domingo, julio 14, 2013

It's NOW! or never

No es la primera vez y me temo que tampoco será la última: me digo a mí mismo que se acabó el comprar tebeos de grapa, fugaces entregas mensuales del macrofolletín interconectado que es/son el/los universo/s superheroico/s; porque son una inversión estúpida, habida cuenta de la tendencia cada vez mayor por parte de las editoriales patrias a recopilarlo todo en tomos (de lujo, para más inri) apenas uno ha terminado de leerse la saga de turno en su primigenia edición en cuadernillos de 24 páginas; porque existe además la opción, poco noble pero enormemente práctica, de seguir en “formato digital” (las comillas implican calavera y tibias) las cabeceras a ritmo USAmericano y luego esperar tan contento al tomito en tapa dura de rigor. Pero supongo que soy un bobo y un romántico, porque siempre vuelvo a caer.

Esta vez Marvel Comics (y de rebote Panini, la editorial que publica en España al estudio-de-cine-que-todavía-imprime-tebeos) no ha tenido más que cambiar a sus autores punteros de colección (como si alguien todavía ignorase que son los editores quienes realmente dirigen creativamente el cotarro), renumerar cabeceras y anunciar la maniobra con la palabra “NOW!” junto a su logo de toda la vida.


¿Resultado? Jero ahora colecciona cinco nuevas series mensuales (que podrían convertirse en nueve a poco que el menda se deje seducir por los cantos de sirena de Jonathan Hickman al frente de la franquicia Vengadora, por el “Capitán América de Rick Remender y por los “Guardianes de la Galaxia de Bendis y McNiven) y siente la necesidad de compartir sus primeras impresiones con sus (asumo) cada vez más escasos lectores: un caso típico de blogger en proceso de desintoxicación que vuelve a recaer, también, en eso.

Dichas impresiones, claro, a continuación:


Indestructible Hulk


¿Por qué he picado? Porque el guionista Mark Waid está haciendo un trabajo fascinante en “Daredevil” (que no entra en esta lista porque en España está siendo publicada directamente en tomos) y porque el goliat esmeralda me parece un personaje con un potencial enorme siempre que el escritor al mando intente pensar “outside the box” (¿cuál es la traducción más apropiada para esta expresión en nuestro idioma?).


Lo que me gusta: la nueva actitud proactiva de Bruce Banner, cansado de esconderse del mundo cuando podría usar su intelecto para convertirlo en un lugar mejor. La intención de Waid de llevar al personaje en un tour por las cuatro esquinas del Universo Marvel, desde la sumergida Lemuria hasta el helado Jotunheim.


Lo que no me gusta: por ahora la serie no ha hecho más que presentar un planteamiento prometedor y rellenar los huecos con el clásico (y repetitivo) “Hulk aplasta”. Leinil Yu, dibujante del primer arco argumental, es un notable ilustrador pero también un narrador algo confuso. Por ahora no hay viajes en el tiempo.





Imposibles Vengadores


¿Por qué he picado? Porque dibuja John Cassaday (“Planetary”, “Astonishing X-Men”) y porque Rick Remender consigue las mayores y más húmedas erecciones por parte del núcleo ya-de-por-sí duro de seguidores del universo Marvel, motivo por el cual he decidido darle también una oportunidad a su trabajo pretérito en “Imposibles X-Force” y “Veneno”… pero ésa es otra historia y deberá ser contada en otro momento.


Lo que me gusta: la idea de unos Vengadores comprometidos con la causa mutante. El villano escogido para propiciar la unión entre héroes. Cassaday dibujando a Thor. Viajes en el tiempo (o algo así).


Lo que no me gusta: en estos primeros números Cassaday no está a la altura de sus mejores trabajos. Por otro lado, todavía no he calado a Remender, pero por momentos me parece más un fan al que han dejado utilizar los mejores juguetes de la guardería que un guionista profesional con un plan sólido a largo plazo.




La nueva Patrulla-X


¿Por qué he picado? Porque se trata de Brian Michael Bendis haciendo algo inesperado tras más de una década jodiendo la marrana escribiendo las principales series de los Vengadores. Bendis era un tipo fiable a principios de los 2000 (ahí están “Alias”, “Powers”  o su “Daredevil” para atestiguarlo) y se echó a perder entre macro-sagas y crossovers de los Héroes Más Poderosos de la Tierra. Si se centra de nuevo y recupera sus mejores virtudes (diálogos divertidos, caracterización de personajes) puede hacer una etapa memorable al frente de los mutantes. Bueno, y por Stuart Immonen, un dibujante de supers como la copa de un pino.


Lo que me gusta: por ahora Bendis se está dedicando a los diálogos divertidos y la caracterización de personajes (¡bien por él!). Viajes en el tiempo. Las reacciones de los inocentes X-Men originales al descubrir cuán trágico y desesperado es su futuro. Stuart Immonen.


Lo que no me gusta: la certeza lampedusiana de que tarde o temprano tendrán que meter al genio en la botella y deshacer todo el entuerto espacio-temporal devolviendo a la vieja Patrulla-X a donde pertenece.





Lobezno y la Patrulla-X


¿Por qué he picado? Por Jason Aaron, uno de los mejores guionistas norteamericanos del momento. Si no has leído “Scalped”, ya tardas: corre a comprarlo.


Lo que me gusta: aventuras frescas y desenfadadas protagonizadas por un elenco casi ilimitado de mutantes adolescentes liderados/educados por Lobezno y Kitty Pryde. Aunque no se parece en absoluto a “X-Statix” (vale, sí, aquí también sale Doop), me recuerda a la serie de Milligan y Allred en su capacidad para sorprenderme con decenas de ideas por episodio sin salirse de los estrechos márgenes de la continuidad oficial. Además, sospecho que tarde o temprano tendremos viajes en el tiempo.


