Estimado lector:
Déjeme
aclararle, antes de nada, que no temo a la parca, y que por ello he
decidido abrazarla alegremente para que me libre de vagar por este
pesaroso mundo con la vergüenza de haber cometido tamaño crimen
contra todo lo que en otro tiempo consideré sagrado. “La
muerte es hermosa y amiga nuestra; sin embargo, no la reconocemos
porque se nos presenta enmascarada, y su máscara nos espanta”,
escribió Chateaubriand en sus memorias, y ahora que vislumbro esa
terrible máscara frente a mí, no puedo más que sentir sosiego y
gratitud. La culpa de mi hondo pesar (y el motivo de mi temprana
defunción por mi propia mano) la tiene un caballero llamado Rufus
Wainwright. O tal vez sea yo el único culpable, pues es mi pecado la
herejía y mi acto de expiación el suicidio. Me explicaré.
Decir
que Monsieur
Wainwright es uno de
tus músicos favoritos otorga cierto charme
entre los melómanos más exquisitos que acuden a las reuniones de
sociedad en los más prestigiosos salones de la capital. Significa
que uno es un tipo sensible, gay-friendly,
que sabe apreciar la frívola luminosidad de una desvergonzada tonada
al piano al tiempo que valora en su justa medida la excelsa
introspección de una interpretación digna del más exigente examen
de conservatorio. La música de Rufus Wainwright podría ser una
perfecta banda sonora para cualquier pieza teatral escrita por mi
buen amigo Oscar, por ejemplo.
En
mi despreocupada inocencia, yo creía que Wainwright era uno de mis
músicos favoritos y me vanagloriaba de ello. Cuando lo mencionaba en
los salones, el connoisseur
atento a mis palabras (ciudadanos tan respetados en el estudio
melódico como el Barón Nadir, el Vizconde de Tenenbaum o la Duquesa
Aimantée) me miraba dibujando en su semblante un gesto cortés, como
si inmediatamente reconociese en mí a un igual. El lego en la
materia adquiría la clásica expresión que viene a decir “oh,
buen dios, no sé de qué o quién estamos hablando, pero con todas
esas w's en su apellido debe ser algo digno de alabanzas”.
Sumándole a este aprecio hacia Rufus mi conocida debilidad por las
obras de Lord Stevens, Lady Hegarty y del libertino Capitán Wolf, no
cabía duda de que un servidor formaba parte de esa selecta minoría
afiliada a la música de la “Liga
de los Invertidos Extraordinarios” (casi
puedo oír el látigo de la ortodoxia restallando sobre mi cabeza y
acusándome de homofobia por este último comentario... pero, ¿qué
me importa?, el escarnio es para los vivos).
Así
pues, un servidor se encontraba en una inmejorable posición de fama
y reconocimiento social. O, como he escuchado decir a la infanta
Marguerite en tantas ocasiones: yo
molaba.
Pero,
siendo honesto, debo confesar que
creía que Rufus Wainwright era uno de mis músicos favoritos
cuando, en realidad, no
lo era.
Fui consciente de esta terrible revelación hace unos días,
escuchando en mi iGramófono la nueva opus
del neoyorkino, que responde al título de “Out of the game”
(“Dehors du
jeu”,
para quien prefiera una franca
traducción). Tras un tibio primer acercamiento, me decidí a
reproducirlo tantas veces como hiciese falta hasta que acabase
contagiándome de su excéntrica jovialidad. “Es
lo que tienen los genios”,
me decía, “que
uno siempre tarda en aprender a apreciarlos”.
A medida que las estériles escuchas se sucedían, recordaba no sin
cierto desagrado cómo en el pasado ya me había visto en situaciones
semejantes frente a anteriores trabajos del norteamericano como
“Release the stars” o “All days are nights: songs for Lulu”,
o cómo me había sentido obligado a glosar en público las
virtudes del directo de Wainwright, negándome a reconocer (ante los
demás y ante mí mismo) que la primera mitad del recital al que asistí hace dos años exactos me resultó considerablemente
adormecedora.
Temiendo
ser expulsado de ese selecto club de amantes de la música fascinados
por Monsieur Wainwright, insistí hasta la saciedad en la audición
de los 12 cortes que conforman “Out of the game” hasta que pude
cantarlos al derecho y al revés (y aún en latín y esperanto) como
si yo mismo los hubiese compuesto. Si no podía disfrutar realmente
con la nueva obra de Wainwright, al menos me empaparía tanto de
ella como fuese posible para que los otros miembros de nuestra logia
rufusiana
jamás sospechasen lo evidente: que lejos de parecerme un mal trabajo (más bien al contrario, lo considero un álbum francamente meritorio), “Out of the game” me aburre.
