Tuve conocimiento de una de mis historias favoritas sobre el
mundo de la música hace años, viendo el documental “No direction home” que el
realizador Martin Scorsese dedicó a la figura de su admirado (bueno, por él y
por muchos) Bob Dylan. La historia de marras dice que a principios de los 60 un
joven Robert Zimmerman intentó destacar en la escena folk de Greenwich Village
sin demasiada fortuna y que, en vista de su fracaso, acudió al cruce de caminos
ubicado en Clarksdale (Misisipi) donde el bluesman Robert Johnson había vendido
su alma al diablo, e hizo un trato semejante para convertirse en el músico de
inagotable talento que hoy conocemos y adoramos. Es una leyenda urbana poco
creíble, por supuesto, pero también la clase de material que alimenta el halo
mítico que rodea a las grandes figuras de la música popular. Como el siniestro club
de los 27 (Brian Jones, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain,
Amy Winehouse y, por supuesto, el propio Robert Johnson) o el ojo izquierdo de
David Bowie, la historia del rock construye su propia mitología alrededor de
las anécdotas (reales o no) inspiradas por iconos cuya imagen pública sobrepasa
su propia humanidad y adquiere el carácter ficcional de las tragedias griegas y
los dramas shakespearianos. Atendiendo a esta dimensión folklórica (en un
sentido etnológico) de la cultura musical, no cabe duda que Sixto Rodríguez,
protagonista del oscarizado documental “Searching for Sugar Man”, es una
leyenda del rock de los pies a la cabeza.
Rodríguez, hijo de un inmigrante mexicano y de una
descendiente de europeos y nativos americanos, comenzó a tocar en bares de mala
muerte en la decadente Detroit de finales de los 60 y pronto llamó la atención
de un par de productores discográficos en busca de una nueva sensación musical.
Sus letras antisistema, surcadas por la visión cruda y honesta del hombre de
la calle, parecían el mensaje idóneo para un contexto socio-económico abonado
al desencanto y al rechazo de los valores establecidos (más o menos como ahora,
vaya). Pero lo que debería haber sido un éxito comercial que rivalizase en las
listas de ventas con Dylan y Simon y Garfunkel derivó en un fracaso total
que dejaría como único recuerdo dos LP’s prácticamente desconocidos en EE.UU.
Sin embargo, una carambola del destino quiso que sus canciones llegasen de la
forma más inesperada a oídos de la población oprimida de Sudáfrica, en pleno
auge del apartheid, y que temas como “Sugar Man”, “Cause” y “I wonder” se
convirtiesen en himnos para una generación descontenta con el régimen
dictatorial bajo el que vivía sometida. Sixto Rodríguez vendió medio millón de
álbumes en Sudáfrica mientras su discográfica estadounidense lo ponía de
patitas en la calle. Desconocedor del arrollador éxito que sus álbumes estaban
teniendo a miles de kilómetros de distancia, sin haber visto un duro de los royalties que legalmente le correspondían, el cantautor desapareció de la faz
de la tierra tan súbitamente como había aparecido y no se volvió a saber de él
en décadas.
“Searching for Sugar Man” narra la investigación llevada a
cabo por dos musicólogos sudafricanos para descubrir cómo murió realmente
Rodríguez y por qué el resto del mundo jamás había conocido su música. Las
respuestas que encontraron, sin embargo, van mucho más allá de la mera curiosidad
discográfica, y suponen una auténtica restitución, con cuarenta años de retraso,
del valioso trabajo de un artista que podría haber sido tan célebre como Dylan
o Elvis, pero que quedó sepultado bajo las infinitas notas a pie de página de la
historia del rock.
La vida de Sixto Rodríguez se presenta casi como
el argumento de una novela de Paul Auster: plagada de misterio y poesía, de
absurdo, drama y comicidad. Los hechos relatados resultan tan inverosímiles y al mismo tiempo tan conmovedores y divertidos que la película fuerza a veces la credibilidad del propio espectador. En este caso,
como en tantos otros, la realidad supera ampliamente a la mejor de las
ficciones, y hacer con semejante material una mala película hubiera sido
prácticamente imposible. Más allá de su eficacia narrativa y de la contundencia de
un cancionero excelso (el del propio Rodríguez, claro), las mejores bazas de
“Searching for Sugar Man” son la historia personal y la aureola de malditismo que envuelven a su protagonista.
De este modo, en
una semana en la que mi vida profesional ha estado tan profundamente marcada
por la visita a España de Justin Bieber (“...y hasta aquí puedo leer”, que decían en el “Un, Dos, Tres”), el visionado de un film como
“Searching for Sugar Man” le reconcilia a uno con los verdaderos artistas,
músicos de talento genuino que anteponen la pasión por crear y, a su modo, por
vivir, a cualquier consideración mercadotécnica. Las lecciones humanas que uno
puede extraer de la cinta firmada por Malik Bendjelloul son más que suficientes
para perdonarle ciertas omisiones claramente intencionadas (en todo el
documental no hay rastro de las giras australianas de Rodríguez a finales de
los 70 y principios de los 80, en las que se fraguaría su único álbum en
directo anterior al comeback sudafricano, “Alive”) que
habrían perjudicado a las intenciones hagiográficas del film. Como tantas otras
veces en el mundo de la música, el mito se impone a la persona y lo real se
difumina entre las brumas de la leyenda. O, como mi abuela solía decir a
menudo: “poco importa la verdad cuando la mentira es formalmente bella”.
2 comentarios:
Antes de nada aviso porque igual se me cuela algún SPOILER (aunque en la entrada ya se destripa bastante, jeje; quizá deberías avisar).
Viendo la película uno se da cuenta de que el suspense se crea de una manera un poco artificial (muy malo tenía que ser el periodista detective para no encontrar más datos), pero bueno, se perdona por la recompensa final.
Vaya, gon, no pensé que la entrada fuera tanto destripe. Creo que el hecho de ver a Rodríguez en el cartel del Primavera Sound de este año ya es en sí mismo un spoiler bastante más gordo que cualquier cosa que haya escrito yo aqui, jejeje. Es verdad que el documental resulta un poco tramposo, intencionadamente, para magnificar el misterio alrededor de su protagonista (de ahí esa omisión nada casual a la gira australiana), pero a mí todo lo demás me compensa con creces esa pequeña manipulación...
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