad.” Vista “Elysium”,
esas palabras resuenan casi como una premonición.
La estrella de la función es aquí Matt Damon (“¡Matt Damon!”), actor mediocre por el
que siento simpatía tras la estupenda trilogía de Bourne, reducido
para la ocasión al tópico de héroe-global-a-su-pesar que suele acompañar a los mencionados Smith y
Cruise, y que dice mucho del tipo de película ante el que nos encontramos. Le
acompañan en el reparto una desaprovechada Jodie Foster ejerciendo de villana-burócrata-aleatoria (cansados no, lo siguiente, de ver malos cortados por ese
patrón) y un esforzado Sharlto Copley, actor fetiche de Blomkamp, como sociópata-cacho-de-carne con el que el protagonista pueda curtirse en los
minutos finales. Diego Luna es el amigo-del-chico-con-los-días-contados y Alice Braga su amor-imposible-que-inspire-redención. El ratio de clichés por minuto se dispara a medida
que “Elysium” se aproxima a sus compases finales, y sólo se ve superado por los
disparates de un libreto que hace de la casualidad más inverosímil su principal
herramienta de construcción.
El tercio final de la nueva película de Blomkamp es tan
blando, tan mainstream y tan
descafeinado que uno prácticamente se olvida de las evidentes virtudes del
film: una dirección sólida, un vistoso diseño de producción, unos efectos especiales alucinantes y un
ritmo frenético que te tiene con los ojos pegados a la pantalla durante las
casi dos horas de proyección. Persisten incluso algunos destellos de ese sano “verhoevenismo” (de Verhoeven, Paul) en la chatarrera imaginería visual y
en el retrato, bastante explícito, de la violencia. Pero es un fugaz espejismo
que apenas le distrae a uno de la frustración constante de estar viendo una
película que aspiraba a las grandes ligas del cine fantástico con mensaje y que se queda, por
cobarde, comercial y complaciente, en una decepcionante tierra de nadie.
Neill Blomkamp, tú antes molabas.
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