Hace ya un tiempo que tenía curiosidad por leer “Entender el comic” de Scott McCloud. Reconozco que si no lo hice antes (ya hace meses que aguardaba su oportunidad reposando en la estantería de mi habitación) fue por la modorra que habitualmente me producen las obras teóricas. Por algún tipo de mal funcionamiento en mis enlaces sinápticos me siento abocado a anteponer siempre la narrativa al ensayo y el medio artístico en sí mismo a la tesis que lo analiza. Lo cual quiere decir, a grandes rasgos, que soy incapaz de acabarme un libro sobre cine (salvo que sea pequeño y tenga muchas fotos) o que me cuesta una barbaridad afrontar uno de esos estudios monográficos (tan necesarios, por otro lado) sobre un autor de tebeos.
Por suerte para mí, “Entender el comic” no es nada de eso porque, en primer lugar, es en sí mismo un comic. Y muy bueno, además.
McCloud, en un inteligentísimo ejercicio narrativo, tomó en su momento la atinada decisión de escribir y dibujar un tebeo que analizase el propio medio de forma muy rigurosa haciendo un uso exhaustivo de los recursos y técnicas estudiadas al mismo tiempo que éstas fuesen abordadas. Ello contribuye a un considerable refuerzo de las tesis expuestas, pues el autor no sólo las explica sino que además las pone en práctica simultáneamente, despejando así cualquier duda que el lector pudiera albergar acerca de su validez.
Tal acierto no sería posible si no fuera porque, por un lado, McCloud es un gran conocedor de la historia y la evolución del Noveno Arte y porque, por el otro, es también un narrador gráfico sobresaliente, capaz de una claridad expositiva indudable (nota mental: tengo que echarle un ojo a su “Zot!” en cuanto pueda). Dividiendo la obra en nueve capítulos que abordan el comic en sus diferentes facetas y apartados (desde su vocabulario específico hasta el uso del color pasando por el fundamental aspecto espacio/tiempo que constituye la auténtica esencia del arte secuencial), McCloud propone un viaje de aprendizaje ameno, revelador y asequible para cualquier tipo de lector; desde el autor consumado, que verá aglutinadas en explicaciones coherentes muchas referencias en principio irreconciliables (¿Jim Lee y Hergé en la misma frase? ¿y con sentido?) hasta el aficionado que empieza ahora a sentir interés por el medio.
Además, McCloud integra sin fricciones el comic en la evolución misma de las artes, estableciendo constantes vínculos con el cine, la pintura y la literatura pero dejando bien claro que los tebeos no son un popurrí de recursos extraídos de uno u otro medio (como muchos aún creen a estas alturas), sino un arte autónomo de alta alcurnia con recursos propios que el resto de disciplinas no pueden emplear. Lo cual es en sí mismo un motivo de celebración, pues pocas cosas me resultan más molestas que el paternalismo con que la supuesta intelectualidad observa al comic, como ese hermano un poco lento y demasiado joven que aún no tiene ni voz ni voto en el debate de la cultura. Gracias a tipos como Scott McCloud, esa concepción fruto de la ignorancia ha ido cambiando en los últimos tiempos.
En otro orden de cosas, la edición de la obra por parte de Astiberri me ha sorprendido en sentido negativo. Si la editorial vasca suele ser impecable en cuanto a la calidad técnica de sus publicaciones, esta vez se les han colado unas cuantas erratas e incorrecciones gramaticales que debieran ser imperativamente rectificadas en posteriores tiradas. No se puede pretender el más alto rigor teórico con tantas imprecisiones y faltas de por medio.
Aún así, “Entender el comic” sigue siendo una lectura absolutamente recomendable para todo aquél que desee comprender de qué va esto de los tebeos y un auténtico must have para los amantes del Noveno Arte.
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