martes, junio 12, 2007

Arena y astronomía

(Por supuesto, convenientemente editado y corregido para poder colgarlo en el blog en condiciones de legibilidad)

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Es sábado, 9 de junio, y pasan un par de minutos de las diez y media de la noche. Acabo de salir a caminar hasta la playa, después de veinticuatro horas encerrado en casa, dibujando, comiendo, durmiendo a ratos y dibujando otra vez… Necesitaba un pequeño respiro, supongo.

Ahora, sentado en la arena, encuentro el auténtico significado a algo que mi persona favorita (cada día lo es más, y espero saber estar a la altura de todo lo que me lleva dado desde el día en que nos conocimos) me puso en un sms hace apenas unas horas: “scribir y pasear”. Por eso he comenzado a garabatear palabras en la libretita que debería llevar siempre conmigo para anotar las ideas en cuanto surgen, pero que desgraciadamente casi nunca me acuerdo de meter en el bolsillo antes de salir de casa. Me alegro de que esta noche sea una excepción.

Mientras el sol se pone tras el Obelisco del Milenio, las nubes se deshilachan en tonos rojizos sobre la ría de La Coruña (¿o es A Coruña?). El cielo aún está claro, pero en menos de media hora ya será noche cerrada.

En el iPod (siempre lo llevo encima; me he acostumbrado a vivir con música las veinticuatro horas del día y los sonidos de la calle cada vez me parecen más antinaturales en contraposición con cuerdas, viento y percusión) está sonando “Astronomy”. Es un tema de Blue Oyster Cult, pero la versión que yo tengo es la de Metallica. Últimamente escucho esta canción unas treinta veces al día, no exagero. No entiendo toda la letra (tengo los idiomas un poco abandonados y en mi cabeza me fustigo, sanamente, por ello) pero me gusta cuando Hetfield dice: “…the light that never, never warms…”

Mientras no dejo de pensar en el personaje de Clive Owen en la película “Closer” (no es coincidencia, supongo), recojo arena con mi mano y la dejo escurrirse entre los dedos, hasta que la palma queda vacía. Vuelvo a repetir el proceso. “Area”, susurra en mi cabeza la voz de otra persona, “es un nombre bonito para una niña”, y siento cómo mi boca dibuja una mueca extraña, mitad sonrisa, mitad espanto.

Decido tumbarme.



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Me reincorporo seis minutos y medio después (el tiempo que dura la canción) para poder darle de nuevo a play y escucharla otra vez.

Hacía tiempo que no me sentía tan tranquilo. Tan… cuerdo. Creo que estoy en un momento y un lugar tan inadecuados como otros cualesquiera para tomar decisiones importantes, así que cojo carrerilla y planeo el resto de mi vida en un parpadeo.

Nunca he dejado que nadie me diga lo que puedo o no puedo hacer, y no pienso empezar hoy. Hay quien dice que si quieres hacer reír a Dios, debieras contarle tus planes… Por suerte, soy ateo practicante.

Aunque sigue sonando Metallica, me viene a la cabeza una canción de Coldplay, “Scientists”, que dice “…nobody said it was easy, no one ever said it would be this hard…”

(Acabo de percatarme, por cierto, de que me he pasado toda la vida parafraseando a tipos famosos que me son completamente desconocidos -incluso el nombre de mi blog proviene de una cita de un alemán cocainómano y sifilítico que murió hace más de un siglo, maldita sea-, y que ya va siendo hora de que encuentre mis propias palabras para dar forma al mundo…)

Quien busque justicia en la vida se equivoca de juego. No se trata de lo que uno merece, o de lo que otros merecen por parte de uno. El juego gira en torno a lo que uno quiere y lo que uno tiene. Y todo lo demás (“no merezco esto”, “me lo he ganado”, “soy yo quien debería estar ahí”) es el razonamiento incorrecto que formulamos para no darnos de bruces con la realidad: las cosas jamás serán “lo que debieran ser”. Simplemente son, de la forma más irracional y aleatoria posible.

Sé lo que quiero, no importa que lo merezca o no. Aún no sé cómo lo voy a conseguir, pero sé que voy a conseguirlo. Igual que sé que, aunque ahora no puedo ver las estrellas sobre mi cabeza porque no ha oscurecido del todo, si espero tumbado en la arena el tiempo suficiente, acabarán haciéndose visibles. Quizás los seres humanos nunca hayamos merecido poder ver las estrellas, pero cada noche seguirán estando ahí para nosotros.

La canción termina y vuelve a empezar. Últimamente mi vida transcurre de forma cíclica. Ciclos de dos, tres meses, siguiendo siempre el mismo patrón. Me siento aburrido del cambio constante. Un cambio que me devuelve siempre al mismo lugar.

Pasan más ciclos de seis minutos y medio. Es noche cerrada. Ahí están, como te advertí, las estrellas. Casi inconscientemente, esbozo una sonrisa. Algunas ya no existen, pero aún puedes ver su luz. Otras acaban de empezar a existir y, aunque todavía no puedes verlas, a cada segundo que pasa su luz está miles de kilómetros más cerca. Es un pensamiento reconfortante, saber que hay luz en camino.

“Aliteración de la A”, pienso de pronto, como si estuviera en un examen de literatura de COU, y se abalanza sobre mí la sensación de que desde entonces, desde aquellos diecisiete años, no he hecho más que navegar con rumbo fijo hacia este preciso momento. Hacia esta playa, este olor a océano, esta puesta de sol.
“Aliteración de la A”, repito para mis adentros: “Arena y astronomía”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tendrás un email, todo lo q quiero escribirte no me cabe aquí, y menos en un sms! ;) Me he emocionado... estoy sensible... MU. Evi