¡Oh, maldita sea mi alma impía, cuánto me aburre!
Advertido de mi propia felonía, de este falaz proceder que vengo
manteniendo en las últimas jornadas en todo lo que atañe al que
otrora considerase uno de mis creadores musicales de referencia, en
morbosos sueños rememoro decepciones pasadas y me despierto en plena
noche aterrado por el convencimiento, tan evidente ahora, de que sólo
hubo dos títulos a Rufus debidos, “Want one” y “Want two”,
que realmente elevasen mi espíritu hasta esa idolatría que el resto
de mis camaradas todavía parece profesar con el más sincero de los
ánimos.
Perseguido
por mi propia vergüenza, sabiéndome un infiel entre auténticos
devotos del maestro, decidí aliviar este insoportable peso sobre mi
conciencia del único modo digno que he logrado vislumbrar. Con firme
disposición he adquirido en la iTienda un veneno musical de repugnante celebridad entre la liga de asesinos: la dosis más ínfima es
irremediablemente letal, y a los delirios iniciales que comienzan
tras su deglución le siguen unas violentas convulsiones en cadera y
columna vertebral que terminan por desvencijar la osamenta del
infeliz que lo haya ingerido. Ya empiezo a sentir cómo mi
entendimiento se confunde y
dale
y las palabras se colapsan en un torrente de verborrea sin sentido
porque ella quiere
su rumba.
Dejo
constancia en esta epístola fatal de mi suicidio y de mis razones
para acometerlo, para que así ninguno de mis allegados dude en el
futuro de mi integridad y mi compromiso con la honradez musical, y me
despido ya tu
sabeh
dedicándole al mesías gay mis últimos pensamientos: adiós Rufus,
adiós fontes, adiós regatos pequenos...
Suyo afectísimo, en la vida y en la muerte,
Hieronymus Pinetree, Caballero de Cydonia y siervo leal de su Majestad la Reina Bulsara.
Post
Scriptum: Muero en 1, 2, 3, 4.
5 comentarios:
La espera fue larga, pero mereció la pena. No me refiero al disco de Mr. W (oh, coincidencia en la inicial con Oscar) sobre cuyo juicio volvemos a coincidir, sino a este artículo glosándolo. Sólo querría añadir que a mí más de la mitad del álbum de debut de Rufus me parece a la altura de ambos Want. Foolish Love, por ejemplo, la sigo considerando una de sus mejores canciones y cada vez que la escucho me pone un nudo en la garganta. Pero ya hace demasiados años que no compone números como ese. Además pienso que la producción de Mark Ronson, como ocurrió en el caso de Poses, su segundo trabajo, no es la más adecuada para su música.
El Barón (en el destierro) de Nadir.
Noooooooooooooooo!!! Vd. Merece una forma mas digna y menos cruel de acabar con su vida que recurriendo a esa ponzoñosa melodia!!!!
No he escuchado el disco (para variar, últimamente estoy de un descolgado de todo que comienza a asustarme...) pero lo he pasado genial leyendo tu original reseña. Saludos del otrora gentil e ilustre Comisario Furi, dedicado a otros menesteres por avatares de la vida, pero siempre fiel a su Enseña y presto a su servicio en cuanto a vos os plazca llamarle a su lado.
Gracias, Barón. Como comprenderá, algo tenía que urdir para no repetir punto por punto sus propias palabras sobre la última obra de Mr. W.
La crueldad de la penitencia no es más que un reflejo de la gravedad del crimen cometido, Comisario Furilo. Espero que esos menesteres que lo mantienen alejado de los salones de sociedad sean tan gratos como presupongo.
No tengo ni idea de quién es el tal Rufus Wingwrighwhea (hace tiempo fui expulsado de los salones más selectos de la cultura elitista y bienpensante, y me enorgullece decir que salí de ellos con un portazo), pero este post me ha parecido maravilloso. Tanto que lo cuelgo en facebook, fíjate.
Muchas gracias por el elogio, David. Vaya por delante que no tengo ni idea de cuáles son tus gustos musicales, pero si tienes curiosidad por conocer algo más de Rufus Wainwright (aunque tal vez no sea el caso), yo te recomendaría que escuchases su disco "Want one": me parece una auténtica joya.
Publicar un comentario