Me gusta Michael Mann. Es uno de esos directores a los que intento seguir la pista en todo lo que hace. Aunque la primera película suya que vi de niño fue “El último mohicano”, no fue hasta “Heat” que busqué su nombre en los créditos y me lo guardé para futuras referencias. Las sucesivas “El dilema”, “Ali” e incluso la irregular “Collateral” afianzaron mi confianza en su pericia como realizador, y tuvo que llegar la soporífera (pese a su excelencia formal) “Corrupción en Miami” para que mi devoción por el director se viese de pronto mitigada.
Por eso esperaba “Enemigos públicos” con gran inquietud. Si Mann daba en la diana, recuperaría su lugar en el podio de mis cineastas actuales favoritos, y si fallaba supondría su segundo error consecutivo, confirmando unas horas bajas en las que un servidor se negaba a pensar.
Resulta curioso que al final no haya pasado ni una cosa ni la otra. A tenor de lo visto, ni Mann está en horas bajas ni su último largometraje consigue acertar en la diana. Me explicaré:
“Enemigos públicos” es una película 100% Michael Mann. Posee una caligrafía visual sobrecogedora en su singularidad: está rodada de un modo casi documental, con cámara digital en mano y granulado de vídeo de primera comunión. Probablemente esto traerá de cabeza a más de un purista del cine negro, que preferiría un estilo clásico a la manera de Brian de Palma en “Los intocables” o Sam Mendes en “Camino a la perdición”, pero eso supondría olvidarnos de un dato importante: Michael Mann no es de Palma ni Mendes. Michael Mann es Michael Mann. Con dos cojones, además.
El problema, me temo, es que tanta meticulosidad en el acabado visual no se corresponde con un guión o unas interpretaciones al mismo nivel. El normalmente excelente Johnny Depp da vida a un John Dillinger descafeinado; Christian Bale está perfecto (como siempre) pero su papel de Melvin Purvis (un tipo del que apenas se sabe nada salvo su completa dedicación a la persecución de criminales) no le permite demasiados alardes interpretativos, y tan sólo Marion Cotillard parece subir unos enteros el cómputo global, pese a que su personaje sea bastante ingenuo y predecible. Cualidades ambas que, por otro lado, bien podrían aplicarse al guión de la cinta. No hay nada en el libreto de “Enemigos públicos” que no hayamos visto ya una y mil veces, y en ocasiones mejor articulado que en la película que nos ocupa.
Sumémosle a esto uno de los recurrentes defectos/virtudes de toda la fimografía de Mann, una frialdad rayana en lo glacial (a Mann se la sudan la emotividad y la épica siempre que la luz y el grano de la imagen luzcan como se pretende), y obtendremos una cinta sólo disfrutable en su condición de ejercicio de estilo, que encandilará a parte de la crítica y a los defensores a ultranza de su realizador, pero que difícilmente puede ser considerada una gran obra, pese a que parecía tenerlo todo (director, reparto, ambientación y una premisa interesante) para convertirse en una de las películas del año.
¿Conclusión? El peor enemigo de Michael Mann es el propio Michael Mann.
Menudo topicazo, ¿no?
2 comentarios:
Me encantan tus reflexiones cinéfilas... jajaja... La verdad es que yo me esperaba bastante más de esta película...
Johnny Depp me sigue gustando como siempre, nada de descafeinado de hecho me pareció más descafeinado Bale, pero no por él sino porque tienes razón que a su personaje le podían haber dado más protagonismo.
En resumen: Esta película se salva por los actores.
Jajaja, qué bien que te encanten...
Quizás no sea Depp el que falla, sino el guión en general. Yo creo que todos los actores se esfuerzan mucho, pero sus papeles no dan para más... En "Enemigos públicos" la única estrella es el director.
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