Mi
novia es más heavy que una lluvia de hachas.
Bajo
sus mechas rubias de niña buena se esconde una meninge valkiria que
vibra al ritmo de Megadeath, Disturbed y el reverendísimo Ronnie
James Dio (que Satán lo tenga en Su gloria). Su Gibson Les Paul,
modelo Zakk Wylde, comparte pared con una Behringer blanca y negra
bautizada, apropiadamente, James. Cuando discutimos de cine, mi
argumento definitivo suele ser “a
ti no te ha gustado la película porque no explota nada”.
Cuando hablamos de bandas y discos, el punto final de su refutación
lo pone el modo tierno en que me mira y susurra “¿acaso
me meto yo con tu mierda de música?”.
Para nuestra fortuna y por el bien de nuestra relación, existen
millones de líneas de diálogo de “Los Simpson” y “Futurama”
que podemos escupirnos mutuamente como ametralladoras gatling. O los
libros de Orwell. O la saga de Fénix Oscura. O “Breaking Bad”. O
el sushi. Aún así, a veces yo consigo arrastrarla al cine para ver
alguna película que acaba gustándole aunque no salga
Bruce Willis, caso de “Philomena”, o le descubro un
grupo que no conocía y que le toca la fibra desde la primera
escucha, como sucedió con Graveyard. Otras veces es ella la que
insiste en que yo le dé una oportunidad a alguno de sus films
favoritos y un servidor termina abrazado a un cojín con los ojos
vidriosos y la garganta atragantada en un puchero, como en los
minutos finales de “El gigante de hierro”, o se pone a escuchar
con cierta desgana la última de sus recomendaciones musicales y descubre uno de esos álbumes que deberían haber estado en
lo más alto del top 10 del 2013 que publiqué hace un par de meses.
Las
listas con lo mejor
del año son así, queridos: mientras las redactas parecen La
Verdad Absoluta, pero en
cuanto las subes al blog se convierten automáticamente en un puñado
intrascendente de kilobytes en un mar de spam infinito. O, citando
otra de esas frases que ponen tierna a mi chica, se pierden “en
el tiempo como lágrimas en la lluvia”.
“Fortress”,
cuarto trabajo de estudio de la banda estadounidense Alter Bridge,
llegó a mi disco duro por petición expresa de F., y ya antes de
terminar la primera escucha tomé la decisión de pasarlo al iPod
para poder degustarlo el resto del día (y de la semana) reventando
mis tímpanos desde los auriculares: mis vecinos no se merecen el
volumen atronador que se necesita para disfrutar plenamente de este
disco.
Por ponernos en antecedentes (grosso modo y tirando de Wikipedia):
Alter Bridge son un cuarteto de
hard-rock/post-grunge/ponga-usted-aquí-la-etiqueta-que-prefiera
afincado en Florida y formado por el vocalista principal y
guitarrista Myles Kennedy, el también guitarrista Mark Tremonti
(miembro fundador de la banda Creed), el bajista Brian Marshall
(Creed again) y el percusionista Scott Phillips (que, vaya, también
es miembro de Creed). Abreviando: Creed – Scott Allan Stapp + Myles
Kennedy = Alter Bridge. ¿Qué significa eso en lo que a mí
respecta?
1) Poco, en realidad, porque antes de “Fortress” no había
escuchado nada de Alter Bridge ni de Creed
y 2) que quizás debería escuchar los discos anteriores de Alter
Bridge y de Creed. De hecho, F. dice que si pongo el “Weatehered”
de Creed reconoceré inmediatamente el sonido guitarrero que Alter
Bridge esgrimen en “Fortress”. Ella es la experta, así que me lo
creo.
¿Y cuál es la opinión del lego en la materia?
“Fortress”
es uno de esos discos que puedo escuchar entero una vez al día
durante un mes (el tiempo que hace que lo conocí) sin aburrirme. Me
vale para ir en metro, para pasar la fregona en casa, para entrenar
en el gimnasio o para salir a correr. Menos para dormir, todo. Está
repleto de canciones enérgicas, con estructuras sorprendentes y
estribillos pegadizos, nada obvias en su desarrollo pero fáciles de
asimilar. De las que apetece cantar a grito pelado. Como coger todo
lo bueno de un grupo de rock progresivo (como Tool o Dream Theatre,
por poco que se parezcan entre sí) y juntarlo con todo lo bueno (que
también lo tienen) de bandas tan comerciales como Bon Jovi o Kiss.
Todos los cortes mantienen un nivel consistente, sin altibajos
durante los más de 60 minutos que dura el álbum, aunque si debo
escoger sólo uno para ilustrar las virtudes de este cuarto LP de
Alter Bridge, que sea “Calm the fire”.
Lo
mío con “Fortress” ha sido un auténtico flechazo. De esos que
hacen que te preguntes: “¿dónde
has estado toda mi vida?”.
La misma cuestión que a veces uno se plantea con una persona. Y si
resulta ser la persona adecuada, puede que incluso la metáfora de la
flecha acabe resultando poco contundente. Como decía Foxy Shazam en
otro de esos discos que entraron directos en mi lista de favoritos
desde la primerísima escucha: “the only way to my heart is with an axe”.
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