Lo que no me gusta: la cantidad de números asociados al crossover “Vengadores Vs. X-Men”, que ralentizan notablemente los planes de Aaron para la serie. Chris Bachalo, pésimo narrador que a partir del mentado evento editorial es sustituido como dibujante oficial (que no permanente) de la cabecera por el espléndido Nick Bradshaw (discípulo evidente de Arthur Adams).





Thor: Dios del Trueno


¿Por qué he picado? Jason Aaron again. ¡He dicho corre, así que... CORRE!


Lo que me gusta: épica nórdica mezclada con sense of wonder de escala cósmica. Que por ahora la trama se presente autocontenida y, sobre todo, alejada del aspecto más super-heroico y mundano del personaje. Dioses mutilados y desollados en los confines de la creación. Viajes en el tiempo. Y Esad Ribic volviendo a Asgard tras su espectacular trabajo en la miniserie “Loki”.


Lo que no me gusta: si acaso, la certeza de que Ribic no será capaz de mantener el ritmo mensual que una serie como ésta requiere. Aparte de eso, por ahora, nada.


jueves, junio 27, 2013

La S significa esperanza

“No es una S…”, responde Henry Cavill, el nuevo Superman, a una Lois Lane con el rostro de Amy Adams: “en mi mundo significa esperanza”. Lo dice sonriendo con la boca y con los ojos, con esa mirada limpia, todo nobleza, que uno espera de la versión en carne y hueso del icono que durante 75 años ha alimentado los sueños de todos aquellos que una vez quisimos levantar los pies del suelo y echar a volar. Pero éste no es el Superman que conocías: “El hombre de acero”, la nueva película de Zack Snyder y Christopher Nolan (¿cuánto es mérito de cada uno?), es una adaptación que traiciona en apariencia algunos de los pilares fundamentales del universo ficticio creado hace tres cuartos de siglo por Jerry Siegel y Joe Shuster para el número 1 de “Action Comics”.

Olvídate de ver al tímido y miope periodista Clark Kent entrando en una cabina de teléfono para salir revestido de rojo, azul y amarillo, con los calzoncillos por encima del pantalón. Olvídate de un Perry White anglosajón, con las sienes plateadas, invocando airado al “fantasma del gran César”. Olvídate de Jimmy Olsen, jovencísimo reportero gráfico con tendencia a meterse en apuros con tal de lograr la mejor instantánea del héroe de Metropolis. Olvídate del enorme globo terráqueo que corona el edificio del Daily Planet. Olvídate (de momento) de Lex Luthor. Ni siquiera la S es ya una S.

“Eppur si muove”. O, para el caso, vuela.


Porque si uno es capaz de dejar a un lado la nostalgia (y, creedme, nadie se pone más nostálgico que yo cuando se trata del “Superman” de Richard Donner), tal vez pueda darse cuenta que, como decía Ovidio en ese latinajo célebre, “omnia mutantur, nihil interit”: todo cambia, pero nada se pierde. Ya no están las inolvidables fanfarrias de John Williams, pero tenemos en su lugar a uno de los Hans Zimmer más inspirados de los últimos tiempos. Sin kryptonita que debilite al personaje protagonista, el co-autor del libreto, David S. Goyer, se las arregla para buscar una alternativa que sustituya de forma más verosímil los nocivos efectos del verdoso mineral alienígena. Ante la ausencia de un Marlon Brando cuasi-divino tenemos a un nuevo y carismático Jor-El, jinete de una montura insectoide en un entorno que bebe más de “Avatar” y de los diseños de H.R. Giger que de aquel acristalado y olímpico Krypton que conocimos en los años 70. Por esto y por “Master & Commander”, sí o sí, hay que querer a Russell Crowe.


Poco importa que Glenn Ford jamás vaya a alcanzar ese granero solitario en lo alto de una colina, poniéndonos los pelos como escarpias mientras se lleva la mano al pecho, porque aquí Kevin Costner se resarce de sus últimos traspiés cinematográficos haciendo como nadie del San José de Smalville: ese progenitor superado por la divinidad de su hijo adoptivo que antepone la seguridad de su chaval a su sacrificio por el bien de los demás. La comparación no podría ser más apropiada: de Moisés alienígena en las versiones más canónicas, Kal-El ha pasado en “El hombre de acero” a ser un mesías bíblico en toda regla, y para que no se nos olvide ahí tenemos esa esclarecedora (y bastante obvia) vidriera en la única escena que se ha podido rescatar de la olvidable etapa viñetera a cargo de Brian Azzarello y Jim Lee.


Al final, uno a uno, la mayoría de los elementos icónicos que han definido al personaje durante más de siete décadas acaban asomándose al metraje de “El hombre de acero” de un modo u otro, aunque a veces parezcan irreconocibles (¿Laurence Fishburne como Perry White?) y otras no pasen de meros apuntes superficiales (¿Lana Lang? ¿Krypto el super-perro? ¿la Fortaleza de la Soledad?). Que los aficionados más ortodoxos no sean capaces de entender que éste es el camino del éxito para la nueva era cinematográfica de los personajes de DC Comics ya es otro cantar. Si funcionó con el Batman de Christopher Nolan, que se parecía tanto al de Bob Kane, o al de Neal Adams, ¡o al de Adam West!, como un huevo a una castaña, ¿por qué no habría de hacerlo con Superman?


Y luego, claro, está él: Henry Cavill. Cada fotograma en que el hipertrofiado actor británico, apenas conocido anteriormente por sus intervenciones en “Los Tudor” e “Inmortals”, aparece flotando sobre el hielo antártico o el desierto norteamericano, uno sabe que está ante el último hijo de Krypton. Cavill mira como Superman, habla como Superman, vuela como Superman. Y pega como Superman.


