Miles Kane ha encontrado su lugar en el mundo: tras formar
parte de tres proyectos musicales diferentes (los fugaces The Little Flames y
The Rascals y los exitosos The Last Shadow Puppets, junto a Alex -Arctic Monkeys- Turner), el
británico debutó en solitario y bajo su propio nombre con el notable “Colour of
the trap”, un álbum que ponía el acento en el rock de la vieja
escuela y que contenía singles tan redondos como “Rearrange” y (sobre todo) “Come closer”. Su siguiente trabajo,
el EP “First of my kind”, traía bajo el brazo una de mis canciones favoritas del 2012, y
recientemente Kane ha publicado un segundo larga duración, “Don’t forget who you
are”, en el que pule la fórmula de su sonido para posicionarse definitivamente
como uno de los más prometedores compositores pop del momento.
Con tan sólo 27 años y una imagen desvergonzadamente mod que homenajea/imita a su ídolo Paul Weller, Kane
logra en este nuevo disco algo que parece muy fácil cuando se escucha pero que está sólo al
alcance de unos pocos: presentar 11 singles potenciales que suenan como algo
que has conocido toda la vida pero que, maravilla, no se
había publicado jamás. Con ecos innegables de los buques insignia de la British
Invasion y de la primera hornada del britpop (con Oasis a la cabeza), Kane
construye rutilantes melodías que se instalan en el cerebro desde la primera
escucha y estribillos pegajosos como un chicle en la suela del zapato. Lo hace
sin complejos, con letras directas ajenas a artificios, y sin pretender ser algo
más de lo que es: pop-rock desenfadado, capaz de transmitir esa energía jovial que acompañe a las
piernas al aire y las altas temperaturas de la estación estival; algo que sin
duda descubrirá todo aquel que tenga la fortuna de presenciar su contundente directo.
Y
así, desde la distorsión que abre “Taking over” hasta el “gotta be ready for
it” que cierra “Darkness in our hearts”, pasando por los lalala’s del tema titular, los elegantes violines de “Out of control” (tan Gallagher ella) o el
ritmo bailongo de “Tonight”, “Don’t forget who you are” se postula en poco
más de media hora como uno de los discos más divertidos y reescuchables que he
descubierto a lo largo del presente curso. Porque no inventa nada (ni falta que
hace), pero combina a la perfección los elementos que han definido una de las
corrientes musicales y culturales más celebradas del último medio siglo: Dios
salve al pop británico.
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