Resulta decepcionante comprobar que, tras cuatro entregas más que decentes, la saga cinematográfica de Harry Potter comienza a desinflarse justo cuando debería cargar las pilas para anticipar su último acto dramático.
“Harry Potter y la Orden del Fénix” es indefendible en la medida en que todas sus virtudes (estéticas la mayoría) son heredadas de los cuatro films que la precedieron, y sus defectos son demasiado evidentes como para poder ocultarlos detrás de un par de buenos momentos de humor o acción. Dichos defectos se refieren, inevitablemente, al argumento y al ritmo.
Al argumento, porque en esta entrega no ocurre prácticamente nada. Básicamente, se presentan un par de personajes y desaparece alguno de los ya conocidos (aunque, honestamente, me esperaba una lista de bajas más espectacular). Ah, y Harry se hace sus primeras manolas a costa de una chica de su cole. Aparte de eso, poco más. Casi podría decirse que alguien que visionase la saga entera saltándose este capítulo en concreto no tendría ninguna dificultad para seguir tranquilamente la epopeya del abracadabrero adolescente.
Al ritmo, porque lo poco que acontece tiene lugar en sus últimos veinte minutos, y todo lo que ocurre antes parece el prólogo interminable de un clímax que no acaba por compensar tan larga espera.
Una decepción en toda regla, pues “Harry Potter y el Cáliz de Fuego”, el episodio inmediatamente anterior, me había dejado muy buen sabor de boca.
Por suerte, “Los Simpson: la película” es harina de otro costal.
El reto que se habían autoimpuesto Matt Groening y su equipo a la hora de llevar al cine una de las joyas de la corona de la historia de la televisión era a todas luces titánico.
Con millones de seguidores en todo el mundo, lo más probable era decepcionar a una inmensa mayoría, recibir varapalos de la critica y descubrir de la peor forma posible que la TV y el cine no responden a la misma lógica, y que la celebérrima familia amarilla hubiera hecho mejor quedándose en su catódico hogar.
Ése era mi gran temor al afrontar este primer largometraje protagonizado por Homer y compañía, pero mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que no sólo se mantenía intacta la frescura de la serie (de hecho, diría que la peli remite a la época de esplendor del programa, allá por las temporadas 6 a la 10, más que a las desmadradas últimas entregas), sino que se adaptaba al ritmo cinematográfico como flamante preservativo easy on a lustrosa verga en erección. El mérito, presumo, se debe al buen hacer del realizador David Silverman, que ya demostró su talento al dirigir la magistral “Monstruos SA” para Pixar.
A esto hay que sumarle cientos de nuevos gags, algunos descacharrantes (ojo a las aventuras de Homer y su cerdo, la aparición de un par de actores increíblemente famosos y el cameo con homenaje cinéfilo de Green Day); un sentido del drama que ya había hecho acto de presencia en la serie, que aquí se ve magnificado por la experiencia en pantalla grande, y unos títulos de crédito para enmarcar (no olvidéis quedaros hasta el final).
Ah, y un clímax que enlaza directamente con un momento antológico de una de las primeras temporadas, y que viene a demostrar que los Simpson es TAN GRANDE que ya puede homenajearse a sí misma.
Y con todo el derecho del mundo, que bien ganado se lo tiene.
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