Ése es otro de los aspectos en los que más se nota el cambio en esta reimaginación del personaje. Lo que Bryan Singer no supo entender en su enternecedora aunque trasnochada “Superman Returns” es que el público ha cambiado, la tecnología ha cambiado y el cine de acción, sí, ha cambiado más que ninguna otra cosa. En la era de los Michael Bay y los Joss Whedon, el espectador ya no se emociona al ver cómo el héroe rescata de un destino fatal al enésimo helicóptero/avión/transbordador espacial averiado. Lo que el Superman moderno necesita para conquistar a los miles de gamers, otakus y fanboys del siglo XXI es un villano de alto octanaje que le pueda poner en apuros serios (Michael Shannon, bendito seas) y un sentido de la pirotecnia que rivalice en igualdad de condiciones con la gran traca final de “Los Vengadores”.


Y, pese a las decisiones caprichosas de Goyer, Nolan y Snyder, y los evidentes agujeros de guión (que los tiene y son llamativos por su torpeza), “El hombre de acero” (me) enamora porque posee la fuerza visceral de las mejores ensaladas de hostias que se recuerden en el Noveno Arte. El enfrentamiento de Superman contra Zod remite a otras inolvidables palizas dibujadas, como Goku Vs. Freezer, Invencible Vs. Conquest o, por encima de todas, Miracleman Vs. Kid Miracleman (¿la mejor pelea de super-tipos de todos los tiempos?). El acto final de “El hombre de acero” es orgásmico en su condición de espectáculo palomitero de destrucción masiva; esa gran escena de acción protagonizada por Superman que Hollywood nos venía negando hasta la fecha y que, por fin, me ha reconciliado con uno de los directores a los que más tirria estaba pillando últimamente: Zack Snyder, apúntate una.


Ni “El hombre de acero” es una película perfecta ni, con certeza, la mejor adaptación posible de la gran S a la pantalla grande, pero tampoco “Batman Begins” (con la que comparte muchos rasgos en común) era mi película soñada sobre el Hombre Murciélago y hoy por hoy se la reconoce como la piedra de toque de un nuevo modo de entender el cine de super-héroes. Este remozado Superman es, por lo de pronto, un reboot emocionante e intenso, divertido como pocos títulos que haya visto en pantalla grande un servidor en lo que va de 2013, y una base sólida sobre la que (re)construir una saga que, ahora sí, tiene el viento a favor para volar a mach 3 hasta la estratosfera.

Esta vez, quizás más que nunca, la S significa esperanza.

jueves, junio 20, 2013

La música de la sabana

"Nants ingonyama bagithi Baba
Sithi uhm ingonyama"


Para todos aquellos que nacimos en los 80 (y tuvimos una infancia más o menos feliz) existen una retahíla de clásicos Disney que forman parte fundamental de nuestro imaginario generacional. Hablo de la década de largometrajes animados (y sus impagables momentos musicales) que va desde “La Sirenita” (1989) hasta “Tarzán” (1999), y que tuvo sus últimos coletazos de brillantez en la estupenda “Lilo & Stitch” (2002). En lo que respecta a la animación tradicional, desde entonces no ha habido nada igual en occidente (Japón, ya sabéis, va a su bola) y dudo mucho que vuelva a haberlo. De todos aquellos clásicos que forjaron el carácter de muchos de los veinteañeros y treintañeros de hoy, uno de los más admirados es “El Rey León”.


Remake animalizado de “Hamlet” y plagio evidentísimo de “Kimba, el león blanco” de Osamu Tezuka, el film protagonizado por el desterrado príncipe Simba, legítimo heredero de “toda la tierra que baña la luz” (que decía -snif- Constantino Romero), supuso con toda probabilidad el cenit creativo de la Disney de los 90 y uno de los mayores éxitos comerciales en la historia del estudio. Al igual que en los casos de “Aladdin”, “La Bella y la Bestia” o la descacharrante “Hercules”, recuerdo haber visto docenas de veces “El Rey León” en el VHS original que alguien me regaló (por un cumpleaños, creo), y haber berreado sus canciones en las más insólitas circunstancias en compañía de J. (mayúscula), de Nocciolita o del CD con la banda sonora original compuesta por Hans Zimmer y Elton John.


Pese a lo complejo, conceptualmente, de una adaptación teatral inspirada en dicho material, en 1997 la artista multimedia Julie Taymor (a quien los más cinéfilos recordarán por su esteticista adaptación al celuloide del también shakespeariano “Tito Andrónico” en “Titus” y por ser la máxima responsable del biopic de Frida Kahlo protagonizado por Salma Hayek) presentó en Broadway el musical que recogía el argumento (con ligeros añadidos de guión) y las composiciones originales (más un par de temas nuevos) del film de animación. El inmediato éxito de crítica y público motivó su exportación a otras latitudes e idiomas, siendo hasta la fecha la producción de Madrid, representada en el Teatro Lope de Vega desde octubre de 2011, la única en lengua castellana estrenada hasta la fecha.


La dificultad para conseguir entradas decentes si no es con sorprendente antelación y lo inasequible de los precios me tuvieron con los dientes largos durante año y medio, a la espera de una ocasión propicia para dejarme llevar por las ganas y dilapidar parte de mis ahorros en ese espectáculo teatral del que todo el mundo hablaba maravillas. La ocasión llegó (se creó, más bien) el pasado domingo, y lo cierto es que no podría alegrarme más de haber pasado por taquilla.


