(“It's a man's man's man's world” de James Brown)
Cartelería fina.
Por regla general, la quinta temporada de una serie de
televisión dramática no suele ser la mejor. Si observamos la evolución de
algunas de las cabeceras históricas del medio, solamente llegar hasta una
quinta temporada manteniendo unos ciertos estándares de calidad resulta en sí
mismo un auténtico logro. La mayoría de las series de éxito se tuercen después
de su segunda o tercera remesa de episodios al demostrarse agotado el punto de
partida en el que se sustentan. O bien se vuelven repetitivas (como “House” o
“Dexter”, imposibles de tomar en serio más allá de sus tres o cuatro entregas
iniciales) o bien degeneran en argumentos culebronescos que sólo buscan
enganchar al espectador con cliffhangers imposibles para que vuelva a sintonizar
su canal la próxima semana (como ocurría en las devaluadas “Lost” o “Prison
Break” y también, otra vez, en “Dexter”). Algunas de las mejores teleseries de
la historia (“A dos metros bajo tierra”, “The Wire”) decidieron dar el
carpetazo a personajes y tramas en su quinta temporada sabiendo que estirar más
el chicle supondría echar por tierra un prestigio bien ganado. Fue una sabia
decisión de la que la superlativa “Breaking Bad” parece haber tomado buena
nota, pues su inminente quinta temporada ha sido anunciada como la última. Sé
que me faltan aún muchas series dramáticas importantes por descubrir (“El ala
oeste de la casa blanca”, “The Shield”, “Battlestar Galactica”) pero, de todas
las que he visto hasta ahora, la única que ha conseguido mantenerse con buena
salud más allá de su quinta temporada ha sido “Los Soprano”. Y, curiosamente,
esa quinta temporada (de las seis y pico que duró la producción de la
HBO) se revela, aún con todos sus méritos, una de las menos brillantes... lo cual, tratándose de "Los Soprano", significa tanto como decir que sería la mejor temporada del 90% del resto de series emitidas en los últimos 15 años.
Por eso me sorprende tanto que, tras todo lo bueno que un servidor escribió en su momento sobre “Mad Men”, su reciente quinta entrega me haya parecido la mejor hasta la fecha.
Por eso me sorprende tanto que, tras todo lo bueno que un servidor escribió en su momento sobre “Mad Men”, su reciente quinta entrega me haya parecido la mejor hasta la fecha.
El reparto principal de "Mad Men". Clase.
La serie protagonizada por un grupo de publicistas que viven
en la Nueva York de los años 60 se ha convertido por méritos propios en un
referente cultural. Su cuidada estética retro es motivo de portadas y
reportajes en las revistas de moda y decoración. Su canon de belleza física (el
semental de mandíbula cuadrada y pelo en pecho que personifica Don Draper, la mujer de curvas generosas
representada por la über-pelirroja Joan Holloway) desmiente la actual
predilección por los andróginos hombres-niño y las tops rectilíneas y
enjutas de las pasarelas. En el momento de mayor condena hacia el tabaco y el
alcohol, “Mad Men” consigue que el consumo de las (llamadas) drogas blandas
luzca más glamuroso que nunca en pantalla; tanto, que más de un entusiasta
prohibicionista del nuevo milenio se habrá preguntado cuán atractiva luciría su
sonrisa con un Lucky Strike encaramado a su labio inferior.
El hombre-hombre.
Pero ese gusto por el detalle visible no es más que el
envoltorio de una serie que sigue fresca, cinco temporadas después, gracias a
sus sólidos valores narrativos. Más allá del innegable buen gusto estético,
tres son los pilares que en mi nada modesta pero siempre discutible opinión
hacen de “Mad Men” una de las mejores (si no la mejor) ficciones televisivas
del momento: la evolución de personajes, la impredictibilidad y la sutileza.
Momento para el recuerdo de esta quinta temporada: "Zou bisou bisou"
Como narración de largo recorrido, “Mad Men” es una
propuesta que necesita de cierta indulgencia inicial por parte del espectador.
Ajena a continuarás atropellados y grandes giros argumentales, la
creación del showrunner Matthew Weiner (curtido a los guiones en la
mentada “Los Soprano”; dato nada casual) describe metódicamente a sus protagonistas
en el día a día de unas vidas perfectamente veraces y creíbles. Lo hace,
además, dibujando sus perfiles psicológicos no tanto a través de lo que dicen y
hacen como mediante lo que callan. En “Mad Men” la inacción, la palabra tragada
antes de tomar forma, la lágrima que no acaba de rebasar el párpado, dicen
tanto o más de Peggy Olsen o Pete Cambpell que sus éxitos y fracasos
profesionales o las conversaciones que mantienen a lo largo del día con sus
respectivas familias y compañeros de trabajo. “Mad Men” es, en esencia, una
serie sobre profesionales de la comunicación incapacitados para comunicarse
como personas.
Pete Campbell, en el centro: es difícil saber si lo odias o sólo te parece patético.
Hay quien se queja de que “Mad Men” es esa serie en la que “nunca pasa nada”, desdeñando los
complejos procesos psicológicos que mantienen a sus protagonistas en continua
evolución. También hay quien la acusa de ser moralmente deleznable: sexista,
racista y homófoba. Estos son, claro, quienes confunden la ideología de los
personajes con la filosofía de la cabecera. Aquellos espectadores que hayan
estado atentos a la progresión de caracteres como Joan, Peggy o el propio
Draper habrán comprobado fehacientemente que los guionistas de “Mad Men” tienen
un plan a largo plazo que acabará poniendo, a su debido momento, los puntos en
cada i y las cruces en cada t. Un plan del que el espectador jamás consigue
adivinar el próximo movimiento porque, como sucede con nuestras propias vidas,
la lógica argumental de “Mad Men” no parece trazada siguiendo un modelo
narativo previsible y convencional: los acontecimientos se suceden por el azar
y la consecuencia, pero nunca por el capricho de un escritor decidido a llevar
a los personajes a un lugar concreto sin importarle cuánto deba resentirse la veracidad del relato.
Don y Joan: química y complicidad.
Y así, de un modo apenas perceptible, cada escena, cada
plano de “Mad Men” esconde un mensaje sutil, una metáfora visual o dramática
que conforma una pieza más en el puzzle psicoanalítico de un momento histórico (los
años 60) y de una sociedad (la occidental) que empezaban por aquel entonces a
asentar las bases de lo que ahora son: un mundo de hombres... gobernado por mujeres.
2 comentarios:
Creo que había que debatir si quien aparece en la foto del enlace es exactamente una mujer...
Touché ;)
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