Parte promesa de cumplimiento aplazado, parte espina en el costado y parte regalo de amistad plena, por fin he podido juzgar a Alessandro Baricco con conocimiento de causa. Yo le seguía la pista, de lejos, a su obrita (por extensión, no por méritos) “Seda”, que había sido tema recurrente entre mis amigos y compañeros de piso de la época universitaria (la palabra “época” me remite en este caso “a pasado irrecuperable que se observa con nostalgia”, pero lo cierto es que aún mantengo mis amistades de entonces a pleno rendimiento y, pese a lo bueno vivido, no creo que asumiese con gusto regresar temporalmente a aquel momento, en tanto que tengo mucho por lo que alegrarme en el presente). Pero, por suerte, uno de mis mayores tesoros, hallazgos y alegrías de esta vida me paró los pies a la puerta de la Fnac en un día de calambres inoportunos y me dijo: “Para ti”. Y allí empaquetadita estaba la novela “Océano mar”.
“Océano mar” se lee en dos patadas (en la cama, concretamente, dos noches de gripe otoñal) y le deja a uno el corazón engrandecido, forcejeando por romper las costillas que lo retienen en el pecho. Cuenta la historia de una serie de desconocidos que, por pura casualidad (o no), se reúnen en la posada Almayer, regentada por unos niños más bien particulares y situada junto a una playa, de bruces con el mar. Cada uno de estos individuos trae consigo una historia que Baricco desentraña sin prisas y sin más concesiones que las estrictamente precisas, con un estilo que varía sus postulados para sorprender al lector en cada nuevo capítulo, pasando de la carta al archivo documental a la doble narración paralela en primera persona a la oración litúrgica a… y permitiéndose al tiempo cabalgar del drama existencial al recurso cómico y de ahí a la tragedia descarnada sin previo aviso pero, no obstante, sin síntoma alguno de abrupción.
Lo que sí es constante a lo largo de la obra es esa mezcolanza de intenciones fabulísticas, filosóficas y, por encima de todo, profundamente románticas, que conforman un auténtico tratado sobre la perfección. Todo en “Océano mar” adquiere carácter de plenitud: los amores retratados son insuperables, están idealizados, llevados al extremo. También la inocencia, el odio y el arte. Los personajes de Baricco personifican estados del ánimo elevados a la máxima potencia: éste es puro afán creador; ésa, pura pasión, sentimiento a flor de piel; aquel de allí es venganza y nada más.
Para quien busque una lectura realista, cercana a lo cotidiano, al "ni frío ni calor" de la rutina diaria, “Océano mar” le hará flaco favor. Para los idealistas, aventureros y enamorados del amor, pudiera convertirse, quizás, en libro de cabecera.
Yo, a caballo entre lo uno y lo otro (dependiendo de con qué pie me haya levantado de la cama ese día), me quedo con la inventiva literaria de Baricco; con ese mar que ejerce de corazón de las tinieblas al más puro estilo Joseph Conrad; y con un personaje, Ismael A. Ismael Bartleboom (dos veces Ismael, sí, no es un error), que dice quien me lo regaló que se ajusta a mi personalidad como un guante a cinco dedos.
2 comentarios:
tu personaje con cajita sorpresa! :) me alegra mucho que te haya gustado!!! voy a verte en breve mi sugusín! un beso hasta que te abrace!MU
Nada que añadir, salvo los imprescindibles besos de vuelta ;)
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