No sé cuánto ha tenido que ver la nostalgia y cuánto el hecho de que “El Rey León”, el musical, es un espectáculo que entra por los ojos y los oídos como un arrollador torbellino de color y música, pero lo cierto es que, salvo algunas dudosas decisiones que buscan el humor localista (el andalucismo moranco de Timón, básicamente) y el hecho de que las canciones no respeten la traducción del doblaje original al castellano (ahora, por ejemplo, el himno fascista “Preparaos” se llama “Conspirad”), no se me ocurren mayores peros que ponerle a esas dos horas largas (casi tres) de show que me mantuvieron directamente conectado con la memoria del niño que un día fui. El niño que, para orgullo de Saint-Exupéry, aún sigo siendo por momentos.


El multitudinario ballet, la orquestación en directo, las poderosas voces de los intérpretes principales (con la actriz que interpreta al chamán Rafiki a la cabeza), los imaginativos recursos visuales con que se representan algunos de los momentos más difíciles de trasladar a las tablas (como la escena en que Mufasa se aparece a Simba entre las estrellas) y, sobre todo, el superlativo trabajo de maquillaje y vestuario, convierten al musical de “El Rey León” en una de esas experiencias artísticas “más grandes que la vida”, que impactan y emocionan y se graban a fuego en la memoria del espectador.


Y aunque fui a verla con quien más deseaba hacerlo, inevitablemente me acordé también durante la función de todas aquellas personas (como J. (mayúscula), Nocciolita, el Padre Karras o mi reverendísima madre) con quienes me gustaría poder compartir algún día esta experiencia una vez más. Porque tenía ganas de vivirla antes de hacerlo y, ahora que ya la he vivido, tengo ganas de repetir.

Es, literalmente, un ciclo sin fin.

martes, junio 04, 2013

Micro-reseñas primaverales

Últimamente el tiempo vuela. El mío, quiero decir. Entre el trabajo, la vida personal, lo poco que consigo ir al gimnasio y dormir un rato de vez en cuando, estas últimas semanas/meses he tenido el blog bastante desatendido. Y no será porque no se me ocurran temas sobre los que escribir: lo que pasa es que no tengo tiempo para sentarme a hacerlo. Literalmente. Hace unos días, durante una (muy) fugaz visita a Galicia, mi buen amigo Home de Xeo constató amablemente que hacía mucho que no escribía sobre comics; que no “lo tenía al corriente de mis últimas lecturas”. Así que a ver si hoy subsanamos eso con una batería de micro-reseñas primaverales… por mucho que me apene no poder dedicarle a alguno de los siguientes títulos una entrada monográfica en condiciones. Al lío:


Ojo de Halcón #1: Seis día en la vida de…


Como probable efecto colateral de la película sobre “Los Vengadores”, el arquero Clint Barton estrena nueva serie en solitario bajo la batuta del sólido guionista Matt Fraction y el excepcional trabajo gráfico de los españoles David Aja (adoro a este tío desde que lo descubrí en “El inmortal Puño de Hierro”) y Javier Pulido. Es precisamente la parte visual de “Ojo de Halcón”, con una narrativa y un diseño de página primorosos, la que eleva notablemente la calidad de una serie marcada por un tono urbano que mezcla humor, espionaje y toneladas de acción. No será el tebeo del año, pero sí una lectura divertida y sin pretensiones que da exactamente lo que promete. “Yippee ki-yay”, que diría John McClane.


The Boys #1 (edición integral)


Reedición en libracos muy gordos de la serie regular con la que el escritor irlandés Garth Ennis pretendía superar el éxito de su conocida “Predicador”. El argumento es tan simple como, a priori, tentador: “¿Quién vigila a los vigilantes?” Pues The Boys, un grupo de mercenarios de la CIA dedicados a extorsionar, humillar públicamente y (si es preciso) eliminar a cualquier super-héroe que se pase de la raya, cosa que hacen muy a menudo… con erótico resultado. Teniendo a Ennis como guionista, la cabecera asegura altas dosis de violencia explícita, sexo sucio, cantidades ingentes de alcohol y palabrotas que hacen llorar al niño Jesús: la clase de contenido ¿para adultos? que me alegraría la vida con 15 años pero que hoy por hoy me resulta un poco infantil. Teniendo a Darick Robertson (lo peor de la sobrevalorada “Transmetropolitan” de Warren Ellis) como dibujante, uno se asegura también un acabado visual expresivo y grotesco que encaja perfectamente con el tono de la serie, por mucho que el artista norteamericano no sea santo de mi devoción. “The Boys” tiene sus momentos… pero no es “Predicador”. Ni de lejos.


Fatale #1: La muerte me persigue


Ed Brubaker y Sean Phillips, el equipo creativo detrás de pepinazos como “Sleeper” y “Criminal” (y también “Incógnito”, que no estaba mal), se reúnen de nuevo en una colección que hermana la serie negra más canónica (años 50, detectives con gabardina, mujeres fatales) con el rollo lovecraftiano de las sectas ocultistas y los horrores primigenios inenarrables. Es decir: “Criminal” + “Los mitos de Cthulhu”. ¿Es original y sorprendente? No, son Brubaker y Phillips haciendo más o menos lo de siempre. ¿Funciona? ¡Pues claro, son Brubaker y Phillips, maldita sea!


Invencible #17: Ser inteligente


La mejor serie regular de super-héroes que se publica hoy en día (según el 100% de los redactores de este blog) prosigue su andadura en la edición de Aleta/Dolmen y alcanza los 84 números yankis con la frescura de los guiones de Kirkman y el buen hacer gráfico de Ottley intactos. Tras el punto y aparte que supuso la “Guerra Viltrumita” (os hablaba de ella hace relativamente poco), Mark Grayson debe decidir qué significa para él ser un héroe: ¿se trata sólo de patear el trasero al villano de turno o existe la posibilidad de hacer algo más para mejorar el mundo? A su manera ligera y desenfadada, Kirkman explora conceptos que ya habíamos visto en títulos como “Miracleman” o “The Authority” (el super-héroe como fuerza de oposición al statu quo) en un tomo de descompresión dramática que expande los horizontes del Universo Invencible. Y yo feliz.


