domingo, marzo 17, 2013

Mitos, malditos y leyendas

Tuve conocimiento de una de mis historias favoritas sobre el mundo de la música hace años, viendo el documental “No direction home” que el realizador Martin Scorsese dedicó a la figura de su admirado (bueno, por él y por muchos) Bob Dylan. La historia de marras dice que a principios de los 60 un joven Robert Zimmerman intentó destacar en la escena folk de Greenwich Village sin demasiada fortuna y que, en vista de su fracaso, acudió al cruce de caminos ubicado en Clarksdale (Misisipi) donde el bluesman Robert Johnson había vendido su alma al diablo, e hizo un trato semejante para convertirse en el músico de inagotable talento que hoy conocemos y adoramos. Es una leyenda urbana poco creíble, por supuesto, pero también la clase de material que alimenta el halo mítico que rodea a las grandes figuras de la música popular. Como el siniestro club de los 27 (Brian Jones, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Winehouse y, por supuesto, el propio Robert Johnson) o el ojo izquierdo de David Bowie, la historia del rock construye su propia mitología alrededor de las anécdotas (reales o no) inspiradas por iconos cuya imagen pública sobrepasa su propia humanidad y adquiere el carácter ficcional de las tragedias griegas y los dramas shakespearianos. Atendiendo a esta dimensión folklórica (en un sentido etnológico) de la cultura musical, no cabe duda que Sixto Rodríguez, protagonista del oscarizado documental “Searching for Sugar Man”, es una leyenda del rock de los pies a la cabeza.


Rodríguez, hijo de un inmigrante mexicano y de una descendiente de europeos y nativos americanos, comenzó a tocar en bares de mala muerte en la decadente Detroit de finales de los 60 y pronto llamó la atención de un par de productores discográficos en busca de una nueva sensación musical. Sus letras antisistema, surcadas por la visión cruda y honesta del hombre de la calle, parecían el mensaje idóneo para un contexto socio-económico abonado al desencanto y al rechazo de los valores establecidos (más o menos como ahora, vaya). Pero lo que debería haber sido un éxito comercial que rivalizase en las listas de ventas con Dylan y Simon y Garfunkel derivó en un fracaso total que dejaría como único recuerdo dos LP’s prácticamente desconocidos en EE.UU. Sin embargo, una carambola del destino quiso que sus canciones llegasen de la forma más inesperada a oídos de la población oprimida de Sudáfrica, en pleno auge del apartheid, y que temas como “Sugar Man”, “Cause” y “I wonder” se convirtiesen en himnos para una generación descontenta con el régimen dictatorial bajo el que vivía sometida. Sixto Rodríguez vendió medio millón de álbumes en Sudáfrica mientras su discográfica estadounidense lo ponía de patitas en la calle. Desconocedor del arrollador éxito que sus álbumes estaban teniendo a miles de kilómetros de distancia, sin haber visto un duro de los royalties que legalmente le correspondían, el cantautor desapareció de la faz de la tierra tan súbitamente como había aparecido y no se volvió a saber de él en décadas.


“Searching for Sugar Man” narra la investigación llevada a cabo por dos musicólogos sudafricanos para descubrir cómo murió realmente Rodríguez y por qué el resto del mundo jamás había conocido su música. Las respuestas que encontraron, sin embargo, van mucho más allá de la mera curiosidad discográfica, y suponen una auténtica restitución, con cuarenta años de retraso, del valioso trabajo de un artista que podría haber sido tan célebre como Dylan o Elvis, pero que quedó sepultado bajo las infinitas notas a pie de página de la historia del rock.


La vida de Sixto Rodríguez se presenta casi como el argumento de una novela de Paul Auster: plagada de misterio y poesía, de absurdo, drama y comicidad. Los hechos relatados resultan tan inverosímiles y al mismo tiempo tan conmovedores y divertidos que la película fuerza a veces la credibilidad del propio espectador. En este caso, como en tantos otros, la realidad supera ampliamente a la mejor de las ficciones, y hacer con semejante material una mala película hubiera sido prácticamente imposible. Más allá de su eficacia narrativa y de la contundencia de un cancionero excelso (el del propio Rodríguez, claro), las mejores bazas de “Searching for Sugar Man” son la historia personal y la aureola de malditismo que envuelven a su protagonista.


De este modo, en una semana en la que mi vida profesional ha estado tan profundamente marcada por la visita a España de Justin Bieber (“...y hasta aquí puedo leer, que decían en el Un, Dos, Tres), el visionado de un film como “Searching for Sugar Man” le reconcilia a uno con los verdaderos artistas, músicos de talento genuino que anteponen la pasión por crear y, a su modo, por vivir, a cualquier consideración mercadotécnica. Las lecciones humanas que uno puede extraer de la cinta firmada por Malik Bendjelloul son más que suficientes para perdonarle ciertas omisiones claramente intencionadas (en todo el documental no hay rastro de las giras australianas de Rodríguez a finales de los 70 y principios de los 80, en las que se fraguaría su único álbum en directo anterior al comeback sudafricano, “Alive”) que habrían perjudicado a las intenciones hagiográficas del film. Como tantas otras veces en el mundo de la música, el mito se impone a la persona y lo real se difumina entre las brumas de la leyenda. O, como mi abuela solía decir a menudo: “poco importa la verdad cuando la mentira es formalmente bella”.

2 comentarios:

el convincente gon dijo...

Antes de nada aviso porque igual se me cuela algún SPOILER (aunque en la entrada ya se destripa bastante, jeje; quizá deberías avisar).

Viendo la película uno se da cuenta de que el suspense se crea de una manera un poco artificial (muy malo tenía que ser el periodista detective para no encontrar más datos), pero bueno, se perdona por la recompensa final.

Jero Piñeiro dijo...

Vaya, gon, no pensé que la entrada fuera tanto destripe. Creo que el hecho de ver a Rodríguez en el cartel del Primavera Sound de este año ya es en sí mismo un spoiler bastante más gordo que cualquier cosa que haya escrito yo aqui, jejeje. Es verdad que el documental resulta un poco tramposo, intencionadamente, para magnificar el misterio alrededor de su protagonista (de ahí esa omisión nada casual a la gira australiana), pero a mí todo lo demás me compensa con creces esa pequeña manipulación...