Inmersos en plena fase 2 de su ambicioso proyecto
cinematográfico (un universo cohesionado donde cada film forma parte de un todo),
Marvel Studios acaba de estrenar la segunda entrega de las andanzas del dios
asgardiano Thor. Superado en la primera cinta el hándicap de tener que presentar
al gran público a un super-héroe apenas conocido más allá del círculo
tebeístico (la versión mitológica no cuenta, ni siquiera la wagneriana), “El
mundo oscuro” parecía la ocasión perfecta para explotar las posibilidades
lúdicas del personaje y sacar mayor partido a su galería de amigos y villanos.
La sustitución del director de la primera película, un
Kenneth Branagh sorprendentemente despersonalizado, por el aún más impersonal
Alan Taylor (realizador catódico curtido en las cadenas HBO y AMC) dejaba
entrever el escaso interés por parte del estudio en diferenciar la nueva aventura
del hijo de Odín de cualquier otra entrega de la franquicia vengadora. Taylor,
profundamente profesional, proporciona exactamente lo que se le demanda: un capítulo
televisivo de mitad de temporada, por autoconclusiva que resulte la trama
central del film. Ésta nos presenta a Malekith, señor de los elfos oscuros que
antaño amenazaron con destruir el universo, regresando tras milenios de
inactividad para buscar un arma de destrucción masiva en estado líquido (el
éter) con la que casualmente se cruza Jane Foster, la novieta humana de Thor,
mientras trata de contactar con su fornido maromo asgardiano. Un argumento tan
sofisticado y revolucionario como cualquier tebeo de los 60 escrito por Stan
Lee, vaya.
Tampoco es que uno se esperase mucho más en términos
conceptuales: la manida guerra entre el Bien y el Mal plasmada bajo un diseño
de producción a caballo entre “Juego de Tronos” y la nueva trilogía de “Star Wars”
(nueva hasta 2015, quiero decir) y aderezada con unos efectos especiales que
convencen, sí, pero que están a años luz de sorprender a un espectador que a
estas alturas ya lo ha visto todo (o casi) en términos de infografía digital.
La corrección, en fin, es la nota dominante en el apartado técnico de “Thor: el
mundo oscuro”.
El gran pecado de la película es la pereza con la que los
ideólogos del asunto han abordado un material que podría dar mucho más de sí, aún
desde su evidente falta de originalidad, a poco que se hubiesen esforzado en
definir caracteres y pulir diálogos. Si se han cargado las tintas en el humor
ha sido, asumo, por mantener el tono de la saga “Iron Man” que tanto éxito ha
tenido en taquilla; pero para dar por bueno el intento haría falta un Tony
Stark/Robert Downey Jr. que insuflase vitalidad y una genuina vis cómica al
conjunto. De todos modos, acusar a Chris Hemsworth, Natalie Portman o Anthony
Hopkins de falta de carisma no sería del todo justo. Poco o nada pueden hacer
con unos personajes tan planos, sosos y vulgares, más allá de lucir palmito y
fingir que se creen alguna de las genéricas frases lapidarias que los
guionistas han puesto en su boca.
El caso de Christopher Eccleston es incluso más llamativo:
el noveno “Doctor Who” encarna al más desaprovechado de los villanos en lo que
llevamos de la era cinematográfica Marvel, con un Malekith tan raquítico en
motivaciones y entidad dramática que difícilmente uno puede visualizarlo como la
gran amenaza cósmica que se supone que es. La parte menos mala se la llevan
Idris Elba en su testimonial papel de Heimdall y, sobre todo, el estupendo
actor (también) británico Tom Hiddleston, que repite como el mentiroso dios
Loki. El hermanastro de Thor hace suyo cada plano en que asoma su maliciosa sonrisa
y se convierte, a la postre, en el único atractivo del film más allá de la
divertida batalla final, más próxima a aquel capítulo de “Futurama” en que
salían los Harlem Globetrotters (“Tiempo a trompicones”) que al clásico clímax comiquero
a golpe de Mjolnir.
La consecuencia lógica de todo esto es la decepción o, en el
mejor de los casos, la más absoluta indiferencia. Y es una pena, porque en las más de cinco décadas de aventuras en viñetas de Thor hay cientos de ideas susceptibles
de dar el salto a la gran pantalla ofreciendo algo infinitamente superior a lo que
hemos visto hasta ahora. Sin irnos al canon de Lee/Kirby o a la espléndida
etapa de Walt Simonson, cualquier número de la actual colección escrita por Jason Aaron tiene diez veces más chicha que esta desaprovechada nueva incursión cinematográfica
del hijo de Odín.
Mal por Marvel Studios.
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