Hombre #1 (edición integral)


Una de las mayores deudas del actual panorama editorial hacia el tebeo español de los 80 se ve por fin subsanada: la hasta ahora ilocalizable obra maestra de José Ortiz y Antonio Segura se reedita en dos volúmenes integrales que hacen justicia a un clásico que se mantiene tan fresco y actual como el primer día. Las aventuras de Hombre, superviviente anónimo en un apocalipsis que antecede en espíritu a “La carretera” de Cormac McCarthy, son un trabajo artesanal de primera magnitud, con guiones sencillos pero contundentes a cargo de Ortiz y un dibujo atmosférico, expresivo, detallista e -introduzca aquí su superlativo favorito- obra de Segura. Posiblemente, junto a “Paracuellos” de Giménez y “Torpedo” de Bernet y Abulí, mi clásico hispano favorito de todos los tiempos.

martes, mayo 21, 2013

Todas las fiestas del ayer

No sabría decir si la consideración más o menos generalizada de que “El gran Gatbsy” de Francis Scott Fitzgerald es una de las mejores novelas del siglo XX es merecida. Yo la leí hace unos meses a tenor de la entonces aún futura versión fílmica a cargo de Baz Luhrmann, por esa manía personal de no permitir que una adaptación cinematográfica me estropee el disfrute de un clásico literario. Se deduce de esto, claro, que tampoco conozco los otros Gatsbys interpretados por Alan Ladd y Robert Redford.


Intentando ser breve, de la novela puedo decir que me pareció un librito primorosamente escrito, aunque algo aburrido por momentos. No sé si fue el hecho de intercalarlo entre tomo y tomo de la monumental “Los Miserables” de Victor Hugo o simplemente que tardé demasiado en conectar con esa alta sociedad neoyorkina frívola e inconsciente que lo protagoniza, pero lo cierto es que sólo en sus últimos compases me sentí realmente inmerso en la narración y conseguí encariñarme con ese triste Trimalción llamado Jay Gatsby.

Sobre el nuevo film de Luhrmann, siendo un poco más extenso, puedo decir que es la manifestación definitiva del luhrmannismo, para lo bueno y para lo malo.


El realizador de “Moulin Rouge!” siempre ha sabido rodearse de repartos atractivos para el espectador, y “El gran Gatsby” no es la excepción: Tobey Maguire (el Peter Parker/Spider-Man de Raimi, pero también el protagonista de “Las normas de la casa de la sidra” y “Jóvenes prodigiosos”) encarna a Nick Carraway, un joven aspirante a escritor que se traslada a Nueva York para probar fortuna como vendedor de bonos. Al llegar a la ciudad conocerá una insólita vida de lujo y vanidad en el matrimonio formado por su prima segunda Daisy (Carey Mulligan, rostro femenino de moda tras su participación en “An education”, “Drive” y “Shame”) y el marido de ésta, Tom Buchanan (Joel Edgerton, visto en “La noche más oscura” y en la fascinante “Warrior”). Esta percepción de la riqueza y sus posibilidades quedará sin embargo eclipsada por las bacanales sin medida que cada noche se celebran en casa del vecino de Nick en el West Egg: el misterioso Jay Gatsby interpretado por un superlativo Leonardo DiCaprio, estrella absoluta de la función que a estas alturas no necesita presentación (o eso creía yo hasta que, comenzados los créditos finales, dos señoras sentadas a nuestra derecha en el cine se preguntaron: “DiCaprio era Jay, ¿no?”).


El romance trágico ideado en 1925 por Fitzgerald se convierte en manos de Luhrmann en una celebración del exceso amenizada y en ocasiones engullida por una banda sonora tan ecléctica y extemporánea como su realizador ya nos tiene acostumbrados: de Jay Z a The XX pasando por Florence + the Machine o Lana del Rey, e incluyendo versiones insólitas de canciones célebres como esa “Crazy in love” cantada por Emeli Sande en compañía (o eso parece) de los músicos de la cantina de Mos Eisley. Es una decisión arriesgada que entusiasmará a unos y horrorizará a otros, pero que comulga plenamente con los pilares autorales sobre los cuales el realizador australiano ha ido construyendo su filmografía.


Su narrativa barroca y exhibicionista engulle presupuesto de producción en cada vertiginoso y gratuito movimiento de cámara, amenazado por la textura digital de unos años 20 infográficos que lucirán ridículamente viejos dentro de una década. Decía Oscar Wilde que no hay “nada tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”. Ése es mi pronóstico para el cine de Luhrmann; del que sobrevivirán, sin embargo, sus agradecidos apuntes cómicos (la escena del reencuentro entre Jay y Daisy es un éxito, aunque el mérito lo tiene en su mayor parte el estupendo trabajo actoral) y el calado trágico de algunos de sus personajes. Cuando “El gran Gatsby” se olvida de epatar al espectador con su epiléptico frenesí videoclipero y se centra en los sentimientos de su atormentado protagonista, la película consigue ofrecer emociones auténticas con las que uno puede empatizar. El resto del tiempo, que es mucho (140 minutos que podrían haber sido 100 perfectamente), no es más que un carísimo carnaval que postula a Luhrmann como el idóneo organizador del próximo desfile del día del orgullo gay.

