Dickens no lo llamaba hype, pero en el fondo viene a ser lo mismo: las grandes expectativas son
un arma de doble filo. Más aún cuando se depositan en el trabajo de un
debutante.
Aparentemente salido de la nada hace un par de años, Woodkid llamó
inmediatamente la atención del mundillo musical con un primer EP, “Iron”, cuyo
tema titular acompañó a un spot publicitario del conocido videojuego “Assassin’s Creed: Revelations”. El single contó además con un espectacular videoclip dirigido por el propio músico que dio la vuelta al ciberespacio,
generando las primeras (y justificadas) alabanzas. De ahí a descubrir que tras
el seudónimo de Woodkid se encontraba el realizador publicitario y de
videoclips Yoann Lemoine (ganador de múltiples premios en el Festival de
Publicidad de Cannes por una ingeniosa campaña de prevención contra el SIDA titulada “Graffiti”) sólo había un clic de ratón.
Pese a la polvareda virtual levantada con este primer EP,
Woodkid se tomó su tiempo, concretamente hasta mayo de 2012, antes de volver al
asalto con un nuevo single, “Run Boy Run”, que certificaría no sólo sus habilidades como creador de hits, sino también la posesión de un imaginario audiovisual propio que
unificaba su obra. La canción es magnífica, pero escuchada junto a las espectaculares
imágenes en blanco y negro de su videoclip adquiere una dimensión épica
sobrecogedora. Por consiguiente, cuando Woodkid anunció que su primer larga duración, “The Golden
Age”, estaría en la calle a finales de año, muchos nos frotamos las patitas
cual mosca de la fruta esperando la consagración definitiva de un artista
multidisciplinar que prometía entrar en el mundo de la música por la puerta
grande. Los retrasos en el calendario de publicación no hicieron sino
recrudecer el hype, multiplicado por el
lanzamiento de otro single (y otro vídeo) para enmarcar, “I love you”, y para
cuando el disco finalmente aterrizó en las tiendas (y en los discos duros) de
medio mundo, a mediados de marzo de este año, mis dientes ya arañaban el
parquet del salón de casa.
Pero las expectativas, como decía, son un arma de doble
filo. Y esperar poco menos que la segunda venida de Cristo del primer LP de un
debutante es una asunción tan irracional como injusta. “The Golden Age” es un
disco notable; uno que sin duda merece la pena escuchar. Pero también una
travesía cuyas cumbres nos eran ya conocidas, y cuyos valles resultan a veces
un paisaje más desértico de lo esperado. “The Golden Age” funciona mejor en
pequeñas dosis, en temas como el titular (a la altura de los singles
publicados con anterioridad) o los también espléndidos “Ghosts Lights” y
“Conquest of Spaces”. Pero sus casi 50 minutos de épica y tamborrada acaban haciéndose algo repetitivos a medida que el
tracklist avanza, acusándose la falta de recursos de Woodkid cuando sus
composiciones vuelan más bajo y sólo el piloto automático de la grandilocuencia
(coros, vientos, cuerdas y percusión a mansalva) puede encubrir la sencillez de
canciones como “Stabat Mater” o la intrascendencia de interludios
instrumentales que poco aportan al conjunto. La voz de Lemoine, de una tesitura
similar a la de Antony Hegarty pero carente del amplio registro de aquél, es
otro de los puntos de conflicto: competente y personal, sí, pero quizás
insuficiente para cargar con el papel solista durante todo un LP.
A estas alturas, que en un álbum con 14 cortes encontremos 6
ó 7 realmente jugosos es casi una bendición, pero debo reconocer que esta vez
las esperanzas desmedidas han jugado en contra de un disco que, habiendo
llegado a mis oídos sin aviso previo, tal vez habría conseguido ganarme
totalmente para su causa. De todos modos, esos mismos 6 ó 7 temazos son razón más
que suficiente para dejarse conquistar por el Chico de Madera y su Edad Dorada.
Quién sabe: quizás su próximo disco sí sea la segunda venida de Cristo.
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