Resulta curioso que una cinta tan fiel al texto original de Fitzgerald haya caído en el mismo error que los personajes que la habitan: celebrar una enorme orgía de ruido y furia que oculte las verdaderas intenciones del corazón humano.

lunes, mayo 13, 2013

Oscuros ritos de madurez

Siguiendo la estela de realizadores asiáticos como Wong Kar Wai o Hideo Nakata, que debutaron en sus respectivos países de origen para dar luego el salto al mercado angloparlante, y dado el éxito global de sus trabajos previos (especialmente “Old Boy”, una de mis películas favoritas del siglo XXI), parecía inevitable que la industria estadounidense acabase tentando al cineasta surcoreano Park Chan-wook con un proyecto protagonizado por estrellas de proyección internacional. Personalmente, un servidor jamás habría imaginado mientras veía “Sympathy for Lady Vengeance” que una actriz como Nicole Kidman acabaría poniéndose un día a las órdenes de un director con un sentido tan personal de la estética, la narrativa postmoderna y la lírica de la violencia. Pero hete aquí que “Stoker”, la cinta con la que el protagonista de la serie “Prison Break”, Wentworth Miller, debuta como guionista (otra noticia inesperada, sin duda), supone el desembarco de Park en Hollywood a través de la productora Scott Free (fundada por Ridley Scott y su difunto hermano Tony) y la distribuidora Fox Searchlight (filial indie de la 20th Century ídem).


Había una inmensa curiosidad, al menos por mi parte, en descubrir si este cambio de latitud supondría una rendición por parte de Park al conservadurismo y la mansedumbre de los estándares norteamericanos de cine comercial. No ha sido así, por suerte, y “Stoker” no solamente conserva la desbordante capacidad creativa de su artífice en términos estrictamente plásticos, sino también su predilección por la violencia física y psicológica, las atmósferas malsanas y la alegre transgresión de una buena cantidad de tabúes sociales. Tal vez no al nivel de algunos de sus films previos, pero sí lo suficiente como para considerar esta nueva película una rara avis dentro del panorama cinematográfico USAmericano.


El argumento del film presenta a India Stoker, una introvertida adolescente con una amplificada percepción sensorial del mundo que sufre la muerte de su padre en un accidente de tráfico en el día de su decimoctavo cumpleaños. La tragedia propiciará la aparición en la casa familiar, que ahora India comparte sólo con su madre y el ama de llaves, de un misterioso tío cuya existencia desconocía hasta la fecha. A medida que este inesperado nuevo miembro del clan Stoker se vaya integrando en el día a día del desestructurado núcleo familiar, India comenzará a formularse ciertas preguntas incómodas acerca de su árbol genealógico y de su propia naturaleza.


Pese a lo manido del planteamiento inicial, el clásico psycho-thriller con “el enemigo en casa” que tantas veces hemos padecido en las sobremesas de fin de semana de las cadenas de televisión nacional, Park se alía con su habitual director de fotografía Chung Chung-hoon y con el espléndido compositor Clint Mansell (seguro que has escuchado esto un centenar de veces) para tomar esta sinopsis propia de un vulgar telefilm de Antena 3 y darle alas audiovisuales que la eleven hasta el firmamento. Hay tanto que celebrar en la caligrafía visual de Park, en su atrevido uso de los recursos de montaje y sonido y en sus deliciosas transiciones entre plano y plano, que al final del film uno apenas consigue recordar los numerosos convencionalismos en los que cae el libreto de Miller de tanto en tanto. “Stoker” es previsible, sí, y casi nunca (o nunca, directamente) verosímil, pero la potencia cinematográfica con que el realizador de “Thirst” y del segmento más extremo de Three... extremes envuelve esta oscurísima fábula sobre los ritos de madurez (con ecos de “Carrie”, “Dexter” e incluso del cine de David Cronenberg) justifican no sólo el precio de la entrada, sino también su condición inmediata de película de culto dispuesta a dividir visceralmente al público. El cómo devora completamente al qué, pero también mastica y deglute las expectativas del espectador en cada nuevo plano y escena, hipnotizando por completo al respetable y encadenando 100 fugaces minutos repletos de hallazgos formales e instantáneas para el recuerdo. Qué demonios: ya sólo por la sublime escena del dueto al piano merecería la pena la existencia de esta película.


Si a todo ello le sumamos una acertada selección de temas musicales (desde el gran Philip Glass hasta la no-menos-grande Nancy Sinatra) y un trabajo actoral de relumbrón, destacando por encima de Kidman y del algo afectado Matthew Goode (inapropiado Ozymandias en el “Watchmen” de Zack Snyder) la poderosa interpretación de mi admirada Mia Wasikowska (“En terapia”, “Alicia en el País de las Maravillas”, “Jane Eyre”), obtendremos uno de los platos cinéfilos más estimulantes del presente 2013, pese a que no vaya a ser del gusto de todos los paladares.

Es lo que tiene la comida exótica.

domingo, mayo 12, 2013

El rockero tímido

Siguiendo el camino más largo y difícil, el del esfuerzo constante y el “paso a paso”, Quique González ha ido convirtiéndose a través de los años en uno de los cantautores más respetables y honrados del panorama nacional. Sin hits especialmente reconocibles, completamente ajeno al glamour y la pose de otras figuras del pop-rock que lucen más por el embalaje que por el contenido del paquete (no, cochinos, no ese paquete), el madrileño ha sabido ganarse a un público muy fiel y cada vez más numeroso tirando únicamente de talento y determinación.


Durante los quince años transcurridos desde su debut en “Personal”, Quique González ha ido alejándose de la figura del músico intimista en solitario bajo lo focos al estilo de Antonio Vega o los hermanos Urquijo para caer en el terreno más rockero de Ryan Adams y el Bob Dylan eléctrico. Su octavo larga duración, el reciente “Delantera mítica”, viene a confirmar su adscripción cada vez más evidente al sonido americana (la mención a Neil Young no es baladí), tirando de instrumentistas estadounidenses para su grabación en los mismos estudios de Nashville, Alex the Great, en los que ya había registrado su inmediatamente anterior “Daiquiri Blues”. Esta evolución, inmensamente positiva a oídos del abajo firmante, se traduce en una integración más satisfactoria entre música y letras, ganando protagonismo el aspecto puramente instrumental y permitiéndose ahora momentos tan brillantes como el solo final de “Tenía que decírtelo”, excelente single de presentación de este último LP.

“Delantera mítica” me parece el disco más redondo de Quique González, aunque eso no implique necesariamente que estos nuevos 11 temas (12 si contamos la traducción directa del “Is your love in vain” de Dylan como corte extra) sean los mejores de su cancionero. Pero como conjunto, ya digo, posiblemente el cantante y guitarrista se haya acercado más que nunca a su techo artístico… y eso que “Daiquiri Blues” ya era un soberbio trabajo de madurez. Ayuda también, en mi caso, esa lírica cada vez más directa, menos pendiente del recurso estilístico de turno y más cercana a mi universo personal en sus referencias extra-musicales: la clase de guiños que le llevan a uno a esbozar una sonrisa cómplice (desde “el gol de Iniesta” hasta “la botella de Jimmy McNulty”). Nada que lamentar, entonces, al comprobar el pasado viernes en la sala La Riviera de Madrid que son estos dos últimos discos los que acaparan la mayor parte del setlist en la gira con la que el músico y su nueva banda recorren actualmente la geografía española.


Con una sobria puesta en escena (con una jaula colgante conteniendo una pantera de atrezzo como único destello de excentricidad) y sin dilatar el concierto con profusiones retóricas, el humilde e incluso tímido Sr. González va directamente al grano desde el minuto uno y llena dos horas de música con canciones prácticamente inéditas en los turbios dominios de la radiofórmula, pero que suenan como auténticos grandes éxitos a oídos de sus fieles. Pasadas por el filtro de su sonido actual, pedradas injustamente desconocidas para el gran público como “La ciudad del viento”, “Miss camiseta mojada”, “Vidas cruzadas”, “Salitre” o el inevitable himno de clausura “Y los conserjes de noche” fueron coreadas por una platea entregada que acudía, en su mayoría, con la lección aprendida.

Reconozco que no fue un concierto especialmente sorprendente, más allá de la aparición sobre el escenario de la vocalista Zahara para interpretar a dúo, y con mucho encanto, las canciones en las que precisamente ya colaboraba en el disco (“Me lo agradecerás” y “Las chicas son magníficas”). Que igual suena un poco obvio, pero yo no me lo esperaba. Por lo demás, un servidor ya había visto a Quique en concierto dos veces en el pasado y las expectativas estaban bastante ajustadas a la satisfacción finalmente obtenida. Lo cual no es en absoluto un demérito. Y, para mi propio orgullo personal, siempre me quedará la satisfacción de saber que una de mis acompañantes, que en su vida había escuchado una sola canción firmada por el autor de “Kamikazes enamorados”, salió del concierto convertida en una fan confesa.

Supongo que ésa es la mejor lectura que se puede hacer del trabajo actual de Quique González: es difícil escucharlo y no quedarse prendado de él.

jueves, mayo 09, 2013

Colaboraciones con ECC Ediciones: "The Unwritten #7" y "Punk Rock Jesus"

Publicado el listado de novedades de ECC Ediciones para el mes de junio, toca por mi parte llamar la atención sobre la aparición de dos tebeos que cuentan con un texto de cierre firmado por un servidor. Se trata, por un lado, de la segunda parte de “Tommy Taylor y la Guerra de las Palabras”, séptimo volumen recopilatorio de la estupenda (y me temo que infravalorada) serie regular “The Unwritten”, escrita por Mike Carey y dibujada por Peter Gross para el sello Vertigo: un volumen que marca un antes y un después en la odisea meta-literaria de Tommy Taylor y sus compañeros de aventuras.

 
Por otro lado, se publica la miniserie autoconclusiva “Punk Rock Jesus”, escrita y dibujada por Sean Murphy (“Joe el bárbaro”, “American Vampire: Selección Natural”), quien se descubre aquí como un autor completo muy a tener en cuenta, capaz de mezclar con acierto la crítica a los mass media con el fanatismo religioso, el terrorismo independentista, la angustia adolescente y la música combativa. Tanto es así que me atrevería a decir que, con permiso de la superlativa última entrega de “Scalped” (el que fuera mi tebeo favorito de, al menos, los últimos dos años), “Punk Rock Jesus” es el comic que más me gusta de cuantos han contado hasta la fecha con una de mis colaboraciones para la editorial que ostenta los derechos de DC Comics y su sello Vertigo en nuestro país.

Ciudadano Stark

Que a estas alturas del negocio super-heroico una película pueda dividir tanto a su público objetivo como lo ha hecho “Iron Man 3” no puede entenderse sino como un éxito. Un éxito no sólo comercial, pues el film va camino de ser uno de los grandes taquillazos del año en curso, sino también un triunfo de cara a la percepción popular, porque la tercera ¿y última? entrega de las aventuras en solitario del vengador dorado ha conseguido generar reacciones de lo más polarizadas en el termómetro más fiable para medir la percepción del público: internet.
"Metamos todo lo que quepa": un clásico de los carteles para blockbusters.

La arrolladora repercusión generada por “Los Vengadores”, cinta que logró contentar a (casi) todo el mundo, ponía el listón por las nubes de cara a un cierre de trilogía cuya responsabilidad pasaba de las competentes (aunque despersonalizadas) manos del actor/director Jon Favreau a las del semi-debutante guionista/director Shane Black, cuyo único título como realizador hasta el momento había sido la comedia neo-noir de culto “Kiss Kiss Bang Bang”. Black, no obstante, gozaba de cierto reconocimiento en la industria audiovisual tras haber firmado los libretos de la saga “Arma letal” y de otros films de acción con chispa como “El último boy scout” y “El último gran héroe”, y su elección de cara a dotar a la franquicia protagonizada por Robert Downey Jr. de una cierta personalidad autoral (por restrictivas que sean las directrices que un gran estudio como Disney/Marvel pueda imponer a sus carísimos proyectos cinematográficos) bien podría ser un eco del “efecto Whedon” que tan bien sentó a la puesta de largo del super-grupo marvelita.

Pose molona ligeramente gratuita.

Vista la frialdad generada por “Iron Man 2”, cinta que encuentro más entretenida que la mayoría de mis conocidos pero que no dejaba de ser un puente demasiado evidente entre la primera entrega y la aventura conjunta de los Héroes Más Poderosos de la Tierra, parecía evidente que lo que la saga del hombre de hierro (no confundir metales, por favor) necesitaba eran ideas frescas y un poco de pensamiento “outside the box”, como dicen los yankis. Ha sido precisamente este salirse de lo establecido lo que ha encolerizado a buena parte del fandom, indignada (que hay que ver las cosas por las que se indignan algunos habida cuenta de la coyuntura socio-político-económica en la que nos encontramos) con algunos giros de guión que traicionan los casi 50 años de andadura editorial del personaje.

Tony Stark pasa más tiempo fuera que dentro de la armadura. Qué más da: funciona.

Así, la web se inunda estos días con las quejas del talibán marvelita que lamenta el escaso tiempo en pantalla en que vemos enfundado en la armadura metálica que da título al film a Tony Stark (pletórico Downey Jr., encarnando por tercera vez a un personaje que ya nadie se imagina con otro rostro). También se queja este mismo marvel zombie del juego de engaños profundamente nolaniano (de Nolan, Christopher, a.k.a. el-tipo-que-logró-que-olvidases-al-Batman-de-Schumacher) al que el villano de la función, un iconoclasta Mandarín encarnado por el siempre espléndido Ben Kingsley, somete al héroe protagonista. Argumenta el geek al-pie-de-la-letra que al científico/filántropo/millonario/playboy no le sienta bien la angustia existencial derivada de su traumática experiencia en los apocalípticos compases finales de “Los Vengadores”, para al segundo siguiente arremeter contra la ligereza cómica que “Iron Man 3” destila durante la mayor parte de su metraje.

El Mandarín. Pero no como te lo habías imaginado.

Pataletas todas del mismo fan caprichoso que en su día arremetió contra la telaraña orgánica del “Spider-Man” de Raimi o el destino trágico de cierto telépata de nivel omega en la fallida “X-Men: la Decisión Final”, pasando por alto que aquellos films (y muchos otros susceptibles de no respetar al 100% las siempre contradictorias y habitualmente inadaptables cinco décadas de continuidad marvelita) no eran buenas o malas películas por detalles menores que poco tenían que ver con su auténtica calidad cinematográfica. La fidelidad puede ser una losa tan pesada, o más, que la flexibilidad a la hora de adaptar un material ficticio preexistente; y si no que se lo digan a Robert “Sin City” Rodríguez o a Zack “Watchmen” Snyder.

Guy Pearce, actor infravalorado donde los haya, le quiere robar la chica a Tony. O no.

“Iron Man 3” es una patada en la boca del aficionado que espera una traducción literal a la pantalla de las viñetas de los Kirby, Romita Jr. o Granov que a lo largo de los años han contribuido a engrandecer la mitología que rodea al personaje. De hecho, su deuda no es tanto hacia los tebeos de los que provienen Tony Stark y su álter ego metálico como hacia las dos entregas precedentes, que sentaron un tono que tampoco estaba en los comics (al menos no en la continuidad oficial o Tierra 616) y, sobre todo, a una forma de entender el cine de entretenimiento que va de las buddy movies al estilo “Límite: 48 horas” hasta el cine de espías desenfadados alla “Mentiras arriesgadas”, pasando por la pirotecnia de videojuego de la inevitable referencia vengadora.

Don Cheadle interpreta una vez más a James "Máquina de Guerra" Rhodes. Entonces... ¿por qué no sale Máquina de Guerra?

Que un producto de este estilo contenga el doble de ideas, él solito, que sus dos entregas precedentes juntas, ya me parece digno de cierto reconocimiento. Dichas ideas gustarán más o menos a cada espectador dependiendo de su predisposición a aceptar por buenas las transgresiones perpetradas por Black y su colaborador literario Drew Pearce (presente también en los créditos de la inminente y muy prometedora “Pacific Rim” de Guillermo del Toro), pero es indudable que el esfuerzo creativo invertido en esta “Iron Man 3” va más allá del mero estiramiento del chicle super-heroico, y que esta capacidad para tomar riesgos aún a costa de las expectativas del talifán puede ser la mejor noticia de cara a la Fase 2 del macro-proyecto cinematográfico de la Marvel.

Tony Stark fuera de la armadura otra vez. Sigue funcionando: viva y bravo.

Porque al final lo que realmente importa en una película de este tipo, que no aspira a ampliar los límites conceptuales del Séptimo Arte ni a arrasar en el circuito de festivales de cine independiente (para qué, si Downey Jr. ya participó en una cinta galardonada con el premio del Mono Llorón del Festival de Beijng), es que ofrezca dos horas de entretenimiento sin complejos, humor socarrón para todas las edades y escenas de acción que justifiquen la desorbitada inversión económica realizada por la productora. “Iron Man 3” ofrece eso y quizás incluso más: la sensación de que los guionistas no se han dejado todo el cerebro fuera del despacho donde se ha dado forma a la nueva línea de figuritas de acción, se han establecido las fases del videojuego oficial y (oh, vaya) se ha decidido el contenido narrativo del film.

¿El fin?

No es el “Ciudadano Kane” de los super-héroes, pero a mí personalmente me llega con que sea ella misma y no aspire a nada más: Ciudadano Stark.